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sas, sin embargo, se hallan admirablemente adaptadas al clima y el viandante entra a su obscuro y fresco abrigo con un íniimo: Igra– cias a Dios! al librarse del sofocante calor de la calle, aumentado con el fiero resplandor de las paredes blancas que reflejan con hi– riente intensidad los rayos del sol.

Las piezas forn-mn dos o más lados de un cuadro abierto que se llama el pafio, por lo general comunicado con la calle por un por– tón pavimentado, capaz de dar paso a un hombre a caballo o a un carretón con todo y bueyes, y es aquí donde se colocan los pro– ducios de la hacienda o cualesquiera ariícu– Jos o trastos de la casa. El corredor, que se exiiende alrededor de la casa en su inferior, está por lo común unos pocos pies 111.ás aHo que el pafio y se pavi111.enta con grandes bal– dosas. Las casas, 111.uros y todo el conjunto

de edificaciones anexas, están enfejados y en

todo aspecio 111.ejor adaplados al clima que si se e111.pleara tejamanil o pizarra. Una bo– dega y otros apartamentos de la casa se ha– llan 111.ás allá del corredor. Muchas casas tienen grandes jardines llenos de flores, se– parados de la calle por elevadas tapias y atestados con el 111.ás verde arbolado, donde hunca falian los 111.angos florecidos y carga– dos de fruta todo el años, con sus ra111.as arrastrándose por el peso de las hojas y ra– cim.os de estas deliciosas frutas, que se ofre– cen pródigamente a los transeúntes.

Aunque en general me defraudó la be– lleza de las nicaragüenses, durante mi per– 111.anencia en Chinandega y en León encon–

±r~ varias veces la gracia y la elegancia ge– neralmente caracierísticas de la señorita es– pañola. La costu111.bre de casarse las perso– nas de distintas razas, práctica observada por

los blancos, indios, "mestizos" y hasta ne–

g:rOSi han contribuído en mucho a deteriorar la belleza de la mujer centroamerícana y ví esto particularrnente en Honduras, pero en toda esa república, como en Nicaragua, ob·

servé frecueniemente rosiros y forrnas que

hubieran hecho IJsensación" en cualquiera

reunión elegante. La a111.algama no ha sido iotal; y 111.ieniras, con 111.ucho, el mayor nú– 111.ero se halla sólo teñido con un pringue de sangre india o negra, el extranjero puede en– contrarse a cada paso con bellezas castella– nas puras, cuyas esbeHas figuras, sus :mane– ras finas, sus ojos negros y lánguidos y ex'

presivas rostros, confirm.an comple±arnen±e el

elogio que se les ha prodigado. Las faccio–

nes son, casi sin ex;cepción, finas, donde no

ha habido mezcla de razas en los antepasa– dos, hasta clásicas, preservando mucho del orgullo y el aire disiinguido de las castella– nas. La tez, siempre pálida, es de aquel rico y clásico color general111.ente atractivo de la juventud, cuando va acompañado de faccio– nes fina111.ente cinceladas, pero adquiere apa–

riencia de cera en los años avanzados. En

ningún país de los que yo he visitado, la

edad sigue tan de cerca al sexo femenino y en ninguno los encantos juveniles se disipan tan pronto. El clima no deja ningún rastro de lozanía en la vejez adusta, y con pocas excepciones en las rierras bajas de Nicara_

gua, ser viejo eS ser feo. Sin embargo, siem..

pre observé en a:mbos sexos en todas las cla– ses sociales, que la natural cortesía y gracia en los 111.odales suplen la faHa de encantos _físicos. La codesía en las clases educadas llega a lo solemne, y en las 111.ás re111.otas sec_ ciones de Honduras ~sto se observa con tal grado de exageración que se vuelve hasta ridículo. Los jóvenes son, por lo común, re– servados, indiferentes y de rostro pálido, casi todos tienen cuerpo delgado y visten a la

moda atnericana o europea.

Se prefieren los colores vivos en los ves– tidos de las mujeres y en una fiesta o en una misa de domingo, la combinación de los co– lores del arco iris, indiferenj-e al gusto, pro– vocaría una sonrisa en una bella del Norte. Los chales son en particular lla111.a1ivos. Pe– ro el efecio no es desagradable en una gran congregación, viéndose el conjunto de rostros

bonitos y ojos relucienies, en contraste con

los colores alegres. Es una idea equivocadq"

no obstante, la de creer que la belleza espa– ñola por lo general finge elegancia. Excep–

fo en las reuniones públicas, viste de colores obscuros, corno una compensación al color

de su 1ez; y el estudiado arreglo de sus orna– men±os de azabache en los brazos y alrede– dor del cuello, revela la preocupación por lés efecios con coniraste. Los dulces hechos con el azúcar del país (1) tienen gran de111.anda entre las dan-ms, que los comen a toda hora del día, con éstos, el infaHable abanico, el paseo a la caída de la tarde, y tal vez una cita por la noche alrededor de la Plaza, cons– tituyen la diversión, si no la ocupación, de la dama nicaragüense, al menos que con la de alguna función, se apresure a preparar algún aderezo extra. Debo agregar el enro· lIado de los cigarrillos de papel, lla111.ado ci– garro para diferenciarlo del puro, que es el nombre dado por excelencia al verdadero ci· garra. Aquellos Se fu111.an dondequiera y en loda ocasi6n. Si us1ed entra a la casa de un caballero, él se apresura a ofrecerle la hama– ca y un cigarro. El cigarro está en los la– bios del señor cura antes de entrar a su igle– sia, es el símbolo amistoso que se da a las personas que se acaban de conocer; una da–

ma, si desea ser amable con el extraño, le

obsequia un cigarro, hace usted una visita al Presidente de la RepÚblica y antes de entrar en los cumplidos del día selecciona él un ci–

garro de su tabaquera, y coriesmente se lo

obsequia ; su sirviente en el carrLÍno, delibe..

radamente, enrolla un cigarro y encendién– dolo con su eslabón se lo presenta a usted eIl

silencio estoico, corno cosa corriente; y en una

palabra, en todas las escalas sociales, en todo

(1) Pancla, o "rapadma", como se le llama ed el país

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