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« Previous Page Table of Contents Next Page »son ocupados por plátanos y cafetos. El ma– dero negro se siembra a intervalos regulares y sus ramas frondosas protegen eficazmente la vegetación de abajo. Muy poco personal se necesita para cuidar una plantación no más grande que ésta de "Santl;!. Ursula"; la mayor parte de la labor corresponde al tiem– po de la cosecha. Se deja que las hojas caí– das Se pudran en el suelo; las raíces de los árboles, sin embargo, se mantienen cuidado– samente limpias y cada día los niños del ma– yordomo o los de los trabajadores van de un lado a otro de la plantación destruyendo los insectos que, si se les dejara, serían fatales a los árboles. El terreno de toda la finca, como es el caso de la mayoría de las seccio– nes de esta parte baja de Nicaragua, es ne– gro, de rico mantillo, que requiere por su extrema fertilidad el uso constante del aza– dón, a fin de evitar que las malezas crezcan con lujuria e invadan la plantación.
Hay que esperar de tres a cuatro años para que los árboles jóvenes comiencen a dar frutos, después de lo cual, según supe, siguen produciendo por espacio de medio siglo. No hay fincas, sin embargo, de esa edad para juzgar si esta aseveración es co– rreda. Se precisan pocos años, después de comenzar una hacienda, para que toda la finca esté firme y bellamente circundada con un seto de cactus y de plátanos, a me– nudo de veinte pieS de altura e impenetra– ble como la Inaraña espesa.
Nicaragua es capaz de producir por sí sola suficiente cacao para suplir a Norte An1é– rica, cón el esfuerzo de una industria bien dirigida y apoyada por un gob~erno progre– sista. Los árbOles, tal como los vimos, ya habían fructificadO, pero observaInos yemas, tIores y frutos al InisIno tieInpo en Inuchos de ellos.
Nada puede exceder a la quieta belleza de uno de estos fundos. Tanio COInO puede alcanzar la mirada aparece el follaje esfu– Inándose en la distancia y la perspectiva ro– deada de una uInbrosa verdúra. El suelo es– tá perfectaInente nivelado, espesamente cu– bierto con hojas secas caídas a tierra a causa de las lluvias, a través de las cuales Inillares de delicad9s pimpollos y de bellos botones revientan embalsaInando el aInbiente con gratos aromas. Las cerezas rojas de los ca– fetos, el color dorado del cacao y de las fru– tas en racimo de los plátanos, las naranjas y las limas ofrecían un agradable contraste con la eSIneralda profunda de la fronda. Arriba, en Inedio de las hojas protectoras de los palos negros, se agitaban bandadas de loros dándose prisa, con su parloteo ruidoso, de árbol en árbol, mientras a intervalos el grito áspero de las guacamayas partía el si– lencio, apenas visibles allá en las raInas más altas de un distante guanacaste. La única señal de la presencia humana era la voz de
nuestro cicerone cuando señalaba algún cu– rioso arbusto explicándonos sus propiedades o dirigía nuestra atención hacia la exuberan~
cia de las brillantes tIores tropicales. Aquí en verdad, parecía la región de la eterna f10:
rescencia, en donde rústicamente y sin nin~
guna atención, las plantas más raras y las flores más bellas erni±en su fragancia singu_ lar saturando el aire de ricos bálsamos. ¡Apasible "Santa Ursula"! ¡Pasarán muchos, Inuchos años, antes que tu solemne belleza pueda borrarse de mi corazón!
Cuando regresábaInos, a la entrada de la hacienda nos paramos a charlar con una muchacha de rostro bonito y pulcramente vestida, hija del propietario, que nos invitó a pasar adelante, a la vieja casa de adobe.
A! hacerlo, media docena de perros bravos,
excitados por nuestra apariencia extraña, sa–
lieron del corredor a ladramos, pero regre– saron sobre sus pasos al reproche de su ama. Una sonriente y sencilla indita, sirvienta de nuestra amiga, se hallaba cómodamente co– siendo un vestido de fantasía para una fiesta próxima. Levantó sus bellos ojos negros ha–
cia nosotros mieniras nos acercábamos, y
prontamente reasumió su labor; y a una pre" gunta casual que le hice, sólo vió a su ama y se puso a reír. A diferencia de las muje~
res de la clase humilde que yo había visto; esta usaba zapatos y tl'edias, artículos de lujo a los cuales evidentemente no estaba acostumbrada, dada la pesadez en su andar cuando se levantó y nos trajo bananos. Casi todas las mujeres de Rivas usan collares, ani– llos y aretes baratos que compran al buh~
nero ambulante, tipo familiar en todo el Sur de Nicaragua desde la apertura de la Ruta del Tránsito.
Ni el mayordoIno ni las mujeres sabían la extensión de la hacienda, pero bien podía ser ésta de media legua cuadrada. En Ni– caragua no se toman medidas exactas y las distancias Se calculan por caballerías o jor– nadas a caballo.
Mientras conversábaInos, vimos por pri– mera vez una oropéndola, pájaro bello que tiene el tamaño de nuestro petirrojo, con el cuerpo negro y escarlata y las alas y cola amarillas; este pájaro es cantor y con fre– cuencia se le coge y enjaula por esa razón. Aquí tOInamos nuestro primer vaso de tiste, bebida compuesta de cacao Inolido, azúcar y pinol, o maíz tostado y Inolido. Se le hace muy dulce y es realmente delicioso.
Meciéndonos perezosamente en la ha– maca que nos brindara la señorita y escU– chándola sobre la revolución y sus efectos desastrosos para la industria del país, nues– iras horas se deslizaron plácidamente. La
suave brisa acariciando las ramas frondosas entraba agradablemente por los anchoS co:–
rredores. Han estropeado todas las fiestElS
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