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proseguirnos con cuidado hacia el pie de la

Ill.on±aña Así que avanzábamos la escena

aumentaba en misterio. Aquí y allá crecían aún los jicarales ofreciendo en vano los Va_ sos familiares y la más desarrollada calaba. cera brindando sus huacales, o iinas de la_ var, donde la voz de la lavadora hacía tiem. po había sido silenciada. Una arrogante ceiba, a la cual subian las lianas trepadoras mostrando sus flores blancas y rojas, penna_

necía COlTIO una reina orgullosa y cornpun~

gida en el campo en donde su raza había caído. Los otros árboles, enclenques y feos parecían atisbarse descolladamente y allá e~

una rama deshojada y saliente se veía sen– tado un viejo mono, nativo errante de la

nlonfaña y sol1±ario viajero como nosoiros.

Una expresión de dolorosa soledad arruga_

ba sus facciones seniles mienlras quieto, al~

iernativamenie se rascaba y miraba nues– tros movimientos con cóm.ica insistencia.

Cómo fue la destrucción de Olancho Vie– jo es maieria de conjeturas, pero que una vez existió aquí una ciudad bien localizada y activa, de eso no hay duda. Se cree, ge– neralmenie, que hay lnucho oro enterrado bajo las ruinas, pero nadie tiene el valor su– ficiente para ir a buscarlo. El olvido ha ien– dido su manto sobre este lugar y sólo que– dan exageradas leyendas monásticas que ha– blan de su existencia.

No había evidencias de escoria o de subs–

tancias volcánicas, o si existían, estaban cu~

biedas con la arcilla formada por la acumu– lación de hojas y los deslaves de arriba. Las 'faldas empinadas de la montaña ante noso– tros, en donde no había rastros de camino entre la maleza acolchonada, impedían nues– tro ascenso a la cumbre, pero desde abajo pareciera haber habido un derrumbe repen– tino y ierrible (conjetura que apoya la vista de la superficie desnuda de la roca en la grieta) o que un viejo cráter existió en la ci–

InB. Las cenizas mencionadas en la narra–

ción iantas veces repetida, consistían proba– blemente en el polvo levantado por el des– menuzamiento de los adobes secos de las ca· sas destruidas.

El sol se hallaba en el Oeste cuando vol– vimos a montar y dejarnos los precintos pro– hibidos de Olancho Viejo. La hacienda más cercana era la Punuare, y para llegar allá nos vimos obligados a cruzar el ruo de Olan– cho (nombrado así, supongo, por la vieja ciudad) y recorrer unas diez millas por mon– les tupidos, por un camino incierto y con la probabilidad de pasar la noche teniendo co– rno techo el cielo. Entonces agradecí a Víc– tor la precaución que tuvo de empacarme las mantas. El Río de Olancho, que serpen– tea romániicamente alrededor de la base de El Boquerón, nace allá por Manto y desem– Pero yo no estaba satisfecho iodavía, y boca en el Guayape a medio camino entre

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IlYo no sé, Don Guillermo", Ine repuso,

"pera a mí no me gusta mucho ver estas co–

sas. Vámonos ya a la casa del señor Ordó– ñez, que está al otro lado del río".

Atarnos los animales a un árbol y pene· tramos a pie a lo que parecía haber sido la plaza; un montón de adobes acumulados mostraban el sitio donde estuvo la iglesia.

"Bueno, Víctor", le dije, "aquí fenemos

el castigo para los sacrílegos, pero corno no–

soiros SOlllOS buenos cristianos, no hay por

qué temer que seamos castigados".

Comparalldo todas las aseveraciones, iradicionales y no tradicionales, estaba yo en la duda de si en realidad Olancho Viejo ha– bía sido abrumado por un volcán o por un derrumbe. Y aunque no hay pruebas de erupciones volcánicas en el liioral atlántico de Honduras, yo me inclino por lo primero en razón de haber observado desde las co– linas cercanas de Juticalpa los arrecifes de la montaña que dan inmediatamente a ese lu– gar, y en los días claros percibí distintamen– ie una grieta que posiblemenie pudiera in– dicar un cráter antiguo por donde ocurriera la erupción.

A la distancia de una núlla de las ruinas

llegamos a una znaraña, inferrumpida con

huecos profundos, árboles caídos y parásitas trepadoras, cruzando la cual con cuidado y esfuerzos llegarnos al objetivo de nri búsque– da. La ciudad nunca pudo haber sido de gran tamaño; probablemente no contenía más de unos tres o cuatro núl habitantes. No puedo imaginarme un punto más deso– lado que este. Allí no había ruinas impo– nentes o notables, tampoco columnas derri– badas, ni esiatuas destrozadas, ni fragmen–

tos de construcciones arquitectónicas rofas,

ni monumento alguno de ade o de lujo. El viento soplaba ominosamente enire las ho– jas y pareCía cuchichear sobre leyendas añe– jas y sobre proezas de los antiguos aventu– reros. El ambiente era todo agreste, solem· ne y propicio para imponer un miedo reve– rente en las mentes supersiiciosas.

Solo pude percibir trazas, de cuando en cuando, de casas de adobe, otrora agrupadas en una vecindad fraternal, pero los vientos esparcieron a lo largo y a lo ancho el polvo de lo que antes fuera su material de cons– trucción. Unas pocas piedras cuadradas, pa– recidas a las que se usan en los hogares, su– gerían pensamientos tristes sobre deudos dis– persados y los rotos lazos de un hogar co–

tnún. Una vegetación escasa crecía entre es~

tas ruinas desoladas. Vídor las atravesó ha– ciendo la señal de la cruz y profiriendo la universal exclamación de: ¡caramba!

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