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jardín". Lo primero pertenece al arie deco– rativo y 10 segundo al arie por el arie.

No era indiferente el indio de Nicaragua a la idea y a la expresión de la belleza, sen– tía el impulso esiético en alío grado y lo ex– teriorizaba de mil maneras en la manufactu– ra de variados objetos de uso diario y casero, como lo demuestran los hallazgos arqueoló– gicos realizados en :muchas paries de la Re– pública. También en los peiroglifos demos– tró el aborigen su capacidad y gusio esiéfi– cos de tal manera que m.uchas de las glipio– grafías cinceladas en la dura roca son verda– deras obras maestras del arie rupestre.

Naturalmente que en el examen y apre– ciación de los valores culiurales de nuestros indios no puede primar el mismo criferio con que examinamos las m.anifestaciones estéti– cas del hombre contemporáneo: son dos cul– turas diametralmente opuestas y que preci– san por lo tanto de reglas propias y especi– ficas.

Para apreciar como es debido una obra ariística aborigen es preciso tomar en cuenta el marco dentro del cual fue creada y lo exó– fico del ambiente culiural en que fue realiza– da. En este senfido los peiroglifos de Nica– ragua pueden considerarse como obras ariís– ficas y útiles al mismo tiempo.

La hechura de las gliptografías es ruda, infantil y a veces grotesca, llegando a repre– sentar solo una parte del objeto para indicar el todo: la cabeza de una persona o animal, por ejemplo¡ o expresando con dibujos con– vencionales ideas generales y complejas.

A pesar de iodo, a pesar de la aparente rusticidad, los grabados rupestres de nues– tros indios demuestran gran sensibilidad y especial adaptación de la retina para perci– bir impresiones instantáneas de las diversas

posiuras o posiciones de hombres, animales

y objetos.

El arte rupestre nicaragüense demues– ira, en efecto, rara habilidad, dominio téc– nico de hechura y una imaginación muy de– sarrollada de sus autores. Los símbolos cin–

celados en las rocas están eonfonnes a prin–

cipios sencillos de estéfica, propios de una mentalidad primitiva, si se quiere, pero rea– lizados con pericia inconírastable y confor– me al genio inventivo individual. Debemos admitir naturahnente que la ejecución de los petroglifos es, en apariencia ruda, sus causas habría que buscarlas en las definiciones del aborigen en el manejo de instrumentos im– perfectos, ó en lo primitivo de éstos, o en am– bas cosas a la vez.

. Carenies de toda perspectiva los petro– gh.fos nos parecen m.onóionos y simplistas a pnmera vista¡ ingenuos y primitivos en sen-

±ido apreciafivo. En efecto, el trabajo del arfista nativo es sencillo, directo y natural, el amerindio extraía sus lnateriales de la vi– da¡ muchos dibujos parecen haber sido eje– cutados de memoria, aunque cierios detalles secundarios los sacase de iornlas reales.

Completa es tmnbién la independencia del esculior nativo en la representación de

los motivos simbólicos. Las figuras podrán

ser las mismas pero diferirán en su concep–

ción y realización

No Se ciñe el ar±ista a norma alguna¡ re–

vela, en cambio, técnica peculiar y propia en consonancia con las ideas y creencias de la

iribu o grupo étnico a que pertenece¡ detalle, este último que permite catalogar los pelro– glifos y atribuirlos a determinados grupos cullurales.

Débese insistir en la profunda inHuencia ejercida por la magia y las creencias religio– sas y los milos en el desenvolvilTIiento del arie rupestre de Nicaragua¡ pero aún en este caso, al cincelador de las rocas por razones mágicas o culturales, podía dar rienda suella

a su iniciativa e imaginación.

Detalle importante: tenía muchas veces al dia que adaptar la figura o representación a la peña o piedra, o a la superficie previa– m.ente escogida, la cual era a ratos inadecua– da, ya que su reducido iamaño impedía abarcar el dibujo entero, cosa que le obliga– ba a truncar el conjunto, o lal o cual deialle, en detrimento del lodo. Esto no siempre da– ba corno resultado un compuesio armonioso para el crítico del siglo XX, ya que los sím– bolos se extendían más allá de lo que per– mitían las secciones de la roca. La indife– rencia aparente del indio hacia la armonía de conjunto es la causa principal de la des– proporción existente en rrmchas de las glip– tografías de Nicaragua. Grababa el nativo lo que podía grabar en determinado lugar¡ el resto lo intuían sus hermanos de raza co– nocedores del alcance y significado de los sÍlnbolos rupesires.

El desarrollo de ciertos rasgos en deler– minada figura llevaba al indio a descuidar olros, y de este modo abandonaba la repre– sentación realisia. En última instancia los reemplazaba por el simbolismo en el que unos pocos trazos bastaban para dar ideas del objeto, animal o persona, rasgos que po– día estilizar y transformar en signos conven– cionales: era el paso del dibujo realista al abstracto o convencional.

Las semejanzas accidentales que en la naturaleza encontraba el aborigen, produ– cían en su menie asociaciones tales que le impulsaban a transformar el objeto naiural

en una representación más comple±a de lo

ideado o tomado por modelo. En una u otra

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