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« Previous Page Table of Contents Next Page »miento económico eliminaba toda posibilidad próctica de movilidad social.
La disociación entre ética y actividad económica significÓ también una escisión en otro plano de ia con– ciencia colectiva el político Los grupos dirigentes se
fueron acostumbrando, con un cinismo más o menos
consciente, a los verdaderos abismos que podían pro– ducirse Yen el hecho se produjeron entre la práctica y las doctrinas oficialmente proclamadas En el terreno político Y administrotivo esta separación se hizo tem– pranamente mediante la ya citada fórmula de "se obedece (o se acata) pero no se cumple" Toda la vi– da hispanoamericana como que se desdobló íntimamen–
te y se hizo, por decir aSf, esquizofrénica, mientras en
la realidad exterior esa dicotomía se proyectaba en el contrást'e entre los pequeños grupos de señores blancos y europeizados y las grandes masas indias y mestizas, y entre las miserables chozas y aldeas y los palacios y catedrales de piedra labrada primorosa y hasta amoro-samente. por los índios.
Subdesarrollo en la abundancia
Hay que evitar, sin embargo, cargar las tintas sombrías del cuadro por un error de perspectiva al pro– yectar en el pasado, anacrónicamente, los conceptos del presente, o por no considerar las ventajas que sig– nificó para los indígenas americanos la intromisión de los españoles, sin perjuicio de los crímenes que éstos pudieron cometer o de sus errores En todo caso bien
conviene tener presente que la acción colonizadora de
España estuvo inspirada por un sentido moral, por una concepción del hombre, que la hicieron mucho más hu–
mana que la de otras naciones que tuvieron más
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éxi– to"
Al final de la Colonia, el barón Humboldt anotaba que "no puede ponerse en duda que entre los trópicos, en la parte del Nuevo Mundo donde no penetró la civi– lización hasta Cristóbal Colón, ha aumentado conside– rablemente el número de los naturales"
El aUmento quizá pudiera estimarse considerable para el pausado ritmo de crecimiento demogrófico de la época En el hecho, no parece, sin embargo, que la población de la América Española subiera entonces de 16 millones, a los que había que agregar unos tres millones de brasileños, incluídos entre éstos un millón de esclavos negros De esta manera, la población del Nuevo Mundo ibérico había aumentado en, aproxima– damente, un 60 % en el curso de 300 años En algu– nos países la población de raza indí'gena bajó hacia 1650, como ocurrió principalmente en México y Perú, pero el mestizaje significó no sólo un fuerte aporte de– mográfico sino la creación de una especie de puente humano entre la evolucionada minoría blanca de los conquistadores o sus descendientes y la gran masa de la población autóctona, en un estadio cultural mucho más retrasado. En el hecho, sin embargo, la mayoría de los mestizos se incorporó al medio materno indígena Según los cálculos de Humboldt, los 19 millones de iberoamericanos se dividían así' 45% de indios puros, 32 % de mestizos de toda suerte, incluso mula– tos y sus variaciones, 4 % de negros y un 19 % de blan– cos hacia el final de la colonia
Posteriormente y sobre la base de un análisis más
científico de los datos disponibles, acopiados por Ro– senblat e interpretados por Debuyst se ha llegado a cifras no muy diferentes para 1825, esto es, para el comienzo de la era republicana Ellas serían las si– guientes para una población total de 22,7 millones Indios, 35,6%; mestizos 27,1%, negros, 17,8% y blancos, 18,8%
Lo que importa para el caso es que los blancos, que fDl maban el grupo dirigente, no eron en modo alguno más de la quinta parte de la población total Esta situación global sufría numerosas variaciones de un país a otro. En el virreenato del Perú, por ejemplo, según Luis Alberto Sánchez, la proporción de blancos alcanzaba sólo al 8%, en tanto que el 70% era de indios y negros, y los mestizos no eran sino alrededor de un 22%
Sin pr$juicio de las iniquidades que podian come– ter los encomenderos (y que' o nosotros nos parecen mucho mayores de lo que resultaban para la sensibili– dad de la época), los ricos y variados recursos hispa– noamericanos bastaban muy bien para proporcionar una relatiVa abundancia a una población pequeña y que crecia muy lentamente. La abundancia y hasta el despilfarro de bienes de consumo en las Indias mara– villaban a los que venían de la empobrecida España. Las necesidades básicas de la población podían satis– facerse en el circulo de la economía agraria. Una téc–
nica simple, que no requería instalaciones costosas y
rasguñaba apenas los recursos naturales, bastaba para cubrir el consumo local y producir buenos saldos ex– port(lbles de los productos que necesitaba Europa A fines del siglo XVIH, las exportaciones hispanoamerica–
nas sin inc1uir, por tanto, las de Brasil eran tres veces
y media superiores a las de Estados Unidos en cifras absolutas y apenas inferiores per cápita' El peso de
plata hispanoamericano era moneda "dura" en el co– mercio internacional.
El sistema económico anterior al siglo XIX aun no exigía, en general, grandes capitales ni un complica– do aparato técnico para la producción, el transporte y la distribución Así, el Nuevo Mundo ibérico, con su naturaleza generosa y su mano de obra barata, sin la competencia de Asia y Africa, con buenos términos de
intercambio, tenía una buena situación en el mercado
ínternacional Como productora de géneros tropicales
y metales preciosos
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su posición era más bien de privi–
legio.
En esa ecanomia patriarcal y primitiva la desocu– pación no erd un problema social sino una costumbre inveterada y agradable Es un hecho que la mayoría de los indios y mestizos de Hispanoamérica, para no hablar de los blancos, comían y vestían mejor y traba– jaban menos, comparativamente, en 1790, que un siglo más tarde Su situación con respecto a los obreros,
artesanos y campesinos de Europa era mejor, o menos
desmedrada, que cuando la Revolución Industria! co– menzó a producir sus primeras ventajas para las gran– des masas de los que serían los países desarrollados "Más feliz hallaríomos quizá la suerte de los indios si la comparásemos a la de los campesinos de Curlan– dio, de Rusia y de gran parte de la Alemania del Nor– te", observó el ya citado Humboldt Según este
mismo, un obrero minero mexicano ganaba seis o siete
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