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Caer en desuso
Las leyes que no se observan por muchos años, decían ,los juristas
que habían caído en desuso, abrogadas por una cosiumbre confraria.
Hay hombres de quienes análogamente puede decirse que caen en desuso.
Tienen su tiempo de florecil'nienlo, de brillo, de ruido.
Les llega el de la marchi1ez, de la opacidad, del silencio y aun del olvido.
Generalmente sucede ésto a personas de poco mérito, a quienes cir–
cunstancias especiales, anormales. pusieron sobre el pavés
Pasadas éstas, el hombre se hunde en la oscuridad: el b6lido queda perdido en el vacío.
Aun los hombres de mérito verdadero están sujetos a la ley del desuso.
El que por mucho tiempo se a usen!a de la tierra natal, donde fue
una figura sobresalienie y objeto de afectos en±Usiastas, al volver encuen–
tra que su tiempo ha pasado. Ve a su llegada que le han quedado sobre–
vivientes unos pocos amigos. Lo de!Tlás son nuevas generaciones que lo ignoran y aun oyen con extrañeza su nombre.
Tal vez no se resigne y trale de recuperar su puesto con la pluma o con la palabra. Acaso recoja algunos afectos, mas ya no podrá dominar voluniades, ni levantar entusiasmos. Va pasando su hora.
El que no espera volver pronto, si quiere seguir viviendo en la me–
moria de sus conciudadanos y que és.tos trasmitan su nombre a los suceso–
res, ha de ser, no solo un hombre superior, sino que por su parle ha de tra– tar de que no se le olvide, haciéndose siempre presente con las obras de su
ingenio.
Victor Hugo lo comprendi6 bien. Desterrado en Guernesey, no se limil6 a recibir allí visitas de numerosos amigos, de peregrinos intelectua– les que iban a rendir homenaje de ad,niraci6n al gran poeta, sino que es– cribi6 siempre, puls6 los bordones épicos de su lira e hizo comulgar al mundo día a día con el verbo fulgurante de su alma, convirtiendo una isla de trono desde donde descargaba sobre la tiranía los rayos de su in– dignaci6n.
Otro camino del desuso es la ancianidad, especialmente en países poco cultos, donde, por otra parte, también hay hombres verdaderamente grandes. El viejo se ve empujado a un lado del camino, apartado a co– dazos por una juventud ébria de ambici6n y de esperanza que s610 mira hacia adelante, que se olvida de ese encadenamiento necesario, evidente entre los que fué, lo que es y lo que va a ser.
El que llega a la ancianidad, por fuerte que se sienta, aunque den– lro de su coraz6n arda fuego juvenil, aunque su inteligencia eslé siempre brillante con la preciosa cualidad del aquilatamienio de su criterio, merced
a la experiencia, especialmente en esías regiones tropicales de creclluiento
y decadencias rápidas, apenas podrá ser considerado como especie de reli– quia, corno algo bueno que quedó en la vía al irotar arrollador del tiempo.
Puede esperar que en el día de su desaparecimiento algo se diga en su loor. Pondrán, tal vez, coronas sobre su tm~ilia; rnas las flores con que se formen han de tener el perfume de flores marchitas.
Esta es la ley irreIragable de la naturaleza. Vivir es cambiar, cam–
biar es :morir para que vivan nuevas generaciones que a su turno lUorirán.
y sobre todo lo que desapareció, silencio y olvido.
MODESTO BARRIOS
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