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« Previous Page Table of Contents Next Page »los caminos n6 se arrUinaban por su causa pudiendo pasar carretones del puerto de EÍ
Realejo durante todo el año, sin interrup_ ción. La tierra aquí es de limo negro, de cinco a ocho pies de hondo y produce dos co– sechas anuales. Muchos productos crecen espontáneamente. El viajero constantemen_ te se recrea con las más halagadoras pers– pectivas y románticas vistas, muchas de ellas rematadas con el verde aterciopelado de al– gún volcán extendido desde la base de su co– no perfecto hasta la amplitud del llano.
Las personas con quienes nos enconirá_
bamos en nuestra ruta se paraban para con– gratular a don Mariano por su regreso o, si eran extraños, cambiaban saludos obsequio_ sos al pasar. La peculiar codesía de los cen– troamericanos se nota a cada paso. Es un rasgo que les distingue de inmediato frente a la indeferencia comercial de los anglo-sa– jones. Esto es particularmente el caso entre las clases más humildes, que con sus ideas ultra republicanas no han sido capaces de reprimir una casi servil deferencia ante una superioridad aparente por el vestir, porte O
maneras. Que un extraño no reciba un sa–
ludo respetuoso, si no sincero, cuando viaja
es la excepción a la regla. '
Nuestro viaje por este paisaje de hadas de Chinandega nos ocupó más o menos una hora, cuando en eso el mayor número de ca– sas y el ladrido de los perros nos indicaron que estábamos en los suburbios de la ciu– dad, y mientras unas pocas gotas gruesas de lluvia, acompañadas del estruendo de los ra– yos cerca de El Viejo, nos anunciaron el chu– basco que se avecinaba, aligerarnos el paso ya en las calles empedradas de Chinandega, y encontrando grupos de amigos de don Ma'
riana, nos encaminarnos a la :mansión de su
familia, que queda en la esquina de dos anchas y bien pavimentadas calles y cerca de la iglesia principal del lugar. La ciudad está en un llano a poco más o menos tres millas de las faldas del volcán (El Viejo) y ha sido por muchos años uno de los lugares más prósperos de Centro América. no habien– do sufrido corno León la destrucción de sus casas y edificios públicos a causa de la revo– lución. Estábamos a.quí en el mes de Sep– tiembre, que cercano al fin del período de lluvias se considera corno el más agradable del año.
Desmontamos frenté a la puerta, por la cual salieron varios sirvientes a recibir nues– tros caballos, mientras en la espaciosa sala una multitud de parientes, con la peculiar efusión para saludar que tienen los hispano–
americanos de sangre ardorosa, arrastró a
don Mariano al interior de la casa, colmán– dolo de atencic$es.
Fui formalmente presentado en pocas palabras, y cuando mi compañero le explicó
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(1) Sup6nese haee referencia a Br1'on Cole; N del E
las Segovias, Chontales y el PacHico, porción fértil conocida corno la gran llanura de León. No se han llevado estadísticas en El Realejo durante los tres años de revolución, así que los datos sobre las exportaciones e importa– ciones del lugar son materia de simples con– jeturas.
Desde California me había acompañado .el hijo de un caballero de Chinandega, don Mariano Montealegre. Su llegada de el Nor– te fue aclamada en todo El Realejo con las felicitaciones calurosas de sus muchos ami– gos y habiéndonos presentado a S. ., C (1) . y a mí a los grupos que le rodeaban, vi– mos pronto que éramos también objeto de especiales atenciones.
Se consiguieron caballos para don Ma– riano y para mí, mis dos acompañantes que– daron en El Realejo esperando el equipaje, que no llegaría sino hasta el día siguiente, así que diciendo el primer hasta luego a es– tos amigos desde nuestra salida de San Fran– cisco, acepté la invitación de don Mariano y, montando en uno de los espléndidos y nume– rosos caballos de su padre, galopamos jun– tos pOr el camino hacia Chinandega.
En un minuto salirnos de la sucia y pe– queña población y entrarnos en la campiña más bella que yo he conocido, a cada vuelta encontraba vistas agradables de rural es– plendor que, a pesar de lo mucho que esta– ba preparado para la escena, me tornaron enteramente de sorpresa. De cada dos ár– boles uno tenía frutos o flores. O era de va– lor tintóreo, casi cada arbusto era medicinal. Aquí la panacea echó sus raíces: la ceiba, el guapinol, la palmera, el tamarindo. el na– ranjo, el plátano, el banano, el higo y una dOCena más, familiares a la vista, mostraban sus frutos entre las hojas', a la vera del ca– mino y colgaban de sus ramas, invitando al viajero a gustar de su ambrosía en racimos tentadores. El cactus, que en otros climas menos propicios levanta su mezquina cabeza
ires pies, después de crecer en un inverna–
dero y con cuidados especiales, aquí crece a una altura de treinta pies, sin una rama y tan grueso corno el cuerpo de un hombre. Los setos por millas están formados por estas moles en Inuchos lugares, Inezcladas con las sombras ligeras de la higuerilla y de las ha– das, que a la distancia parecían uvas en agraz. Estos setos son en verdad los más du– rables en el mundo, haciéndose cada año más impenetrables y desarrollándose en can– tidades ilimitadas.
El catnino, en un suelo parejo, se curva–
ba románticamente a través de paisajes co– rno éstos, mientras el polvo, del cual todos se quejan en los meses del verano, se había aplacado por las constantes lluvias, aunque
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