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que rompió las negociaciones a fin de esta– blecer en el Llal'o de las Flores una colonia inglesa.

Nuesira visiia de ires días a El Real era más que suficienie para ver iodo lo que ofre–

cía, inclusive un enorme cocodrilo en el Gua~

yape que había sido muerio por un nativo

en el momento en que irataba de arrastrar

un cerdo vagabundo desde la orilla donde esiaba hociqueando. Esíos animales llama– dos lagaríos en Olancho, abundan en el río Guayape desde esie lugar hasta el mar. En el Lago de Mezcales, al Sur de Catacamas,

también se les encuenlra, lo nUsnto que en

las ciénagas de aquella vecindad. Este de El Real fue el único cocodrilo que vi en Hon– duras.

No íuve pesar, en la mañana del cuarío día, después de íomar café y de oír el ador– mecido adiós de mis amigos, de moníar y 1roíar fuera de esie sucio lugar de El Real. El Padre Buenaven!ura me había acompaña– do en el viaje, parte para atender asuntos de negocios allí y prefirió quedarse un día o dos más. Yo iuve teInor de prolongar mi viaje Inás allá del tiempo que me había propues– io para verme con el General Zelaya en Le– paguare y resolví salir hacia Caiacamas in– mediataInenie.

El camino lleva una dirección casi hacia

el Este y va sobre dos o iras serranías suce–

sivas, de cen"os altos -casi monfañas- cu–

yos nontbres descuidé anoiar. Salimos an– íes del amanecer para pasar el exienso llano que bordea el Guayape, al airo lado de las monlañas, anies del calor del Inediodía, que

aquí se siente con una intensidad casi igual

al de la misma cosia. Después de galopar

por m.edia hora a" través de silenciosas cIé–

nagas llegaITlos al pie de las colinas de la cordillera, las que subimos a trote con el objeto de presenciar desde la cumbre la sa– lida del sol, que promena ser magnífica.

El sol estaba dorando el horizonie, ha– cia el Este, justamente cuando llegarnos a la mesela que habíamos estado tratando de al– canzar desde hacía una hora. La vista era un océano de bosques -un vaso llano inter– seplado por serranías regulares- en el cual serpenieaban el Guayape y sus tributarios corno hilos de plata Una mancha de nubes ruiilanies colgaba sobre el arco de monia– ñas, pero momenios después se había derre– tido, así que el día irrumpió en el paisaje.

El cielo estaba ian puro que los ojos casi dolían buscando en la bóveda una nube para romper la monoionía. Un aire fresco que bajaba de las faldas de Santa Cruz del Oro movía suaveInen!e las hojas en derredor nuesiro; pero más allá iodo estaba quieio y en silencio. Desmonté y desde una roca con-

templé las luces vivas subiendo ligeras Po

las colinas hasia que el sol salió y Prodl1{ un efecio mágico que iodo viajero en los ÍJ:6

picos recordará, tiñendo las cu:rnbres Con u~

esplendor que ningún artisia puede imilar y dando vida al mar de esmeralda. '

Anie nosotros había una hondonada POr la cual una pequeña quebrada vaciaba sus tesoros gorgoieanies. Una barba venerable de musgo verde y gris colgaba allá abajo chorreando el líquido elemenio y moviéndo: se ligeramente al impulso del torrenie, de ial Inanera, que daba la idea de un alegre viejo báquico eniregado a un rapio de ale. gre humor, solo que el puro elemenio qUe él echaba a chorros de su boca borraba la

sonrisa.

El panorama era ian vasio y encaniador que yo me había abstraído en su contempla. ción y pensaba si esias grandes sabanas al.

gún día esiarían pobladas, cuando Vícior dio un grito y señaló la presencia de un animal

de presa, sentado en un alto peña.sco cerca.

no y que, COITlO si estuviera inconsciente de

los intrusos en sus dominios, se hallaba, ca mo nosotros, viendo hacia el Esie y quizás pensando en las oporiunidades de un desa. yuno.

Me llevé el rifle a la cara, pero Vícior, pateniemenie alarmado me pidió que no dis parara, consejo que acaté feliciiándome de ello. Dijo que era un jaguar y recogiendo apresuradamente su mania se retiró a la fa1. da opuesla, en donde los caballos pacían tranquilamenle. El susio de Vícior fue con· iagioso y yo me preparaba a seguirlo cuan· do el animal, después de lamerse la piel ater· ciopelada, se puso en pie y volviéndose ha·

cia nosotros caminó como veinte yardas ha·

cia donde estábamos, y con sus orejas ergui·

das y moviendo su cola nerviosamente sobre sus ancas nos hizo el honor de echarnos una

mirada en extremo aristocrática.

"¡Caramba!", lllusitó Víctor, "de veras

que es el jaguar; se esiá paseando lemprano, y mire!, carnina hacia a cá oira vez' ' '. El animal, al ver que nos retirábamos hacia donde se hallaban los caballos, se movía des' paciosamenie hacia nosoiros y a muy coda distancia, mostrando claramente su disguslo

por nuestra presencia con un arrugamiento

de su labio, y con una exhibición de su sis– iema muscular que saiisfizo ampliamenie "u

curiosidad en tal respecio.

Vícior llevó las Inanos a su boca y pro· firió un grito que hizo al animal detenerse

un mornenio y examinarnos más atentamen–

ie. Aprovechamos este iniervalo para mon° íar nuesiros caballos, que ahora miraban al jaguar con las narices dilaiadas y con la.s orejas erecias. Nuesiro nuevo COnocido erru·

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