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vino de, palmera pro,?-ucida p,?r el úl±imo,

ca. usa nauseas y erupCIones cu±aneas.

El coyol Se aprecia principalmente por 1vino delicioso que de él se obtiene, célebre en los trópicos por SU dulzura y por la can– fidad que da cada árbol. En llO los indíge–

naS es costumbre treparse a esla palmera y

horadando inmedia±arnen±e debajo de las

hojas del ápice, insertan un pequeño lubo de caña hueca o una hoja acarrizada a tra–

vés de la cual la savia fluye dentro de una calabaza suspendidq en el extremo.

En las haciendas, el árbol se caria y

después de ser removida su copa se le al ras– ila a la casa y se le practica una incisión, tal vez de un pie cnadrado, llacia el extremo.

Esla se cubre y a los pOC()S días está llena de vino o jugo del árbol Corno tres botellas a

la semana se obtienen regularrnenle de la fuenie. Tiene una apariencia blancuzca, viscoso cuando nuevo y es muy refrescante.

Después de dos dias empieza la fermenia–

ción, cuando adquiere poder in±oxican±e y se vuelve una hebjda fuer±e y sabrosa. Una

boleHa de vino de coyol nuevo que se lape

herméficalnen1:e con un corcho reventará al

segundo día de haber sido extraído del árbol. La mayor parte de las familias olanchanas

tienen su coyol cerca d~ la casa El gasto

del corte y de la preparación no va xnás al] á de un real. Un árbol, por lo general, da cin–

co a seis galones anies de agotarse. A veGes se le cOlnbinu con miel silvestre y Se obse– quia el visitante como una gran golosina. A diferencia del vino de corozo, el que se ob– ±iene de esta palITlera es benéfico para varias enfermedades y se le considera, en particu– lar, eficaz para Iaa fiebres. En San Roque

siempre IuinlOs obsequiados con esta bebida.

Al siguiente día, a mediadí.a, <.1ej BInas

la hacienda y atravesamos una región ondu–

lanle y muy arbolada. Muertos de sed lle– gamos por la noche a Ja hacienda de La Herradura. Esla hacienda difiere poco de

l~~ airas principales de la región. Los edi–

hCl?S son pequeños y de mal aspedo. Aquí reslden algunas ±reinia personas y su dueño

~on, Ignacio Meza, un joven olanchano que

,aCla poco se había casado, salió y nos re–

pbió, apresurando su paso al reconocer al

adre Buenaven±ura.

d Entramos a la casa y fuimos presen±a–

,o~ a Su señora, una ITluchacha que Se rubo–

~l~O cuando la saJudamos y nos recibió cor–

A~almen±e y con gracia natural. El pequeño h r,?yo de los Zopiloles corre cerca de la

G~clenda y desagua, según se nos dijo en el

ra ~yape, a unas diez millas al Es±e Du–

rn n e buena parte del año este arroyo per-

anece seco.

En±re las leyendas de Olancho está la

del origen del nombre de esia hacienda. En

cuanio a que sea verdad eso lo dejaTI10s al

ledor Don Ignacio relaló que en tiempos

de sus antepasados el oro quizás era más

abundante que el hierro y prueba de ello es que se halló una herradura de oro en la ha–

cienda "y, en consecuencia", dijo él "ha de

haber sido más barato en aquellos días usar

oro que hierro".

I'Y équé hubo de la herradura, seIlor?", le dije, "ápor qué fue ésa la única que se en–

con±ró? Me parece que más de un caballo debió haber boiado una herradura".

"Ah! Es que nuestros libertinos an±epa–

sados probablemente hicieron que se .fundIe–

ran Jas herraduras de oro para monedas después de la destrucción de Olancho Viejo. Pero eso no es iodo. Usted sabe que el oro

es muy pesado"

"Si señor, ¿qué hay de ello?"

"Bien; en los primeros días de Olancho, los pescadores ponían pepilas de oro en sus redes para que se hundieran niejor en los ríos. Estas piezas han sido encon±radas on los Jechos de los dos con agujeros a propó– sito para inserial' en ellos las redes".

II¿En dónde se enconi:raron esas piezas, señol?"

"En Alemán, en El Mu.rclélago y en oíros

lugares arriba del río, cerca de las propieda–

des de los Zelaya".

El Padre corroboró esta declaración y dijo que él recordaba bien cuando circula– ban esas historias de iales descubrimientos.

Telneroso de poner yo un punto final a estos deraJJes al exponer una duda, continué:

"¿Qué l'nás recuerda usted, Don Ignacio, de las viejas crónicas'?"

"¿Ha oído usied sobre el testamento de la señora de Manio?"

Yo había sabido de este documento en JuiicaJpa, pero deseaba que mi anfitrión me

repitiera la narradón, que era, en síntesis,

la siguienie:

JlI-Jace más de doscii3:nios años, el oro

fue descubierto en Olancho y todo el mundo lenía acaparado el meial hasia donde podía

cuidarlo. Era .tanio, que con una vara se podía exiraer hasta "una libra" al día".

"¿Una libra, señor?", le dije, incrédulo.

"Sí, señor, y más de una libra. El an±e– pasado del señor Ayala, en Juticalpa, tuvo una vez cincuenta libras de oro en su poder,

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