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« Previous Page Table of Contents Next Page »anunciaron la proximidad de una de las tor– m,,¡ntas súbitas y violentas que marcan el fin de la estación lluviosa. Pronto el gol– pear de las gotas anunciadoras era seguido por Un diluvio, que producía un ruido ensor– decedor en el techo, mientras los relámpa– gos, iluminando el cielo del horizonte al ze– nit, parecían lamer con fieras lenguas las ventanas enrejadas. El inesperado resplan– dor era seguido por la más negra obscuri– dad, y luego por los tremendos truenos que parecían ser el rebote, en nuestros oídos, de los volc~nes circundantes. Estaba yo segu– ro de que Un rayo había caído en una casa cercana, lo que al día siguiente pude confir– mar. pero esto es aquí un hecho de todos los días.
Los nicaragüenses se acuestan y se le– vantan temprano, hábito que es de aplau– dirse, ya que los capacita para gozar del fres" COl' delicioso de la mañana, cuando se lleva a cabo la mayor parte del trabajo hogareño cotidiano. Al despertar ví a Mariano andar silenciosamente por mi cuarto, y notando él que yo estaba despierto me sugirió tomáse" mos un baño en una quebrada cercana, que me dijo había usado desde su infancia. El catito de los gallos y el ladrido de los perros, aé'regados a la voz fuerte de la señora, de– bieron despertarme una hora antes; salté de la cama apenas me vestí, me uní a mi afable amigo, y juntos salimos de la casa. Nun,ca antes una mañana tan radiante ha embelle– cido al mundo. Ls,i? calles, perfectamente lavadas con el diluvio de la noche, parecían cOmO si hubieran sido nítidamente barrida¡;¡ por la mano de una pulcra ama de casa. El follaje del jardínmo¡;¡traba un lujuriante ver– dor ¡;¡obre los altos muros, con millones de 9'",tita13 de rocío que resplandecían a los obli– cuos ray013 del sol. El aire era fresco y vigo– rizante, tan fresc", ql;le no podía yo creer que me hallaba en el trópico. Hacia el Norte y aparentemente irguiéndose en silenci",sa ma– jestad Sobre el llan", tapizado de esmeralda, levantaba El Viej", su cabeza arrogante per– filado contra un ciel", sin nubes y resplande– ciendo con la variedad de todos los verdes agolpados en <lensas masas a lo largo de sus faldas empinadas. La ciudad estaba ya en
:movimiento, después de una a.cfiva carnina±a
llegamos al arroyo, lugar de baño de los chi– nandegos desde tiempo inmemorial.
Una dificultad, lio obstante, se presentó y la cual a mi mente ingenua parecía insu" perable. El arroyo, desbordándose por una plataforma profunda y clara, de unas docé yardas de ancho, formaba más abajo una co. rriente propia para lavar en ella y allí estaba un grupo de lavanderas, viejas y jóvenes que al parecer se habían apresurado a toma; posesión, temprano, del lugar. Le indiqué
mis escrúpulos a Mariano, pero éste con una.
sonrisita tranquila se desnudó y se zambu. lIó, seguido de una media docena de recién llegados, tan tranquilos como si estuvieran en medio de un bosque. Tal proceder no despertó la menor sensación entie la cOngre_ gación del jabón yagua de más abajo y por último, llevado por la tentación de la~
linfas claras y frías, pronto estaba yo bra. ceando en las pequeñas olas formadas por la corriente. El pudor en estos aspectos tie.
ne poca apreciación en Centro Arnérica, aUn~
que el rehusar un extranjero a bañarse co– mo se acostumbra en el país, se toma gene– ralmente como una moda extraña que se ha traído de afuera y la cual el tiempo se encaro gará gradualmente de borrar.
A nuestro regreso hallamos las mesas dispuestas para el desayuno en el gran CO" rredor; el desayuno consistía en tortillas ca" lientes, pan, mantequilla y queso, carne es– tofada, frijoles, chocolate y leche. Una in– dia muy agraciada, de grandes ojos avella" nadós y de manos y brazos que podría envi– diárselos 'la dama más aristocrática. nos es· peraba, y ágil cumplía las órdenes de Maria~
no, que según pude comprobar era el amo de la casa por ser .el hijo mavor. Los pies desnudos de e¡;¡ta Hebe morena hacían un :ruido acompasado en el piso enladrillado, y cuando el desayuno terminó nos trajo una cesta llena con deliciosas frutas y un manojo
c;!", cigarros. Me eché en la gran hamaca con una sensación de abs",l~:¡p. regocijo, y mirando la perspectiva soñad",ra de la on– deante verdura, la vista limitada por el cono azul de un volcán distante y por los muros blancos de la hacienda, medio escondidos en su pródiga esmeralda, me entregué a la fascinación de la hora, contento de todo, me– nos de que mis seres queridos allá lejos no pudieran compartir conmigo las bellezas siPo par de estos paisajes.
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