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tudio del Coronel Child por los capifalistas ingleses, en el cual el canal se propuso de dimensiones :l:ales como para impedir la po– sibilidad de cruzar el confinente en un m07 derno vapor, parece que el consenso gene– ral ha sido retirarse del gran proyecto. La. perfección que el Teniente Maury ha traído al ade de la navegación, también ha demos– trado el hecho de que los viajes a la India no se acodarían por el canal. Un proyecto por cUyo control las naciones de Europa han puesto en el Hsmo centroamericano el celo más agudo y por el cual la rivalidad comer~

cial enfte Inglaterra y los Estados Unidos ha– bía casi llevado a ambos a una ac±itud beli– gerante, ha sido abandonado como imprac– ficable o. al menos, como innecesario para las exigencias del comercio o, bajo cálculos de los grandes capi:l:alistas, corno una em– presa no remunerafiva.

La distancia del puedo a la población de El Realejo es de dos leguas; los servicios de transporte consisten en una diminuta lan– cha pedenecien:l:e a dos muchacos que, colo– cando nuestro eq'l,1ipaje en otro bote más grande que nos seguiría más despacio, se afanaron en su lélbor, y después de media hora de remar, dejamos tan atrás la primera curva del río, que perdimos de vis:l:a el océa– no, y ~l estruendo de la rompiente era ya 5010 un murmullo por en:l:re la arboleda. La marea subía rápidamente por largas y silen– ciosas e"tensiones de agua, que reflejaban en su superficie de espejo las márgenes de la selva que festonan el río por ambos lados.

Tres millas más arriba pasamos por las ruil'las de un pequeño. fuerte, en la :ribera -Sur, que se nos dijo había sido levantado po);' -los' bucaneros en una de sus invasiones al Pl;iís. Sus montículos de piedra cubiertos de maleza ~mtre las cuales la marea fluye, tra– jeron vivamente a nuestra memoria las lu_ chas tElrrificas y las crueldades despiad,adas de esios intrépidos ladrones del mar para con la débil raza objeto de sus ataques. Aguas arriba el viejo merodeador guiaba su banda de barbudos y, entrando a El Realejo, saqueaban la ciudad, que entonces tenía quince mil habi:l:antes, y salían de ella per– diendo si acaso uno de sus hombres.

A una dis:l:ancia de media milla de El Realejo abrió un canal el Padre Remigio Sa– lazar, cuyos actos carita±ivos le han captado el cariño de todas las clases sociales, consi– derándole casi como objeto de adoración.

Nuestro bote tocó fondo con su casco cuando proseguimos, y unos pocos minutos después, rodeando una punta de densos bos–

qu~s, al parecer aptos para el cultivo de to– dos los productos tropicales, atracamos en un muelle medio desfruJdo que se extiende has~

ta: la mitad de la ensenada y sirve de lugar de: desembarque a la ciudad.

Sa1±amos a fierra dando gracias a nues– tra buena estrella por haber llegado a la parte Norie del país tan fácilmente. Nos di– rígÍlnos a Un hotel, propiedad de un inglés fanfarrón, que nos dio la bienven,id,a a su ca– sa con aquella complaciente fam~liaridad ca– racierísfica en los que tienen trato con las gentes del mar. Nuestro equipaje quedó en la aduana para su inspección; la guarnición en aquel edificio y la del cuariel inmediato llegaba a dos negros flacos y un oficial na– fivo, de buen aspecto, cuyo saludo coriés cuando nos acercamos, agregado al toque de su atavío regimental, con pantalones y gue.:. rrera bien ajustados, nos hizo observarlo con simpatía.

El Realejo, tal comq está, puede ser exa~

minado hasfa la saciedad en una hora. Nos quedamos allí lo suficiente pata conversar con el inglés, que no sabía de la historia del lugar nada' anterior al es:tablecimiento de la Ru.l:a de Tránsito, y claramente suponía él que había sido fundado en tal época, y en– tramos en converfilaciqn con el solitario cura del lugar, que safisfepho por la perspectiva de un audHorio comebzó a narrar de:l:allada– mente la fundación de la ciudad en el siglo XVI, la gloria pasada de su convento y sus edificios, las incursiones de los fili\:;lus:1:eros y

el decaimiento progresivo del lugar bajo el dominio español. Los viejos na,tivós enfáti– camente afirmaban que un gran tesoro ~s­

taba enterrado en las ruinas del convento de San Francisco, parie del cual había sido des– cubiedo, y que don Julio Balcke, un caba– llero alemán a quien después conocí. había comprado ¡;¡l terreno donde estuvo dicho cqn– vento por $ 4.000.00 con la intención de es– carbar el sitio en busca de doblases, cuando la mano de obra fuera m~s barata. El Sr.

Balcke me confirmó este aserto después V me aseguró que varias cantidades de dinerO ha– bían :¡¡id6- encontradas en las ruinaS y !=lUS al– rededores. Caminamos despacio entre ellse¡,

y noté su rápido deterioro, el Gual es inevita– ble en este clima. Hasta los grandes blo– ques de piedra de los muras de la forre, en pie a pesar de los destrucfores, habían sido desplazados por la invasión de la maleza, la que fomando en cuenta el prolífico suelo al– canza una rapidez de crecimiento descono– cida en climas más fríos; que de arbustos se convier:l:en a los pocos años en grandes ¡§.rbo– les, agrietando y desmoronando la sólida mampos:l:ería en su progreso ininterrumpido. Pocos años más bastarán para que es:l:os agentes silenciosos acaben hasta con los res– tos que aun existen y que atestiguan la an– terior riqueza y esplendor del convento de San Francisco. El Realejo fiene ahora tres mil habitantes y el único edificio que puege :tener pequeñas pretenciones arquitecfónjcas es ll;i ~glesia de San Benito I :tiene alguna im.–

porfa~cia co~ercial por !=ler el puedo de mar de Lean, Chmandega y de la gran regi6n agrícola comprendida enfre las montañas de

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