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Darío, con motivo de la publicación de su primera obra ilnpodante: "Después de ha– ber leído las 132 páginas de "Azul", la pri– mera cOsa que se percibe es que está Ud. penetrado de la más brillante literatura fran– cesa. Ud. conoce, ha leído y comprendido a Hugo, Lamadine, Michelet, Baudelaire, Le– cante de LisIe, Gautier, Bourget, Sully Prud– homme, Daudet, 201a, Barbey d'Aurevilly, Catulle Mendés, Goncoud, Flaubed, Rollinat y todos los demás poetas y novelistas. Y Ud.

no imita a nadie, no es romántico, ni natu–

ralista, neurótico, ni decadente, ni siInbolis±a,

ni parnasiano. Ha madurado Ud. toda esta literatura y, con el alambique de su cerebro,

ha extraído una rara quintaesencia",

El mism.o Daría quiso afinnar con res–

pecio a Vícior Hugo: "De la leciura de los alejandrinos del gran francés surge la idea de una renovación métrica que yo debía am– plificar y realizar más tarde".

En el santuario de la Bibloteca Nacional de París que es la Reserva de los libros más preciados, hace poco entr6 una obra publi– cada en 1961 en Buenos Aires y que es una compilación de obras escogidas de Mallarmé traducidas por Javier Abril. Para introducir este autor difícil a los ledores sudamerica–

nos, el editor no enconiró mejor recurso que

reproducir las páginas consagradas por Darío a Mallarmé en "El Mercurio de América", en

1898; análisis chispeante que 66 años más tarde no ha perdido nada de su poder pene– trante.

Se podrían muHiplicar los ejemplos de

este conocinUen±o "interior" que fenía Rubén

Darío de la literatura francesa.

Entre las prhneras leciuras de su infan– cia figuran, descubiertas en el fondo de una armario familiar, naturalmente "Don Quijo–

fe", pero también "Corinne", de Mme de

Staél, sin contar una novela francesa, dentro del gusto de la literatura negra tan a la moda a fines del siglo XVIII y principios del XIX: "La Caverne de Strozzi", de un tal Julius Ju– nius RegnauH-Warin.

Pero fue un poco más tarde, en la biblio– teca de Managua, en la que ocupaba un empleo desde la edad de 13 años, de los au– tores franceses contemporáneos suyos: Hugo donde Rubén Darlo se inició realmente en el conocimiento y Théophile Gautier, especial– mente, que se afanó en traducir pará el pe– riódico local.

Nadie podría pues extrañarse de que ese perpétuo viajero, ese espíritu abierto a todos los soplos del planeta, a quien Miguel de Unamuno calificara de "hombre de todos los países" habitara tan voluntaria y tan frecuen– temente en París.

Habitó aHernativamente en el Faubourg Montmadre, en las calles d'Odessa, Corneille, Michel-Ange¡ pero es aquí en el número 4 de la calle Herschel donde se puede más fácil– mente evocar su silueta, tal corno nos la des– cribió el malogrado Ventura García Calderón, otro de esos diplomáticos sudamericanos le-

trados y amigos de Francia, del que Vuestras Excelencias, Señores Embajadores, conservan

el brillante estilo y las tradiciones: "La mis– ma corpulencia que Verlaine y que Poe, la

m.isma dipsomanía que hizo tniSE;3rables sus

dos vidas, los mismos ojos de triste dulzura,

con cóleras e ingenuidades de niño . " "En

él -añade Calderón- la mezcla de razas

debía producir no sola:r;nen±e un gran clásico

casiellano, sino que, por su equilibrio y su don de la armonía, un Helénico de la gran

época".

Que me sea pues permitido, en nombre

de París, terminar expresando un deseo:

Puesto que Rubén Darío no es tan sólo

ese patriota nicaragüense que evocó tan mag– níficam.ente su país -y pienso en su poema

al Mom.otombo, el volcán que Vícior Eugo

interpelara así: "Oh, vieux MOIno±ombo,

colosse chauve e± nu",

(Hé aquí los versos de Darío:

El fren rodaba sobre sus rieles Era

En los días dorados de mi primavera

y en mi Nicaragua nafaL

De pronto, entre las cimas qe los árboles, vi Un corto gigantesco "calvo y desnudo",

y lleno de orgullo anfigue y iriunfal)

Puesto que Rubén Darío no es tan sólo este admirador de El Salvador que calificaba así, en 1912, qirigiéndose a los ledores de la

revisJa "1tIundial Magazine" en lengua espa–

ñola que dirigía en París: "El Salvador, uno de los países más interesantes, de los más trabajadores y de los más bellos de la Améri– ca española", puesto que Rubén Darío es

farrtbién ese escri±or, ese poeta hispánico so–

bre el cual otro célebre autor americano, el uruguayo José Rodó hizo este jUiCio impar–

cial: "Durante veinie años, de \tria

extremi–

dad a otra del Continente, no ha"habido nin– gún poeta que no llevara más o menos pro– fundam.en±e en el alma la marca de su garra renovadora: su pOqer fue más lejos y, por

primera vez en España, el genio alTlericano

fue respetado y seguido en tanto que inicia– dor. Gracias a él, la ruta de los conquis±a– dores se desvió de poniente a levante", puesto que Darío es considerado corno un maestro por todos los americanos que, de México a la Tierra de Fuego se consideran hermanos por la sangre y por la herencia latina (nuestros hermanos, pues, tam.bién, ya

que nosotros, franceses, descendemos, corno

ellos, de Roma) deseo que al busto de la Plaza de la América Latina, deseo que a esta placa de mármol que acabarnos de descu–

brir, se añada algún día un monumento "más

perdurable que el bronce, aere, perennius": la traducción al francés, si no de las obras completas de Rubén Darío, por lo menos de

sus libros principales: "Prosas Profanas",

"Azul", Cantos de Vida y de Esperanza", los que han añadido al pairilnonio universal de la humanidad el suntuoso legado de Nicara– gua.

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