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1 pájaro dilala su garganta manera no– e ble. No tuve pormenores de sus hábitos ±a debo agregar que no era ésla la primera

~ez que había oído el canto peculiar del jipa.

Es±e puede ser el paJaro que Byam des-ribe en la página 168 de su obra cOino "el

e ájar o clarinete" que ernile una serie de no– f

s como las de la ociava baja de un clari– ae±e descendiendo la escala de la lónica a

n , . i 1 d . la tercera, qUlJl a y oc ava, espacIo, pero

rica Y pod,:rosamen±e. Es±as es tán correcias

en las semI±onos.

También describe él o±ro pájaro y da

enseguida una ilustración de su canfo, que

eS tan nolable, que dio las notas en una gui– farra al regresar a su choza en un bosque de la Segovia .

La ,areza de esie úliimo canto es su

propia recomendación. EJ prirrt.ero, sin 9111.–

bargo Y duda algunos, es del jipa, cuyo

nombre él no n1.enciona. Varios viajeros

cen±roatnericanos a±estiguan la existencia de

este pájaro, algunos de los cuales me han asegurado verbalmente que han oído las no– fas en el silencio del bosque, pero nunca han tenido la forluna de poder ver al pájaro– músico Creo que ningún ornitólogo lo ha

descrito, corno no ha sido descrito un sin

número más, de los peculiares de Centro América.

Al llegar al pie de las serranías de la cordillera de Jutiquile encontramos un labe– rin±o de trillos de ganado, siendo dificil distinguir el camino real. Arribamos por úl±imo a una espesa montaña y perdimos el

camino. Nos abrimos Baso a través de una

maraña de bejucos que colgaban como estalactitas desde las ramaS musgosas. Te– níamos que agacharnos sobre el cuello de los caballos para poder esquivar las ramas que nos estorbaban en la rufa. Después de sal–

iar varios froncones

11. udosos, r8lTIaS podridas

y palos, salimos a un camino en luejores con–

diciones y oímos el ladrido de un perro dis– tanteo Siguiendo el sonido salimos de la moniaña a los aledaños del aislado caserío de Telica.

La primera casa era la de la señora

Méndez quien, con sus niños, estaba acucli–

llada en derredor de un fuego, lomando su cena de tortillas, miel silvestre y crema. Se levantaron de un salio y parecían asustados por nuestra súbila presencia, pero el Padre, qUe había andado a medio galope por ahí,

salió en esos mornenlos de un claro en el la–

do Opuesto, con su cara bonachona y fue lnmediaiamen±e reconocido dándonos iodos Una ruidosa bienvenida. Se abrió la puerta

y un tullido, arrastrándose sobre sus cuatro

e~±remidades, salió para vernos; él, ian"1bién,

dl O su bienvenida al cura, quien se la retornó

cordialmente.

Mientras conversábamos con esÍas per– sonas y compartíamos su cena ví en un árbol

cercano unas grandes flores color carmesí, corno de catorce pulgadas de circunferencia

y le pregunté al inválido cómo se llamaban, contestándome que eran: "flores de La Con–

cepción, señor". Recibe este nombre por el

hecho de que florece duranie el tiempo en

que se celebra la fiesta en honor de la Vir–

gen de la Concepción. De lejos, el árbol, cubierto con esias flores tan vistosas y en for–

nta de escudos, es una de las vistas más be– llas que se pueda i:tnaginar; su olor es más

bien repulsivo.

Dejarnos esla casa y nos fuimos hacia la pequeña casa cural del Padre de Telica, se– ñor Fiallos, quien nos brindó hospedaje como

se lo perrnifían sus nledios, hasta la mañana

siguiente cuando salirnos para la hacienda de San Roque, como a dos leguas hacia el

noroeste. San Roque eS propiedad de la rica

fam.nía de los Bustillo y tiene varios miles de cabezas de ganado, mulas y caballos. Sen– lado en la puería y cerca del fuego se halla–

ba un vaquero, con una antorcha encendida

chamuscando en sus sobrebotas cientos de unos pequeños animalilos, llamados garra– palas, que se le habían prendido cuando an– daba montado por los matorrales. Es±os

anÍ1nalitos son más pequeños que los ácaros

del norte, pero irrilan la piel con su picada

y son, en verdad, una seria amenaza en cier–

tas épocas cuando uno anda de viaje. Pa–

recía que aquí nos hallábamos fuera de la región aurífera. Las mismas leyendas y los

n1.Ísrnos cuentos de rnaravilla estaban listos para quien quisiera oirlos, pero el escenario

de las excavaciones auríferas se hallaba ha– cia el suroeste, en los grandes dominios de los Zelaya.

Algunas de las más finas mulas de Olancho se encuentran en las haciendas de esias cercanías Las mulas de Olancho, por lo general, y aunque de cascos suaves por

sus continuas caminatas en las planicies son los mejores anirnales que se producen en

Centro Am.érica. Las mulas peludas y pe–

queñas, de 1Tl.oniaña, son más fuertes y sufri–

das y por estas razones se las prefiere a las de las tierras bajas.

No hay es±adíslicas de las mulas y los caballos de Olancho. Hay varias haciendas de ganado que tienen de trescientas a mil

cabezas cada una, y otras exceden en lnucho

ese núrnero. Los animales, por lo cornún,

son pequeños, delgados, briosos y de gran

resistencia. Grandes patachos se envían

anualmente a El Salvador y Gua±emala. El precio de un caballo, lomado ad-libifum del

corral, es de diez a catorce pesos; si está do–

mado para paso y ±ro±e vale de cuarenta a ochenta pesos. A las yeguas raramente se las dorna o monta. Las mulas tienen un va-

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