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« Previous Page Table of Contents Next Page »dentes extranjeros y aquellos lugares que se hallaban bajo la protección de las banderas
consulares francesa, inglesa o americana.
Por esta razón, don Mariano había sido des– pachado a San Francisco con el propósito de que se hiciera ciudadano de los Esiados Uni– dos y pudiera así presér-var una pequeña par– te de las posesiones familiares. Pero hasta este expediente había fallado y parecía que la única esperanza era que el éxi:to de cual– quiera de los dos partidos pusiera término a la guerra.
Con tales métodos de tributación, injus– tos y sumarios, nO hay por qué sorprenderse del miedo constante de la gente a los cabe– cillas, politicos y militares, cuyas intrigas y discordias han inundado al país con sangre y des±ruído iodo lo que se asemeje a un de– sarrollo industrial. No obstante, el viejo ca– ballero era ienaz e inflexible liberal, cuyos recuerdos databan de los días quietos de la dominación española, cuando bajo la Capi– tanía General de Guaiemala la nación había al menos gozado de seguridad comercial y no iemía sino a los enemigos ~ue amenaza– ban a la madre patria más alla de los limi– ies de Ceniro América. Se refería a los días de Morazán, a quien recordaba con alegría entusiasta, y sus finas facciones se le ilumi– nabap. cuando traía a su recuerdo las agita– das guerras de 1839 y f840. El señor Mon– tealegre era el primer exponente verdaderQ del hacend~do centroamericano que yo en– contré en el país.
Corno de cosiumbre, por la noche la fa– milia se reunía en la biblioteca, donde yo hice al anciano un recuento de las noticias de California 'y de la guerra europea, de las cuales él no había oído' nada hacía varios meses. Una cautelosa observación suya me llevó á creer que mi huésped esiaba fuerte– mente inclinado a favor de la: causa rusa,
El señor Moniealegre era ienido en este aunque él parecía, no obstante, conservar él tiempo como el hombre más rico de Chirtan- respeio habitual, 'si no él temor al nombre dega, y durante nuestra permanencia en su inglés, cuidándose de no lanZar su opinión casa tuvimos la oportunidad de observar el en contra de él. Esta, no obstanie, puede método arbitrario empleado por el gobierno haber sido su acostumbrada manera de ex– ocasional del Estado para conseguir dineros presarse. Se me llevó finalmente a un dor– y sosiener la revolución. Al día siguiente rni:torio, a una cama con el lujo de sábanas de nuestro arribo la casa fue rodeada por limpias. Al estirarme con aquella sensación ±ropas de los revolucionarios, quienes des- de extremo bienestar que s610 pueden apre– consideradamente impidieron a la familia te- ciar los que han estado privados de ella du– ner coniacto alguno con el mundo ex:terior rante mucho tiempo, me pregunté cuándo hasta que diera una suma de cinco mil d6- podría yo de nuevo gozar de aquel placer, lares para sufragar los gastos de la adminis- porque todo el mundo estuvo de acuerdo en ±raci6n. La cantidad fue pagada la misma que después de abandonar la parte bien po– noche, y se me asegur6 que ésta era la cuar- blada de Nicaragua, podría decirle adi6s a ta vez que se hacía lo mismo desde el co- las más elemeniales comodidades de la vida. rnienzo de la guerra. Algunas otras fami- Eventualmen±e pude comprobar, sin embar– lias ricas habían sido gravadas con impues- go, que los centroamericanos son iotalmente tos acordes con sus probables recursos, y io- ignorantes en cuanto al país más allá de sus do indicaba lúgubres presagios para el futu- fronieras. Apenas me apresiaba a dormir, ro. Mi anfitri6n creía que la presenie revo- después de apagar mi vela, cuando el es– lución acabaría por arruinarlo toialmente. iruendo de un rayo disiante y el resplandor Solo se respetaba la propiedad de los resi- azulino por entre las hendiduras de la puerta
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a su mamá y a sus hermanas que el extran– jero que le acompañaba era su amigo, la ca– sa se me puso inmediatamente a la disposi– ción, que es la fotIna de indicarle a uno que se sienta como en su propio hogar. La resi– dencia del señor Montealegre es precisamen– ie la más grande y la más cosiosa de la ciu– dad, aunque nO tan bien amueblada y con los adelantos modernos de la del Sr. Thomas Manning, Cónsul bri:tánico en León. El an– fitrión mismo llegó poco después y me rei:te– ró la hospiialaria bienvenida que ya me ha– bía brindado la señora de la casa. La sala privada a la cual nos retiramos parecía con– iener los valores más estimados de la fami– lia. Aquí estaba la biblioieca con obras re– ligiosas e históricas, la mayor parie publica– das y empastadas en Barcelona. Un reloj yankee, al cual ninguna otra mano que no fuera de su dueño podría aventurarse a dar cuerda, estaba sobre una mesa que también conienía material para escribir y papeles de negocios, pues esie era el cuario que se usa– ba como oficina para las iransacciones de las varias haciendas del señor Montealegre. Numerosos grabados a colores colgaban de las paredes níl:idamenie empapeladas, sus– pendida y cerca de la puerta esiaba una re– presentación de la Crucifixión de Rubens, de tamaño naiural, que mi anfitrión dijo había sido ejecutada en Guatemala, y su color po– dría despertar la admiración en cualquier parie del mundo. Al otro lado del cuario se hallaba iendida la indispensable hamaca de pita, fabricada con cáñamo coloreado entre– tejido ariísticamente, constituyendo el lugar de descanso al cual el extranjero es cordial– mente invitado en prueba de consideración. Los pisos esmeradamente barridos y la niti– dez desplegada en toda la casa patentizaban la mano diredora de la mujer, sin cuya ayu– da el hogar mejor dispuesto cae en el des– orden.
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