Page 69 - lista_historica_magistrados

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El cerrQ se fJ¡.e l"negreciendQ, s610 se po– dí n distinguir los é.rboles que ¡¡e recodaban . eel azul del cielo. /1. la derecha del rancho e¡1 xnira ben vl¡l.<;:$S Y un patacho de yeguas

s~ 'en~() zacate"en el llano. .' . c :rTI1 Pala peIis6 en que pronto pasana Reml-gio de regreso. El coraz6n empezó a gol-eede con fuer~a. . p Fue a ver 'al hombre y lo encontro dor– mido, con la boba abierta y la botella metida debajo del cuero. Se acostó con él, apagó la luz del fogón y esperó alli tranquilament~

para escuchar el galope del caballo de Reml– gio. El hombre despedíe un fuerte olor a eguardiente.

En la quietud de la noche sólo se distin-uia el maullido del gato. Pero de pronto

~l gato dejó de maullar, había encontrado algo lo llevaba de un lugar a otro con los diell:Íes. Encontró la puerta del rancho abier– ta y entró con aquello que llevaba en la boca. Se le escapaba de 1011 dientes y lo atrapaba de lluevo con sus pequeñas garras de felino. Anduvo de un lugar a otro dentro del rancho

y por fin llevó aquello que tenía en los dien– tes al propio lugar en donde el hombre y la mujer dormíJ:ahan profundan:e~te. Pala ell– iabe ten, dQrmida que no IImtió cuando el gato pes6 1I0bre su brazo rozándole con aque– llo que llevaba.

El gato lIe quedó allí rozándola siempre con la cola.

Afuera parecía que el cielo dellpejaba. En la sabana no se veía más que dos o tres 'lacas echadas y el patacho de yeguall cerca de la puerta del cerco.

Pola despertó sobresaUada pensando en Remigio. Apoyó la !nano y el brazo dere– cho para poder hacer fuerza y levantar el cuerpo, pero dos agujas !nuy afiladas le apre– taron el puño en la !nano. Un grito de susto se levantó de SUl> labios. Hizo uso de la ma– no izquierda para tocar aquello que la pun– zaba en la mano derecha y sintió una cosa

helada y pegajosa, algo que estaba yerio, pues no se !novía. Retiró la !nano izquierda !3011ozando de dolor. Dos gritos horribles y dolorosos salieron de su boca con una queja lastÍInera. El dolor que a cada momento se le volvía más ""gudo, insoportable, se le iba subiendo por todo el brazo y por el hombro derecho.

-¡Me muero! ¡Me muero! ¡Por Dios

me muerol ..

y con la mano izquierda golpeaba dura– mente el cuerpo de su compañero para que

despertara, pero éste parecía un cadáver, in–

móvil e insensible, como si hubiera estado completamente muedo

¡Me muero! ¡Ay, n;>e muero! ¡Desper– táte, mirá qué me ha punzado la mano! ¡Ay! ¡Ay! ..

A lo largo de la carretera, cerca de la "quebrada honda" el caballo de Remigio se acercaba con un trote monótomo, pero ligero, La luna había aparecido por fin, las nubes negras como atraídas unas por otros, se ha– bían ido separando hacia el Sur, dejando el cielo límpido y despejado.

Remigio llegó por fin, Se bajó y ató su caballo en la rama de un árbol. Luego te– meroso de tener un encuentro con el foras–

fero, sacó su revólver, lo cargó con los cinco

tiros y se fué acercando, tomando todas las precauciones posibles, hasta que llegó a la puerta del rancho. Desde allí observó que el hombre estaba inmóvil. Luego dió un sale to atrás, entre el hombre y Pala, estaba el gato, El brazo de Pala no parecía un brazo humano, estaba negro, negro como inyectado de tinta. Remigio comprendió al momento que Pola estEibEi muería, examinó el brazo y vió allí con espanto la cabeza de una cule– bra ...

Salió Remigio sobre el caballo que lo esperaba impaciente y se perdió en el cami– no que conducía a la hacienda, a toda ca–

rrera.

'eej"..,',deL mundanaL ruido

EL CUENTO 1I11CARAGUENSE

ADOLFO CALERO OROZCO

Ya era pleno Junio y ni una sola gota había caído del cielo para aliviar aquella tre– menda sequía, tan tremenda que solamente Ra Jacinta decía recordar otra semejante, "y no tan piar", qué sé yo cuántos años atrás. La gente; apenas hallaba agua para be– ber y quienes querían bañarse o lavar ropa lenían que caminar largos trechos hasta las pocüas que todavia quedaban del Escalante, señalando el curso otrora caudaloso del río.

E! Escalante mismo parecía un enfermo. tris– le, lleno de dIviesos, de arena surgidos en ple– no lomo, enseñaba los lamosos pedruscos de BU lecho coxno si hubiera enflaquecido hasta la extenuación.

Con el "'!'tI inviernq pa!3ado Y la sequía qUe le siguió, podía temerse que ese año ni

los chichicastes iban a quedar verdes. Y a

este venían a sumarse unos calores implaca–

bles que a ciertas horas del día se tornaban verdaderamente infernales; por cierío que la Baltita Maltés había cogido de pretexto los tales calores para andar tan ligerita de ropas que su abuela se pasaba el día reganándola, aunque la muchacha, como que no era con ella. En cambio, la Plácida, su madre, la de– fendía diciéndole a su llamada suegra que tal vez fuera verdad que la Ba:HiJ:a no podía aguantar el bochorno.

También a los anÍInales los tenía medio– locos la sequía. Vacas, caballos, chanchos, perros, andaban enseñando las paletas y se mantenían junto a las casas, como queriendo meterse a buscar agua en ellas; las gallinas,

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