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pañol situado cerca de la Bolsa, que se lla– maba, pomposamente -nos lo hace notar él mismo con un gracejo que la asistencia di– plomática apreciará- "Gran Hotel de la Bol– sa y de los EmbajadQres".

Es aquí que tratará entonces de apagar su sed imperiosa de conocer y descubrir a a aquellos que, como él, escogieron la parte

más extraña de la vida: el ensueño, la crea–

ción.

Procura, en primer lugar, conocer a Ver–

laine, que tanto representa para él. La en– trevista le decepcionó y vale la pena de ser contada:

"El pobre Lelian se encontraba entablado

en un café de Harcourf, en equívoca compa–

ñía, Verlaine se parecia al retrato que hizo de él Eugene Carriere "Se notaba -noS cuen– ta Dario- que había bebido, golpeaba la mesa y contestaba, de vez en cuando, a los propósitos que se le dirigían".

Un amigo que acompañaba a Rubén Da– ría hizo la presentación: "Hé aquí un poeta

arneriéano, admirador suyo", "Yo -dice

Dario- murmuré en mal francés foda la de– voción que me fue posible expresar, conclu– yendo con la palabra: gloria".

Quien sabe lo que le había ocurrido aquella noche al desgraciado maestro.

Lo ciedo es que, volviéndose hacia ellos, y sin dejar de golpear la mesa, hizo de la glo– ria una definición contundente, cruel y difícil de relafar.

"Me retiré precipitadamente -añade Darío- esperando poder encontrarlo de nue–

vo, en ocasión más propicia".

Fue en un bar de los Grandes Bulevares que Ernest Lajeunesse le presentó a esa otra celebridad: Oscar Wilde, desde hacia poco sa,lido de la cárcel de Reading, donde había escrito la famosa "Balada".

Wilde, que vivía en París bajo el seudó– nimo balzaciano de Sébastien Melmofh, con– tinuaba siendo tan disfinguido, elegante y corfés como siempre.

Debía morir algunos meses más tarde, a la edad de 44 años.

Daría lo supo demasiado tarde y no pudo

asistir a su enHerro.

En el Café Napolitano se encontraba con frecuencia con el actor Sylvain Coudeline, Moréas, Paul Fod. Muy mezclado con la vi– da parisina, conocía sus detalles y sus peri– pecias, lo que le permitía escribir brillantes crónicas, algunas de las cuales han sido reu– nidas bajo el titulo de "Parnasiana".

Su verbo es divertido cuando evoca la acogida de nuestra Capital a Eduardo VII -o a Víctor Emmanuel- y el suicidio de un es– tudiante por el amor de una muchacha ligera.

O Rodolfo - O Mirní - O Mujer! - o tal o tal otro acontecimento corriente parisino que provocaba el desencadenamiento de las pasiones, a propósito de lo cual cita ,irónica– mente "Phédre" de Racine: "El cielo puso en

mi seno una llama funesta".

Pero el agradable compañero de las ho– ras parisianas perdía todo su dilatentismo cuando Se trataba de ciertos temas que lleva– ba en el corazón, sus patrias: la íntima Nicaragua, la grande: América Latina y es~

mundo interior que representaba para él la literatura francesa.

Es esfe mismo hombre que un crítico español, de la envergadura de Ramón Pérez de Ayala consideraba, en 1925 (antes pues de Garcia Larca), como el más grande poeta lírico que haya escrito en la lengua de Cer– vantes y de Calderón.

No es indiferente, en verdad, a los ami– gos parisinos de Rubén Daría, que Rubén Da– rio haya sido a un tiempo fado esfo.

Es quizá pensando en él que otro gran rapsoda que conocia el valor de lo eterno afirmó que toda virtud consiste en ser tran– quilo y fuerte: "Así es la nostalgia; vivir so– bre las olas y jamás encontrar asilo en el tiempo, y así son los deseos; diálogo en voz baja de la hora cotidiana con la eternidad".

Ciertamente, un poeta no descansa en pade alguna; su tumba no tiene zócalo ni ciprés, pero permitanme pensar, que Rubén Daría pertenece también a París.

.JEAN AUBURTIN

Presidente del Consejo Municipal de París.

Al rendir hoy homenaje, por mi medio, a la memoria de Rubén Dario, París recuerda el apasionado apego que el gran poeta ame– ricano le manifestó y que brota en tantos y tantos pasajes de su obra.

Abramos, por ejemplo, sU Autobiografía. Qué leemos? "Soñaba en París desde mi in– fancia a fal punfo que pedía a Dios en mis

oraciones que no me dejara morir sin conocer

París. París era para mi como una especie de Paraíso en el que Se respiraba la esencié! de la felicitad terrestre. Era la ciudad del arte, de la belleza, de la gloria y, por encima de todo, la capital del amor, la reina de los sueños. Y hé aquí que yo iba a conocer Pa–

rís, realizar la m.ayor aspiración de mi vida.

y cuando, en la estación de Saint-Lazare,

pisé fiera parisina, creí pisar tierra sagrada".

y qué leemos aún, en esta "Oda a Fran–

cia", escrita direcialTIenie en francés, en junio

de 1914, en el momento en que ya la máqui– na infernal de la primera guerra mundial se había puesto en marcha?

On clame: liberlél et nous iraduisons: Francel

y también:

Reine lafine éclairez noire jour obscur

Donnez-nous le secret, que vofre pas noua frace Et la force du "Flucfuat neo znergifur".

El crítico español Juan Valera, escribió a

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