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cos minufos el silencio imperó en el poblado, hasta que un nuevo repique se dejo oír con un retiniín alegre, momento en que se rea– nudaron las ocupaciones. Desde el Coman– dante del puesto' al más insignificante de los haJ:)itantes, la observancia de este pequeño rito parecía un deber habitual considerado corno sagrado. Meses después, en les soli– tarias montañas de Honduras, cuando esta ceremonia se repitió en las aldeas alejadas del interior, yo siempre recordé ésta. la pri– mera vez que la había presenciado. Se ocu– pa tan sólo un momento, no se abandonan los deberes y para muchos est? pod,:ía to– marse corno un símbolo de sumlSlon mega a los formulismos del catolicismo, pero el acto, tan sencillo como es, tan primitivo en su ín– dole, desde entonces se quedó agradable–

mente iInpreso en mi menie como una evi–

dencia de los devotos sentimientos del pue– blo.

Por la noche extendimos nuestras man– tas en el corredor y bajo el dosel de un cielo profundamente tachonado de estrellas y con una luna en creciente hundiéndose detrás del tupido follaje al Occidente, pronto nues– tro grupo estuvo dormido, haciendo guardia uno de nosotros, aunque tal precaución pa– recía sobrar considerando la proximidad del

centinela vecino.

Temprano de la madrugada estábamos ya activos, y habiéndole pagado a nuestro amable viejo, montarnos, y ,a las seis deja– mos el poJ:)lado habiéndole dado una calu– rosa despedida al gordo Comandante, y al– quilado los servicios de un muchacho para que nos gUiara a través de un desvío que había al Occidente del camino real, que se– gún supimos estaba casi intransitable por el lodo. Antonio nuestro guía, ofreció sus ser– vicios hasta Masaya por cinco dólares; y aun– que pusimos en' duda su aseveración: hay lodo señores, hasta la cincha, nos pareció mejor proseguir con la caufela del caso. De común acuerdo dejamos el consabido cami– no real y seguimos a nuestro guía, que trota– ba ligero delante de nosotros y nos metimos en un denso bosque, siguiendo un camino en zig zag, que se adaptaba a las irregula– ridades del terreno. La mañana estaba deli– ciOsa y con las notas alegres de los brillantes pájaros. los vistazos de un cielo claro que aparecía a través de la celosía de las ramas tupidas, y el aire fresco y vigorizante de la

selva, proseguimos, conversando con nues–

tros acompañantes nativos que abiertamente expresaban sus opiniones sobre la revolu– ción. Lª mayor parte de ellos eran comer– ciantes, hombres más sensibles que otros a la influencia depresiva de un malhadado sis– tema de gobie:rno bajo el cual 'ellos labora– ban, sin importarles cualquier cambio con tal que se pudiera conseguir la restauYai:JÍón de la estabilidad comercial.

El panorama, en todo nuestro trayecto de cerca de ocho millas de El Obrªje a la pe. queña hacienda llamada "LOS C'i1ndeleros" era bello y romántico. Era la ép9ca de la~

lluvias más copiosas, cuando el húmedo Sue– lo, ahora caliente, nutría de vida a la tupida vegetación, dando vida a toda una variedad de arbustos y de enredaderas, que formaban una maraña a lo largo del camino, o subían por las majestuosas cellias, centel1antes COn sus espléndidas flores rojas y retorciéndose en festones de rica esmeralda en las flores– cencias adornadas de campánulas. Por dos veces vimos en el bosque grupos de monos colorados persiguiéndose los unos a los otros y saltando de una altura increíble, balan_ ceándose con maravillosa precisión de rama en rama, colgándose por sobre nuestro ca– mino y protestando con cómica seriedad con–

tra nuestra intromisión en sus dominios.

Bandadas de loros avivaban la selva con sus parloteos y de cuando en cuando el' grito ronco de la garza azul se combinaba con el agudo chillido del mono colorado. Estába– mos ciertamente de vena para gozar hasta el límite la frescura y la belleza salvaje del panorama, porque cada objeto nuevo y ex– traño tenía para nosotros los encantos que se revelan por primera vez a la imaginación del lector. las floridas descripciones de' la vi– da del trópico y sus paisajes.

Al mediodía nos hallábamos en ¡'Los Candeleros", lugar apartado que se halla ¡nás o menos a medio camino entré el lago

y el océano, y rara vez visitado, excepto en la época de lluvias, época que sirve de alber– gue a los viajeros en ruta de Rivas a Na.n– daime. Al cruzar una quebrada de poCa profundidad, que violentamente corre entre rocas hacia el río Gil González, donde deSa– gua, dÍlÚos de pronto con una recua de mu– las conducidas por un arriero de aspedo tán sospechoso que el Doctor, contra nuesfros de– seos, lb paró y le eXigió que mostrara su ·pa– saporte. No era ocasión, sin embargo, para miramientos; los robos y las traiciones eraÍl frecuentes y el hombre, sin protesta alguna, presentó sus papeles, los que fueron cuida– dosamente examinados, después eje lo cual se le permitió que siguiera su camino. Nues– tro amigo ofreció como justificación que de Rivas se estaba sacando pólvora de contra– bando para ciertos partidarios de Chamorro. Al arriero, sin embargo, le pareci6 cosa na– tural y corriente el hecho de que lo registra· rano A pocos pasos de la quebrada, subien– do una empinada cuesta llegamos a la ha– cienda que, según se nos dijo, otrora fue lu– gar de importancia considerable. aunque ahora sólo tenía unas pocas chozas destarta– ladas, en una de las cuales encontrarnos a dos nativos, que se levantaron precipitada– >nente cuando llegarnos,· evidentemente· alar– mados por nuestra presencia y. número. Pronto se 'tranquilizaron y en respuesta a nuestras preguntas sobre carne o alimentoS

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