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« Previous Page Table of Contents Next Page »des zancadas, como si no llevara carga algu– na y con la sangre del muchacho empapán– dole la camisa, sus lágrimas caían y salpica-
ban la montaña.
Una mano zonta le decía adiós desde el fondo del barranco.
':Bajo La ~ul1a
~L CUENTO S4LVaDOREaO
SALARRUE
reado. Iban los primeros temblores de luz, estremeciendo a 10 ancho el agua friolenta.
na ..
Como Miguel le miraba fijo y callando, el cabo López se alejó lento a la sombra os– cura de una fila de isotes y llamó a los sol– dados, que le fueron rodeando .curiosos. Al mismo tiempo Miguel se unió a los presos y
les arrimó al puro de la resignación la bra– sa de la esperanza.
Después de un buen rato de espera, los sacadores vieron llegar al cabo que se arrí-
.. .. ..
Con un trágico sonar de carlucheras y caitazos, el rancho de Miguel se vió rodiado por la escolta guarera. Sobre la puerta, de cuyas rendijas manaba resplandor de alma, el cabo Remigio López dio tres fierrazos con la cruz de su daga. De dentro naide respon– dió y la luz se apagó, dejando más en luna la entrada.
A una seña del cabo, los chicheros em– pezaron a culatiar la puerta, hasta que de golpe se jué en blanco. La ventana irasera cuidada por tres hombres y cuando se abrió fue como la boca de una irampa. Hubo una refriega que airajo algunos curiosos, y pronto los cuatro sacadores cogidos, salían del case– río COn las ollas y los telengues al hombro.
El camino estaba como el día, y la are– nifa fresca acariciaba los pies. Iban los ocho de la escolta distrayéndose con los luceros, y
el cabo, montado, Jumando su puro, se aga– chaba dormilón. Sólo los presos é:onversa– ban. El cabo les oiba, perdonero.
llegado que hubieron a las ruinas del obraje, hubo un descanso. El cabo López se acercó amigable a Miguel y le dijo:
_Esa ña Pabla Portillo de que hablaba usté, joven, ¿onde vive?
-En Las Isletas. Es mi mama ... -¿Tiene hermanas su mama?
-La ña Dolores Portillo, de San Juan. -Es la mía ...
-Entonces, usté es Remigio López, el marido de la Felicia.
-Elmesmo. -¡Ah, ya jodimosl
-Me vuá quedar con vos airás, y te golvés ..
Miguel sonrió apenado y se miró las manos.
-Veya, primo, si me va a soltar sólo a yo, mejor alléveme.
El cabo vaciló. honorífico.
-Es que el deber, hermano.. la vai-
La laguneta se iba durmiendo en la ano– checida caliente. Rodeada de bosques ne– gros iba perdiendo sus sonrojos de mango saZÓn y se ponía color de campanilla, color de ojo de ciego. El camalote anegado en los aguazales le hacía ~estaña. El cielo bru– meaba como quemazon de potrero, donde eran brasas los úlfimos apagos del poniente. Abajo había, en balsa de ramalada, dos gar– zas blancas; la una, mirando atenta la gusa– nera del viento en el vidrio verde de las on– das, la oira, mirando como asusiada el cielo en donde apuniaba una esirella con inquie– tudes de escama cobarde.
Güelia a mumuja de palo podrido, a zompopera, a chira de mateplátano, a tale– pate y a julunera friste. Había ahogados en todas las oriyas, ahogados hamaqueanies, so– brea9Üeros, de troncón y de basura. En las pescaderas, las varas ensambladas estaban prietas sobre el claror, y se reflejaban cule– briando guindoabajo. Pringaba jenjén y zan– cudo. A lotra oriya se oiba patente el bu– tute del guauce, llamando a la pareja para beber sombra. En el escobillal oscuro de la noche, el cielo y el agua quedaban trabados, como guindajos arrancados a una sombrilla de seda desteñida. El día se alejaba, lento y cabecero, echando polvo con las patas co– mo los toros cimarrones.
llegada la noche, un tufo a figre sopló los matorrales, la laguneta sonaba como 1.1na cuerda diagua a cada respiro, y de cuando en cuanto se oían los chukuces de las mo– jarras asustadas.
La ranchería del vallecito estaba en una ensenada oscurecida de t~arindos y vola. dores. Había ranchos hoprasquines, ranchos palma barrendera, coludos como pajuiles, y ranchos empalizados a través de cuyas pa– redes de esqueleto, la luz candilera -esa frisfura de querencia nocturna- se filtraba a los pafios de barro desnudo, alargándose en caprichosas luminarias.
Los chuchos empezaban a ladrar con per– siStencia; con su quejumbre peculiar, los tun– con revolvían las sobras de huate que bue– yes forasteros habían dejado al pie de los morros, de troncos limados por las cornamen– fas. Una guitarra escondida roía el sueño de la noche. Venía saliendo la luna con una fo– garada platera que daba gusto. La luz che– le y tristona se tendía en los playones boca– bajo, alagarlada entre los troncos torcidos, chafando las trompas de los ca'yucos varados en seco. Los jocotes botaban sus frutas de rato en rato, en el blando estiércol espolvo-
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