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seco su caballo de cola larga y pesado boca– do. Es el señor V .. , (1 J. bien conocido y

reputado ciudadano, que está ahora siguien– do su coslumbre inlTIemorial de pasear a ca–

ballo al fresco de la tarde. La silla recama– da de plata lo lTlismo que la cabezada, las riendas primorosamente labradas y las tin– tineantes espuelas, el espléndido sarape ti– rado negligentemente sobre el hombro iz– quierdo, revelan al hombre de buen gusto. Tiene el orgullo español de poseer preciosos

avías de montar. Ve que lo observarnos y

cortés se quita su sombrero de castor, al mis–

11:10 tiempo que "accidenialmente" espolea su bien entrenado corcel, que caracolea con evi–

dente satisfacción de su amo; pero habiendo yo recientemente dejado California donde en

cinco años de residencia había visto la más

perfecta equitación del mundo, el espectácu– lo de ahora me pareció más bien anticuado.

Luego se le unen otros, igualmente bien monlados y equipados, y todos se quitan el sombrero ante una bella de rostro pálido, de– mostrando que no son parcos en ÍÉl galante– ría. Después de un minuto de conversación seria, el grupo sale a paso rápido soltando sus cabalgaduras con aquel paso peculiar por el cual se las llama andadoras. Muchas

personas se aventuran ahora a salir de sus

casas y vagar sin rumbo por las calles con el paso típico que no se ve sino en las regio– nes de españoles e italianos o en las de sus

descendientes, deieniéndose a conversar un momento con un conocido dispuesto corno

ellos a COlTlentar el chisme del día o a cam–

biar noticias sobre la revolución, o con algún

viejo decrépito, a través de los barrotes de la ventana de la calle. Grupos de chicos panzones, algunos con solo la camisa y otros en estado de completa desnudez, de piel bri– llante como lustrosa caoba, salLan en la ca. lle, mientras un grupo de espigadas y bien formadas mujeres encienden sus cigarros y, pausadamenle, murmuran con la señora de la posada. De pronto la hora de la oración suena en la campana de la torre de La Pa– rroquia. Al instante se acalla toda voz; los

niños cesan en sus juegos canl.O por instinto; un súbito silencio se impone y el rn.ovimien±o

de los labios con el murmullo rápido y me– cánico de las formas acostumbradas para orar, se oye entre el grupo de las personas descubiertas. Una corta pausa y las campa–

nas resuenan de nuevo en un alegre repicar,

las conversaciones y juegos se reanudan don–

de habían cesado; la noche avanza; una tras

otra las puertas y ventanas se cierran y se atrancan; las calles se tornan desierfas y el vigilante, con linterna y mosquete, marcha al compás del tambor; y a las nueve, el si– lencio reina por la ciudad, salvo cuando, a

(1) .Es po~ibl7 que el autor ee refiera a. D Belnardo Venario, uno de

los vecmos prmClpules de Chinandega. en la época de In visita. de Wells Fue casado con. Doña Ignacia Gnsteazol"O: de este matrimonio nació Doña Car– men Venel'lo Gasteazoro, esposa de Don Francisco Mora.zán Moneada,

intervalos, el agudo grito de "alerfa!" de los

centinelas nos hace recordar que, en medio

de todo el esplendor rural con que la Natu_ raleza ha adornado a Nicaragua, sus hijos parecieran trabajar para anular las bendi. ciones que les dispensó la Providencia. Los solemnes campanazas del reloj de la iqlesia señalan la hora de las diez y, como los re. lámpagos que de cuando en cuando juegan con caprichosos destellos, en derredor del pi– co del volcán confundidos con el sordo re. tumbo de los huenos distantes, anuncian la proximidad de la tormenta nocturna, como de costumbre yo aseguro mi puerta y pron– to me entrego en los brazos de Morfeo.

Una costumbre muy encomiable en Ni– caragua, y en lodo Centro América, es la de tener un pequeño almacén en la casa de ha– bitación: la pulpería (1) que maneja la Se– ñora de la casa. De esta manera muchas

familias, empobrecidas por las revoluciones,

se sostienen parcialmente. Esto se ha pues– to de moda por la necesidad y a las mucha– chas más bonitas del país puede frecuente– mente vérselas deirás de los mostradores de estos pequeños establecimientos, vendiendo toda clase de arfículos domésticos. La pul. pel."Ía es frecuentemente el escenario de un

coloquio amoroso y aquí, se dice, se venden

al menudeo más escándalos y noticias que en ninguna otra parfe. La pulpería es -en realidad la "bolsa" de todas las clases socia– les para el cambio de noticias, como lo es el almacén de abarrotes en los Estados Unidos para la discusión de los sucesos políticos del día. Por las razones antes expuestas, sucede

que los tenderos son en su rnayoría mujeres o ancianos, aunque hay numerosos casos

donde el negocio al menudeo la hacen fir– mas importadoras,

Hasta 1840 la mayor parfe de los artícu– los manufacturados que se consumían en Ni– caragua se imporfaban de Inglaterra, que por treinta años gozó del monopolio de este comercio lucrativo. Pero con la aparición de los alemanes e italianos que reciente– mente resultaron poderosos rivales en este

negocio. el comercio de California, creció en

imporfancia, y considerables cantidades de artículos manufacturados y provisiones se iransporfan a Centro América en los barcos empleados en el tráfico.

Como tenía varias carfas de presenta· ción para personas de León, aproveché el ofrecimienlo que me hiciera mi anfitrión de usar su macho favorito, recieniemente traído de una de sus haciendas cercanas. La seño– ra, con la ayuda de dos o tres hermosas mu– chachas, se afanó la mañana de mi partida en prepararme golosinas para el camino y, como un gran favor, le ordenó a su sirviente Pablo que me acompañara montando una

(1) Tienda pequeña donde .se expenden articulos de consumo diario,

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