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« Previous Page Table of Contents Next Page »sin orden ni concierto. Una, dos, mil veces. Pedro Vindas sabía bien que ellos eran los
Se detenía jadeante enire la sangre y los bra- únicos habitantes de la Herra. Desde hacía midos y volvía a comenzar acicateado por la quince días la soledad se 10 venía repitiendo. angustiosa necesidad de acabar pronto. De De pie, los cuerPos tensos y suspendido el un machetazo le parnó la columna vertebral. aliento, apuñados en las Hnieblas que los ro– El Earcino dio un salto y cayó al suelo en deaban, esperaron la luz.
arco grotesco con la cabeza hacia atrás y la Pasaron ¡siglos de agua 1 ¡Eternidades grupa en alto. El acero rechinaba al dar con- de agua! ¡Océanos de lluvia! Una temerosa tra la osamenta. Pedro Vindas se detuvo ex- claridad lechosa Se coló de pronto en el ran– tenuado. El Barcino aún estaba vivo. Todo cho. ¡Por fin!
su éuerpo se agitaba en esterlóreo temblor. -¡Esperáie aquí! Voy a espiar afuera La sangre lo manchaba todo. La perrilla be- para ver si tenemos salida ... bís. con fruición en estrepitosos sorbos aque- -Tengo miedo, Pedro ..
lla mezcla de sangre, agua y barro. El Bar- -lNo seas pendeja, María!. .. lNo te cino era una informe masa desgarrada y ri- movás!
dícula, pero estaba vivo todavía. Resoplaba Bajó del camón y a tientas llegó hasta con angustia y tenía los ojos vivos, desespe- la puerla. Abrió difícilmente. Ante sus em~
rados, inmensamente tristes. Pedro Vindas pavorecidos ojos apareció un paisaje nuevo, volvió la cabeza, soltó el machete y corrió a distinto, extraño. Era como si hubiesen fras– esconderse en el inferior del rancho. María ladado el rancho a orro sitio. Nada le era se agitaba nerviosamenfe en un rincón, apre- familiar. El agua, hasfa donde los ojos al– fando a su hijo confra el pecho. canzaban penefrarla, lo había fransformado
Enfre el ruido del agua, llegaban hasfa fodo. Todos los punfos de referencia habían ellos los mugidos débiles y lasfimeros del sido arrancados de cuajo o anegados enfre el Barcino en su dolorosa agonía. Pedro Vin- lodo y los despojos. Una nueva geografía se das se fapó los oídos. ¡Cuánfo duraría aque- presenfaba anfe sus atónitos ojos. Solo la
1101 IEl Hempo ya no existía, fodo era eferno, cabeza del Barcino emergía fafídica colgada el agua, la agonía, el ferror .. , el hambre! del horcón. Pedro Vindas comprendió que Por el anochecer, ya no se le oyó más. Pe- no fenían salvación. Subidos a la fechumbre dro Vindas se acercó, recogió el ensangrenta- podrían subsistir algún Hempo todavía, pe-. do machete y comenzó a desgarrar frozos de ro... i,y después? Después tal vez vendría carne. María, femblorosa, iba extendiendo alguien, tal vez dejase de llover, fal vez ... las manos tras él, y sin mirar lavaba los fro- Enfró resuelto. Subió por el fogón, don~
zos de carne en la lluvia y los iba arrojando de aún ardía el rescoldo, y como pudo, par– a la canoa. Cuando la fatiga los rindió, Pe- Héndose las manos y forcejeando con la ca– dro Vindas, lleno de sangre, se puso de pie. beza, logró abrir Un boquete en el techo; La ¡Estaba llorando! lluvia se coló impetuosa. Cerró de nuevo y
-¡Maldita lluvial resolvió esperar aún dentro del rancho. Aún Una fría humedad le interrumpió el sue- tenían carne y el fogón ardía fodavía. To~
ño. Pedro Vindas desperló sin comprender. davía estaban vivos. De pronfo, se crispó. lEra agua! ¡Agua! ¡El -Esperemos, ¡qué!
agua que había subido hasta el camón! Se - ... ¡A que Dios nos ayude!
incorPoró rápidamente. La oscuridad era fo- Por la noche el temporal duplicó su fu-
tal. Sus ojos desorbitados luchaban con las ria. Las cabezas de agua bajaban refum– sombras. Tendió la mano en dirección al bando de los monfes en horrísono desborda– suelo. ISí, el agua había invadido el rancho! mienfo, asolando, arrasando, anegando. El Gritó, agua subía, subía, subía implacable. De pie
-¡Marial ¡Marial ¡El agua! ¡Cogé al sobre el camón, Pedro Vindas esperó la úlfi-muchacho! ma batalla. Ahora el agua les daba a medio
-¡No sé, no sél IParáte! muslo, muy pronfo llenaría todo el rancho. Las voces se perseguían en la oscuridad El bahareque no era fuerte, no resistiría la como buscando asidero. presión del agua en las paredes. No se po- -¡Nada podernos hacer ahoral Espere- día esperar más. Subieron por el hueco del mos hasta que amanezca. . . techo. Pálidos, agofados, febriles, recibie-
Los puñales de la lluvia se clavaban in- ron en la carne el duro impacto de la lluvia. clemenfes, verticales, en la reblandecida tie- Era corno la húmeda reverencia de la muerte, rra. El agua iba subiendo cada vez más. Se la evidencia de su impotencia. María estru– colaba como una increíble víbora por todas jaba contra el pecho el frágil cuerpecillo de las rendijas e implacablemenfe iba enrOSCan- su hijo cubierto por gangoches ásperos. do entre sus líquidos anillos cuanto se infer" --Si llegarnos a la mañana. . . Puede ponía a su paso. Como insuflada por un sa- ser que esta sea la cola. .. el último rema– fánico aliento, subía, subía, subía, hinchaba lazo del temporal. ..
sus mortíferas escamas en hisféricos remoli- Por el Norte, se produjo algo que pare– nos pesfilentes, burbujeaba vertiginosa enfre cía una alucinante claridad, un blancor pú– cercos de espuma. La única solución era su- dico y medroso. Pedro Vindas se quedó mu– bir al techo y esperar. .. i,Esperar? ¡Qué!... do mirando con los ojos fuera de las órbitas
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