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« Previous Page Table of Contents Next Page »tiempO, en iodo lugar, este peque.ño emble– ma de solaz se ofrenda, y creo flrmemen±e que por la fuerza ~e la costumbre, si ~n~ ne–
gociación se conuenza con este prehrnlnar,
debe consic!erarse, desde luego, corno cosa medio tenrunada.
La leligión católica se impone lolalmen– ±e en Nicarag~a como en el resto. de Cel:,iro América. Es±a ian profundamen.e arralga– da que el poder de la Iglesia y del Clero fo,.',ua el eje sobre el cual giran los movi– mienlos políti~os extra?rdinario~, en los. cua– leo los curas Siempre ejercen su lnflUenClS de al;una manera. Hay un artículo especial en lodas las constituciones políiicas de las repú– blicas centroamericanas, que estatuye que la religi6n cat6lica eS la del pueblo, con exclu– si6n de toda otra religi6n (2), Y los 1nten–
los hasta aquí hechos para que se permita en la costa erigir y asistir a iglesias distin– tas a la establecida, siempre han enconlrado una compada oposici6n de todos los parti– dos políticos. Esto se debe en pade a la ve– neraci6n religiosa inculcada en las mentes del pueblo pero principaln,ente al hecho de que las asambleas legislativas están integra– das en su mayoría por abogados o licencia– dos, que se han educado en las universida– des caiólicas de Guatm:-nala y Costa Rica, o, como es frecuente el caso, con los misn,os
curas.
La forma exagerada con que los sacer– dotes del siglo XVI introdujeron el catolicis– mo en Guatemala pueden todavía observar–
se, y ceremonias fales corno "e1 ahorcam~en
to de Judas", la imposición de cruces en las frentes de los feligreses el Miércoles de Ceni– za, el paseo de las imágenes de la Virgen y los santos por las calles en procesiones pú– blicas, son cosa acostun,brada en todo el país. Las mujeres. de todos lTIodos, son las más fieles al mandato de la Iglesia y pocas Se aventuran a perder la lTIisa o a faliar al
selvicio tnañaneio. Las fiestas públicas se
combinan artísticamente con las ceremonias
religiosas, siendo ambas inseparables; así a
la celebraci6n de cierios días santos, a la ob– servancia de ritos especiales de la Iglesia, se añaden peleas de gallos, corridas de toros, música, festejos, fuegos artificiales y bailes. Puede verse que las únicas diversiones del pueblo, al unirse con sumisi6n a la fé cat6– lica, son instrumento poderoso en manos del
9<;~0. que toma ventaja de la innata supers– hClOn de la raza y del monopolio de la edu– cación en manos de los curas o de aquellos que se han formado bajo su influencia di– recta.
A las procesiones religiosas el pueblo acude con veneraci6n respetuosa. El cura camina bajo Un palio extendido sobre S11 ca-
d (2) La Conatiluclén F'ctletnl ue 1821 en su arUculo 11 y Jo. de HondU1M
e 1818 en el mlleulo 10: El Dige~to Constitucional de Honduros por Au.
gu~to e COl.!llo TegllcignlpB, 'ripogrniíll Nacional, 1823, pp 14 y 100
beza y sostenido por cuatro asistenles, pre– cedido por un campanillero y por la música de violines y violas, que acompaña el canio del padre y del coro. Los ornamentos y slm–
bolos de la J g"les1a se llevan en tre la 111.uche·
dun"lbre. El espectáculo, hasla para un in–
crédulo, es ímpoi"1.e
l 1.fe y nunca dejé de nlani– feslar nú respe±o a las forrnas religiosas del pals, descl.lbriélldoITl.e mietl:l:ras len lamente pasaba nna procesión, pero ni las tnás abier– tas insinuaciones de mi.s compañeros Hativos
me hici.eron hincanne, aunque en todas di– recciones, y a menudo en fodas las calles
adyacenjes por donde qU16l'a que el COlO so–
lerane de los cantores pudiera pasar, las gen– ies se hjncaban devolaJTlen±e se pelsignaban l11.ien±ras el esirépüo d~ una docena de sono– las can1.panas combinaban su laflido con la escena.
Todo el especiáculo me pareda de una edad sen"lÍ-bárbara, y 10davlS enconhan,os
aquí las miST{laS liturgias llevadas a cabo
cuando los guerreros de Alvarado y Cortés,
en sus cofas de roalla, se quifaban sus yelmos
emplumados. La observaci6n de que Cenlro América ha esiado estancada desde la con– quista es correcta, pues. en verdad, muchos
de los hábíios de los viejos cononis±adores
aún subsis.ten. ...
Chinandega, corrienlel'nenle una de las ciudades más alegres de Nicaragua, presen– taba d\lrante esta revolución un especláculo lriste. Toda alegría había cesado corno por
consenso general. Las reuniones, donde a veces el extraño puede formarse una idea de
las carac±erÍs±icas sociales y privadas de las personas, eran ahora desconocidas, el Jugar
eslaba desierto porque sus principales habi– tantes se habían retirado a sus haciendas pa–
ra escapar a las conlrihuciones forzosas, y
los de las c1asés hmuildes que podían vivir aquí huían de la ciudad pal a evitar su reclu, tamiento para el ejército. ll/Iis alu;stades a menudo se condolían de la lrisle condición en que vivían, y me aseguraban que yo ha– b,a visto la ciudad en circunslancias desven– tajosas.
Sin embargo, aún en la época más abu– rrida, por la noche el observador podía foro marse una idea de las costumbres al aire li– bre. A esa hora el chubasco había cesado, dejando en el horizonie un cÚlnulo de nubes purpúreas y dOladas hacia el Oeste. Los ár– boles y las calles esiaban todavía húmedos por la lluvia y millones de relucienles gotas caían de los cocoteros y los plátanos. Las
casas, rivalizando en sus colores rojo, azul y
amarillo de acuerdo con el gusio de sus due–
ños, daban un carácter vívido a la escena.
Las calles monopolizadas a la hora del calor por las mulas cargadas o por los chicos des– nudos, presentaban ahora un cuadro =ás animado. En la esquina de más allá, un ji– nete cabalgaba airosamenie ha parado en
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