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~neUa media dqceua de marineros -de El Viejo, quienes se quü",ron las camisas '1 los pantalones y, vadeando en el légamo, su– bieron a borde del bongo más grande y em– pezaron a achicarlo. En tanto esto ocurría, Se formó un pequeño charco de agua en la parte más baja del lodo, anunciando la pro– ximidad de la marea Mientras el agua su– bía, el bango, que era un guanacaste ahue– cado, fue puesto a flote y nuestro equipaje colocado dentro. Preg unté por el nombré del patrón y un lT\Ulato pequeño y hosco, de

ojos porcinos; se presento a sí mismo con. aire

de gran importancia haciéndonos ver ue él

no era "marinero de lago" corno burlona–

mente llamaba a los tripulantes del lago de Nicaragua, sino que un verdadero piloto. Presumi que había recibido parte de su suel– do en Chinandega, porque traía consigo dos botellas de aguardiente, que con cuidado co– locó en las cámaras del bongo. Dijo llamar– se Antonio, nombre desde Hempo inmemo– rial, de marineros españoles. En el fondo lO,a un individuó bueno y de fiar y, al pare– cer, ejercia autoridad sobre el resto de sus

compañeros. Poco más o menos dos horas

antes de la puesta del sol, el "Almirante" fue arrastrado hacia las qrillas y todos los tri– pulantes se embarcaron. Era por lo menos de treinta pies de largo por cerca de cuatro de calado. Sobre la popa se habían coloca– do unos aros de madera inclinados en forma

semicircular, que servían como marco de una

suerte de toldo que, como "Tonny" (1) dijo con aire no exento de orgullo, lo había he~

cho especial consideración para la comodi– dad de los pasajeros Esta era la cabina Al fondo del bongo había un piso hecho de toscas planchas colocadas sobre traviesas pa? ra proteger a los pasajeros del agua que pu– diera entrar por los costados o caer por la lluvia.

Así las cosas nuestro bajel era un triunfo de los armadores de Centro América, y luego que empujarnos hacia afuera del pequeño embarcadero bajo los árboles cuyo follaje ca– si rozaba el agua, todos dieron un grito de regocijo. Hechqs a la mar, Rafael, mi mu– chacho (olanchano que estaba ansioso por regresar a su hogar bajo mi protección y que me ofreció sus servicios por el privilegio de acompañarmel sacó un par de alforjas den– tro de las cuales la mano generosa de la se– ñora de Montealegre había puesto toda cla– se de comesHbles. Las vis-'1.das fueron des– plegadas en el fondo del bongo y todo esta– ba completo, faltando solamente el café Miré a Rafael y le pregunté:

Il

e Café ?" .

"Hay suficiente", me repuso, "pero no se

puede preparar a bordo".

"aPor qué no?"

"Porque no hay cocina", En vano me

11) Dhninutlvo de Antonio -nombre ot'l J14tr6n- en Inglés

empiciné en- 'explicarle que un fuego bien podía hacerse sobre el lastre, y por último acabé por hacerlo lo mismo, calentando el agua en una vieja lata que servía para achi_ car La tripulación me miró sorprendida.

"Ocho años tengo de ser marinero", dijo

Antonio, "y no es sino hasta ahora que he aprendido de don Guillermo cómo darnos es–

te gran lujo".

Resolvieron no olvidar la lección y no dudo que se ha hecho café en el lastre del

"Almirante" desde entonces, a no ser que Se

halla ido a pique y perdido para siempre.

Igualmente ignorantes eran Antonio y

sus compañeros de agua salada acerca de

las fluctuaciones de las mareas en el estero.

¿De qué utilidad pudiera haber sido meterse en el meollo tales estadísticas insulsas? Así,

en ocho años, nunca se había ±omado la rno~

lestia de observar. Por las marcas del agua en l~s árboles juzgué que era de ocho pies. Segulmos la ensenada por cerca de cinco mi. llas, teniendo en aquella distancia una an–

chura de poco más o menos cuarenta pies Y, canto me aseguró Antonio, era de suficiente

profundidad para que navegara en ella Un gran barco, aunque me pareció que la idea de mi patrón sobre dimensiones en la arqui– iectura naval estaba limitada a la de las di·

ferentes clases de bongos. Las aguas, no obstante, parecian profundas y quietas y fra– casé al querer alcanzar fondo con una périi– ga de dieciséis pies. Dice la lé'lenda que hace como diez años una idea brillante se le

ocurrió a un cornercianie de Chinandega, y

fue la de ampliar la entrada al Eslero Real, hasta una anchura como para admitir bar–

cos grandes y así contar con una com.unica–

ción fácil con la Bahía de Fonseca y mejo– rar con ello las facilidades comerciales de todo el Norte de Nicaragua. La obra resul– taría de un gran beneficio Reflexionaron

acerca .del asunt? por un año, y enfonces, 10 comunIcaron baJO estricto secrefo a varios

vecinos y a través de éstos gradualmente se esparció la noticia hasta el extranjero Hu–

bo una reunión y se nombró una comisi6n

para que examinara las facilidades del lu– gar, comisión que, después de seis meses de pacienie deliberación, emitió dictamen favo· rabIe. Los curas decidieron que sería unB gran cosa, y desde entonces todos los años Hene lugar una reunión similar para deter– minar cuándo comenzarán los ±rabajos Sin el establecimiento de un nuevo orden de co– sas, los tat~r,anietos ?;e los miembros origi–

nales segulran reunlendose en comisiones

para deliberar sobre si se lleva a cabo el pro– yecio en el próximo siglo.

Una densa rnaraña de árboles de man– gle bordea la ensenada por la cual una go– l':lta de cincuenta, t~neladas no podría pasar sn1 recoger los masti1es Estos árboles se hs– llan revestidos de largos zarcillos, que cuel– gan graciosamente del follaje. Dos horas de

rezno nos llevaron, exactamente al ponerse

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