Page 83 - lista_historica_magistrados

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Don Francisco Castellón, aserio que juzgué imprudente contradecir en aquellos momen– tos. Al anuncio, todos se pusieron de pie y la proverbial cortesía hispana salió inmedia– tamente a relucir. Se inquirió noticias de California; y el objeto de mis negociaciones fué eludido con tacio, porque era parte de mi diplomacia quedarme en silencio. Don Buenaventura me reprochó el no haber acu– dido a él para conseguir mulas, ya que tenía órdenes del Gobierno de ponerlas por cuenta del Estado a disposición de personas públi– cas, lo cual, corno supe después, consisiía en deiener por la fuerza iodo animal q).le se en– conirara. Me prometió las mulas para aque– lla misma tarde, y después de varios saludos efusivos y del cambio de cigarros (prueba de amistad), nos despedirnos. "Al fin", pen–

sé, "se concedió :mi deseo". Por la tarde nos

presentarnos de nuevo, temiendo que los "asuntos de Estado" hubieran hecho que nuestro Comandanie olvidara sus reiteradas promesas. Nos aseguró, sin embargo, que nuestras mulas estarían lisias y disponibles tan pronto corno nuestro equipaje estuviera preparado. Pero vino la noche y al renovar nuestra visita al día siguiente, muy de ma– ñana, Don Buenaventura había salido de la ciudad para no regresar en todo el día.

Con este desengaño nos presentarnos ante l.jn oficial ahí cerca para que nos alqui– lara dos bestias de aspecio raquHico que co– mían zacate en el li'aiio, a lo cual, después de dos horas de pensarlo, accedió, peto a: un precio exorbitante. Era demasiado, iarde, sin embargo. para llevar a cabo el viaje aquel' día. y regresamos a casa a fin ,de es– perar la hora de salida a la mañana siguien– ie, El descanso de la noche restauró mi buen humor y temprano despachamos a nuesiro sirviente a~ cuariel por las bestias. Después de una ~ora de ausenc;ia regresó con esie inesperado anuncio: Ino hay! Em– pecé ahora a desellperar. Era obvio que ni francas promesas ni dinero podían comprar mulas en Rivas, corno tampoco podían ser robadas o presiadas. Más cuando estába–

mos convirliéndonos casi en blasfemos con

el tema de la puntualidad de los nicara– güenses. o de la faHa de ella. un mulero lle– gó de Rivas a su paso para Masaya condu– ciendo varias cargas de cacao y tres mulas de silla. Hicimos ahí luego un trato. y sin tener el deseo de salir inmediatamente. lo que hubiera sido una anomalía en las cos– tumbres centroamericanas, a las cinco de la iarde ya esiábamos lejos de Rivas.

Habiéndose divulgado la noticia de que los americanos esiaban presios a salir, se

unieron a nuestra comiliva cerca de una do~

cena de nativos que. corno después supimos, habían estado aguardando para beneficiarse de nuestra escoHa y compañía en el camino. Esperarnos a que pasara una fuerie tormen– ta, y luego montamos y desfilamos en orden

a través de la plaza, pasarnos frente al cuar– tel, y salimos de la ciudad, el Docior Davis iba a la cabeza de la columna, viendo hacia atrás, y no sin orgullo, la pompa de nues– tros hombres a caballo y erizados de armas. La proc'i'sión. ridícula corno nos parecía por sus mulas orejonas y peludas y por los tra– jes de los jineies. era no obstante de aspedo formidable, y varios entusiastas vivas ates– tiguaban la impresión que hacíamos, cuan– do dejarnos la población. Cuatro de noso– tros llevábamos rifles y revólveres, y el resto, n,osquetes de chispa o pistolas de poco efec– io. El despliegue marcial. agregado al res– peto qu'¡' se tenía a los americanos armados, para impedir un ataque de cualquier grupo del enemigo que recorriera los caminos.

A los pocos minutos de andar esiábamos fuera dEl la ciudad. Opuestamente a la ca–

sa del señor Hurtado, encontrarnos a un ame–

ricano residente, que cabalgaba a prisa ha–

cia Rivas, quien nos aconsejó que regresá–

ramos y esperáramos la confirmación de la noticia de la aproximación de las tropas de Chamorro. Nos manifestó que los cancinos estaban impasables y se hallaban infesiados de grupos de hombres hostiles. Pero una semana de vida monótona me había disgus– tado eníeramenie y, ansioso de avanzar, de– terminarnos correr los riesgos y enfrentar los peligros. La hacienda al lado opuesio del siiio donde habíamos cambiado impresiones se hallaJ;:>a desierta, salvo por unos pocos na– turales dejados para su cuido, y la consi– guiente manada de perros.' Siguiendo nues– tra marcha cruzarnos el río Gil González, po– co más o menos a cinco millas de la ciudad y a las seis de la mañana arribamos a la al–

dea de El Obraje, en donda.nos pareció, pru– denis pernociar. Al cabalgar hacia el pe– queño cuariel, el Comandante vino a nues– tro I"ncuentro, y al saber que éramos norie– americanos y partidarios de Casiellón. orde– nó El uno de sus hombres que trajera un jarro de aguardiente, pasando el licor por turno. El centinela, que cuando llegamos no había conocido nuesira divisa, temblaba cuando formarnos frente al cabildo, pero al notar que había licor, con nuestra disposi– ción amigable se tranquilizó.

Ante la invitación de un anc;iano vene– rable que ofreció alojamiento, corno su casa se lo perncitiera para pasar la nciche, des– montamos y enviarnos nuestros animales a

un corral cercano, entrarnos a la casa, donde

la señora y sus hijas calladamente prepara– ron una caliente cena para toda la concitiva.

Mientras estábamos desensillando las mulas, la campana de la iglesia del pueblo dió la señal de la oración, (1) al instante cada quien se descubrió y durante unos po-

(1) N del E-Como esta escena ocurre en Rivna liUpónetle un laPlu8 el

que el autor diga que "el nmIero lIe~ó de Riv8S"

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