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« Previous Page Table of Contents Next Page »a.ntemano por los más fuedes del grupo, los demás extendían sus ponchos sobre cubier– ta, más agradable que los estrechos cuartos de abajo, calientes por el vaho viciado de los pasajeros y la poca circulación de aire, que luchaba por entrar por la escalera de la cámara y salir por la escotilla firmemente
cerrada.
Con las velas desplegadas encima de nuestras cabezas. cada uno de nosotros. boca arriba, observaba la arboladura del barco haciendo erráticos recorridos por entre las estrellas, hasta que el movimiento monótono nos arrullaba hasta el sueño. No se oía más ruido' que el respirar de los durmientes. Has– ±a el timonel, dócil a la soporífera inclina– ción, aflojaba la cabilla de la rueda de man– do y echado sobre ella dormitaba en las ho– ras silentes. La noche estaba absolutamente
en calma; nuevas y extrañas constelaciones
parpadeaban en los cielos; la Es±rella del Node, centro de su eterna rotación, ahora
cercana al horizonte, se adivinaba confusa–
mente en la niebla brillante que colgaba co– mo ámbar hansparen±e sobre el océano. De lejos, tierra adentro, a través de la noche ve– nía el ruido sordo de la marejada rompién– dose en las orillas, mientras que a la dis±an–
cia, las montañas asomaban corno gigantes
espeC±rales en la obscuridad. Uno de los cu– ras, que no podía dormir, pasó frente a mí y viéndome despiedo me obsequió un puro, que encendí en la brasa del que tenía él en– ±re sus dedos. Roto el hielo, pronto me es– taba haciendo un recuento de sus aventuras en Gua±emala y, correspondiéndole, le dí una descripción de los grandes inventos del día, ahora' en uso común en los Es±ados Uni– dos. Sus ideas, sin embargo, eran gua±emal– tecas e inglesas. y creyendo él que tan solo un país en el mundo estaba más adelantado que el suyo propio en las artes. del progres,o cesé en mi intento. Como a la mayoría de los gua±ema1±ecos, cuyo con±aC±o con los in– gleses los ha predispuesto contra iodo lo nOr–
teamericano, a mi acornpañante se le había
enseñado que los Es±ados Unidos es un país próspero y con ambiciones para arrogarse
una si±uación dominante entre las naciones,
pero todavía en una posición comparativa– mente colonial con respeC±o de Ingla±erra. Los nombres de nuestros próceres más ilus– tres, surgidos de la gloriosa falange de la Revolución, le eran totalmente desconocidos, y admitió que, aparte de los trabajos his±ó– ricos que él había visto sobre los Estados Uni– dos, sus ideas de la República del Nor±e ha–
bía~ sido recogidas de las publicaciones me– xicEll:1.aS que regularmente llegaban a Guate– mala. Era esle cura uno de los pocos hom– bres cu1±os que encontré en el país y eviden– ciaba una sed de información, un compoda– miento caba.lleroso sin arrogancias, y era muy simpático comparado con los zafios que yo había conocido en Nicaragua. Mi ami– go el cura tenía consigo una copia de las
Cadas de Lord Ches±erfield traducidas al cas– ±ellano y editadas en México. Parecia que las tenía en grande estima, y me aseveró que él trataba de amoldar sus puntos de vista y acciones a esos modelos.
Cuando despertamos en la mañana del segundo día, los irisados matices del ama– necer se lanzaban conlra el mar desde las ceñudas cañadas y picos de El Viejo. Con suave brisa del mar en las velas, húmedas de rocío, la goleta se abría paso perezosa– mente hacia una entrada de la cosía a la cual nuestro capitán llamó "Pun±a Icaco". Upa a1±a nube de humo del Momo±ombo, fes– ±oneada con figuras plumosas y fantásticas, se destacaba con maravillosa distinción con– ira el horizonte, mientras en los esplendores de la mañana la amplitud del follaje ruti– lan±e Se extendía hacia nosotros desde la ba– se de El Viejo, como invitando a cobijarnos bajo sus deliciosas sombras. A lo largo de la playa, una linea de espumas nos indica– ba dónde la marejada inquieta dejaba sus furias; y al Nor±e y al Sur, tan lejos como la vista podía alcanzar. los a1±ivos conos volcá– nicos de un azul añil, alzaban sus picos has– ±a las nubes perfilándose contra el cielo bri– llan±e. Era un paisaje que, indeleblemente, se grabó en mi recuerdo y hasta los nativos, acostumbrados a la suntuosa belleza del pa–
norama centroamericano, salieron de su mo–
dorra para exclamar:: "qué bonita mañanaI"
Con una brisa refrescante pasamos la isla del Cardón, que se halla a la entrada, y
a poco anclamos en la rada de El Realejo, P1.1.erio solitario del Pacífico de Nicaragua y
memorable por las hazañas de los bucane– ros del Siglo XVII.
Durante el verano de 1851, con el es±a– blecimien±o de la ruta nicaragüense a través de Granada y El Realejo, se suponía que este puerto recuperaría su vieja posición en el co– mercio mundial. Se concibieron las más ab– surdas especulaciones en tierras y se hicieron los más grandes planes. de mejoramiento. Con el retiro de los barcos El Realejo volvió al estado de completa inactividad, del cual lo había sacado el con±aC±o con los nortea" mericanos y, exceptuando el recuerdo de los agitados días de la Ruta de Tránsi±o, con el consiguiente esca¡:no±eo de "dimes" (11 a los yankees, la prosperidad temporal del lu– gar desapareció.
La posibilidad de convertirse €In la ±er– minal en el Pacífico del Canal In±eroceánico, que por siglos ha sido el fema soporífero de especulación para cada uno de los gobier– nos con intereses marítimos, todavía dá al puerio de El Realejo algún valor a los ojos del mundo. Pero desde el rechazo del es"
(1) Monedas de O10 norteam'elicanas Quiere decir el autor, rate ri !11l0
a toda costa N del E
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