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carlas com.o ofrenda en el aliar y a los pies de la Virgen. Un am.igo botánico, cuando se la describí, supone que se trata de la "Red Plum.era" (Plum.eria Roja).

En este viaje vi el árbol que da seda y algodón (ceiba} de un tam.año tan grande que nunca anles lo había vislo, aunque se le encuenlra en todo Centro Am.érica. Hay tam.bién una seda indígena que crece silves– lre enlre árboles de Olancho, producto de

una especie de gusano, que construye una

bolsa com.o de dos pies de profundidad y que cuelga de los árboles en las sabanas abier– las. De lejos el nido parece una lelaraña com.pactam.enle acolchonada. El anÍInal no hace capullo, pero teje la seda en capas y m.adejas, alrededor del inlerior del nido. Sólo un caso se sabe de algún uso aprove– chable de esla seda por los nativos. El se– ñor José Ferrari, de Tegucigalpa, m.e dijo que en 1844 había enviado seis libras de es– te m.aterial crudo a Inglaterra, donde se le convirtió en pañuelos, que no se dislinguían de los de la seda corriente, de igual fortaleza y de iejido delicado. Un com.ercio ventajo– so en esto podría esiablecerse ya que se pue– de adquirir la cantidad necesaria a cam.bio de la m.olestia y gastos de recogerla.

Un viejo autor m.exicano, al referirse a los recursos del Istm.o de Tehuantepec, ha– bla de la seda silvestre corno un im.portante y valioso producto de Tabasco y Oaxaca, agregando que en determ.inada época los na– tivos estaban acosium.brados a recogerla y exportarla a España. El artículo, conforme a su descripción, es sin duda idéntico al de Olancho. Existe iambién una curiosa araña que da seda y se la llama por eso "araña de seda" y existe en Olancho y en varias partes de Nicaragua. Se la ve a menudo en los co– rredores con una carga de fina seda en el lom.o , de la cual extrae num.erosos y delica– dos filam.entos. Este anÍInal es enteramente inofensivo, tanto que la señora Montealegre, de Chinandega, permitió que uno de ellos anduviera holgadamente en su m.ano. En Olancho son muy COInunes. Hay asirnism.o

en estas cercanías una araña llamada "Ara–

ña pica caballo" porque ataca los cascos de

los anitnales provocando su descomposición,

separación y caída. Los caballos se arrui–

nan, a menudo, de esta manera.

En vez de hacer nuestro regreso por la Hacienda de San Francisco, lo hicim.os por el Sur, dejando el Corie Sara y siguÍE;ndo por el valle del Jalán; cabalgam.os hac18 la ha– cienda del Quebracho, así llanlBda por un ár– bol de valor, fam.oso por su dureza de peder– nal. Aunque la distancia a la hacienda del Quebracho no es más de diez millas en lí– nea recta, creo viajam.os el doble por tener que bordear los pantanos que se encuentran por orilla Este. Don Apolonio m.e aseguró

que tendríam.os un buen deporte en la ha. cienda, en donde hay una laguna en que desaguan los varios arroyuelos que estába. m.os ahora cruzando. La pesca y la caza eran abundantes y aunque no había traído conm.igo el rifle, supe que en la hacienda podrían conseguirse tanto armas de fuego corno cañas para pescar. De las ocho de la m.añana hasta tarde de la noche habíamos andado a través de sabanas ondulantes y de tierras negras de aluvión, hasta que llega. m.os a una faja tupida de árboles entre los cuales descubrÍInos un valle ancho con una gran hacienda. más allá del bosque. Apre– surarnos nuestros anim.ales y saliendo de una cuesta herbosa llegarnos a la hacienda.

Un sonido de m.úsica y el acompasado palm.oteo de m.anos, combinados con voces

alegres y sonoras, nos hicieron ver que los

pocos habitanles de ella esiaban ocupados en bailar un "fandango", exhibición que ra. ram.ente había yo presenciado en el país. Cuando llegam.os, el aplauso había cesado y se recom.enzaba la danza. Nuestro arribo no interrumpió la escena; nos acercam.os y

nos unÍInos a los espectadores quienes se volvieron un instante para decirle "¡Cómo está señor!" a Don Apolonio. Era ya casi la puesta del sol. Encerrado por las alturas arboledas del Esie y del Oeste, el pequeño villorrio era la única señal de civilización a la vista. Hacia el Sur había una bonita la– guna, com.o de una m.illa de largo por uncis pocos centenares de yardas de ancho, que en la tranquilidad de sus aguas, reflejaba los árboles y las colinas circundantes. Los caballos y el ganado, corno siempre, vaga· ban libremente por el llano, y desde los bos– ques, que ocuHaban de nuestra vista parle del lago, llegaban las notas lejanas de los pájaros m.arjales, de las garzas y de las es– pátulas. La brisa sobre el lago levantaba m.enudas olas que m.orían en una pequeña playa casi a nuestros pies.

Sin tener tem.or alguno por el sonido de la guitarra y acostum.brados a la proxim.idad de los danzantes, los pájaros volaban enire los árboles y se hacían partícipes de la eS–

cenal el "nazareno" de color café, especial–

mente, se unía con sus notas saltarinas, no

corno las de las castañuelas, desconocidas de estas gentes prim.itivas y acompañamienfo necesario para el fandango en España. El baile m.e era desde hacía tiem.po familiar en La Habana y en las repúblicas suram.erica– nas y tenía yo curiosidad de ver qué influen– cias de situación, clÍIna y mezcla de razas podía modificar esta entretención tan espa– ñola.

El núm.ero de danzantes, entre hom.breS y mujeres jóvenes, era de diez o de doce. Unas pocas personas ya de edad, niños y pe– rros se hallaban debajo de los árboles. Una

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