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« Previous Page Table of Contents Next Page »ria de México el pr61ogo que hizo a la obra de Carrasquilla Mallarino, poeta colombiano y gran amigo de Darío, corno también redac– t6 el "Canto a la Argeniína" para festejar el primer Centenario de la Independencia de aquel país.
"Le Mercure de France" le consagró va–
rias columnas elogiosas y Dario aprovech6
su permanencia aquí para escribir numerosos
adículos desiínados a "La Naci6n", de Buenos Aires. Con los hermanos Guido, sus aInigos de antaño, fundó en mayo de 1911, la revista ilustrada "Mundial" y "Elegancias", cuya lec– tura se convirtió pronto en un verdadero deleite para los espíritus selectos de la época, tanto en Francia como en el extranjero.
Desde este modesto refugio escribi6, di– reciamente en francés, su majestuosa Oda intitulada "France-Amérique", de la que no puedo omitir esta magnífica estrofa:
Marsellesas de bronce y oro que van por el aire,
Son para nuestros corazones ardientes el canio
(de la esperanza Oyendo del gallo galo el claro clarln.
Se clama: ¡Liberladl y nosotros traducimos: ,Francia!
En 1911 aparece en la Editorial Garnier Hermanos una pequeña recopilaci6n de sus
Cadas, cuyo sentidQ filosófico y sabiduría no atrajeron de inmediato la antención ni el aprecio del público.
El 28 de mayo de 1911, el poeta asisiíó, en el Jardín del Luxemburgo
Este rinc6n de ensueños en el jardín divino, Propioio a las caricias como a las gracias es
a 1;3. inauguración oficial del busto dedicado a la memoria de Paul Verlaine, "le pauvre, el pobre, Lelian" que él había tanto admi– rado.
Fue una ocasión para darnos a conocer
en el "Mundial", que él conocía otras obras
de arte mejor ejecutadas por Rodin que el busto de Verlaine.
Dos obras poco conocidas salen a la luz en Madrid, en 1910, una de ellas es su "Al– fonso XIII".
En fin, es aquí donde concibe y publica su obra "Poemas de Otoño", dedicados a Ma– riano Miguel de Val, el poeta español que lo había tantas veces ayudado en Madrid. Los "Poemas de Otoño" son como el canto del cisne del aeda, que presiente ya su muede, rodeada de las iínieblas que proyecia sobre la humanidad la primera guerra mundial.
Sin duda todavía escribirá algunas obras y algunas poesías, pero nunca volverá a re– producir la virtuosidad y la sabiduría del Salomón del Eclesiastes, ni el refinamiento y hedonismo del OInar-Khayam, que había tan fielmente evocado en sus "Poemas de Otoño". •
PIERRE-CHRISTlAN 'l,'AITTINGER
Amigo de Rubéq Darío.
Toda obra necesita tiempo y silencio. Rubén Darío ha pasado ya por esta
prueba, tan necesaria.
Se retiró una tarde "en ese jardín de los sueños poblado de rosas y de cisnes err<>n– tes", pero nos dejó su clarividencia, el movi– miento de un pensaIniento y un sentido infinito de la belleza.
Los días y los años han fr<>nscurrido, hoy el hombre y la obra nos parecen estrecha– mente ligados en la misma permanencia del mundo y del espíritu.
Si la fidelidad, en su forma más perfecta, acaba por confundirse con la amistad gue proteje, es justo que los amigos que no habrá conocido y posibleInenfe ni tan s610 im<>gina– do, estén presentes en este instante en que París le expresa su testimonio.
Demostrando así una vez más que 1<> idea poética es lo contrario de la idea abstracia y que pertenece esencialmente a la vida, que es insep<>rable del fardo de los hombres.
Sí, Rubén Darío era ante todo un poeta, uno de esos de los que Jean Cocieau gustapa decir que sus noches están escritas en pleno
día.
No se definió a sí mismo cuando escribió, "Hacer de mi alIna pura una ",sirella, una fuente sonora con el horror de la literatura y loco de crepúsculo y de aurora....
Si los sentimientos esclarecidos y decla– rados que tenía hacia nuestro pais no deja–
rán nunca de elTtocionarnos, es evocando al
escritor, es pensando en el Parnasiano que
nuestra memoria debe Ser más minuciosa
aún.
Rubén Darío pertenecía ante todo a un solo reino universal de la poesí~: su voca– ción de escritor estaba grabada desde siem– pre en su destino, para él la definición del Arte, t<>l corno la hizo el autor de "Temps du Mépris", es la ruptura de una relación inte– rior enfre un hombre y el mundo.
Poeta de la naturaleza, describe fácil– mente porque siente tan profundamente "este árbol feliz, el agua de un verde irisado y de un gris tan cambiante, el pesado buey que contrasta con la suavidad de la aurora".
Para este espíritu fan atraciivo, la triste– za no es más que el signo de un alma ávida de elevaci6n, Rubén Darío nos ha dejado páginas esenciales. .
Habiendo sido lo que fue en esta Capital, le dio mucho a París, nuestro orgulo es gran– de al pensar que nuestra Ciudad pesó tanto en su obra.
Ouién no recuerda los acenfos casi reli– giosos con los que Rubén D<>río relata su lle– gada a la estación de "Saint-Lazare", eSe epi– sodio tan impodante de su vida" Y ante
esta casa donde vivió, me es grafo evocar, en
este momento, algunos de sus recuerdos. A su llegada se hosped6 en un hotel es-
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