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« Previous Page Table of Contents Next Page »hos enteros, yendo como un borracho, a vo–
~arlos en las aguas del Nahualate, que a , vez los arrojaba hasta las playas doradas su T
del Pac:UC: o ¡_, d 1 1 f' , ",' No hab... nos CaU, a osos en a lOca, pe-sí arroyos traicioneros que tan luego caían
~giendo 'y ladrando entre las peñas, como e remansaban en las vegas y en los barran–
~os, iguales a bestias cansadas después de la carrera. , ,
Cada vez se Ola el rumor :mas cercano,
al fin, después de rodear una peña .desnu– aa, que e.n medio de la espesa v~get';':'lón era como el Inmenso huevo de algun pajaro del popol Vuh, el viejo y el patojo se encontra-ron con la lista de ~spumeante d<;l río. . , Acá y allá habm troncos derribados, pIe– dras lustrosas por el azote de las ramas y la caricia un poco violenta de las aguas, restos de' puente traídos de quién sabía de dónde, hojas podridas, lianas, musgo, arena hecha fino polvo luminoso.
, El viejo fue a sentarse en una de las pe– ñas y encendi6 un cigarro de tusa, desp,,:és de raspar varias veces en su eslabón de pIe– dra de fuego.
El patojo corrió a la orilla del río, para meter los pies en el agua casi pantanosa que se demoraba en la sombra.
-~No hay pescados, tata?
-Hasta más abajo. Un día vamos a ir a la poza y' nos llevamos el anzuelo.
-~Cuándo?
-El otro domingo.
-~Y hay grandotes?
-Adiós, pues. ¿Y no los visté aquel día? -Yo no, tata, me contaron que estaban entre la poza, pero yo no los vide.
-Pues ya vas a verlos. Son juilines.
El sol bajaba en la montaña y empezaba a tostar algunas piedras del barranco pero el calor no se sentía allí como en la planicie donde amagaban los amarillos duendes del paludismo y la uncinariasis.
Era una atmósfera grata, solapada, hu– medecida por extraños vahhos que salían de
III tierra y del rio.
Un grito agudo, como jamás lo había oído de la garganta de su hijo, obligó al viejo a volver repentinamente la cabeza. Pero ra vio poco. Casi nada ... Vio a patojo alzarse a toda prisa, Con la mano derecha encogida bajo el sobaco iz–
~erdo, y advin6, más que vio, entre los be– JUcos y matas verdes claro el largo trallazo
dll un'" culebra amarilla con manchas negras que huía rápidamente hacia el nudo Oscuro de la montaña.
. El viejo se quedó inmóvil como si le hu– blese caído un rayo. -¡El tamagás 1
Pero, ~en qué' diablos estaba él pensan–
\le;> qUe no había advl"rtido el peligro? ¿De 1l11€>demonios le servían es...s canas y esas arrugas si no había podido suponer lo que
acechaba en la sombra traicionera del ba– rranco?
De un salto cayó ,al lado del patojo, y sin reparar <;>n sus lágrimas, le agarró bn,t– talmente la mano y contempló en el dorso muy cerca del índice y del pulgar, las peque– ñas huellas de los colmillos, coronados por dos gotas de sangre. ,
-¡El tamagás! IEl tamagásl ¡El tama– gás!
Bien sabía el viejo lo que eso significaba. La palabra tremenda le repercutía en la caja vacía del cráneo, yendo después a romperse contra las rocas y los troncos de los árboles.
Bien sabía que de aquella mordedura nq
se sanaba nunca, y' a ,su mente acudían en tropel mil recuerdos de indios amoratados y l3anguinolentos, retorciéndose entre el polvo después de haber sido víctimas del tamagás. Recordaba botiquines de emergencia vacia– dos sin resultado alguno. Veía los cadáve– tes tendidos después de una cruel agonía mostrando en un brazo o en un pie los dos o cuatro agUjeros por donde había' penetrado
el veneno.
-¡Y al patojo le había mordido la cule– bra! ¡Y su pÉdojo iba a morirl;le allí mismo, sin que él pudiera hacer nada para salvarlo ni para atenuar su agoníal
-'-¡Tata ¡Tafa! IMe duele mucho, tatal El viejo sudaba a chorros y tenía lo!! ojos casi fuera de las órbitas, sin poder pronunciar una palabra. Estaba idiota, loco, desel3pe– rada.
Pero fue sólo un momento, aunque a él le pareciera siglos. Aquellos sus ojos sin Gon– trol nervioso advirtieron la hoja filuda del machete, tirado sobre la arena, y agachán– dose a recogerlo lo empuñó con mano firme. -(Venl
Tirando del patojo, le Gogió la roan\) mor;– dida y la puso extendida sobre una piedra. Casi se le figuró que estaba eIl e! mafaqero o que iba a cometer un crimen. Calñ se le figuró entonces que de veras estaba lqco .. , Pero era lo único. ¡Lo únicol, yentrecerrªn– do los ojos mientras se mordía los labios has– ta hacerse sangre, alzó el machete y c:J.<;>scar– gó el tajo brutal sobre lamui\,eca del. paiqjq.
Se oyó un grito que se elevó vertic<4lt\@– te hasta más allá de la montaña, y Un chqrro de sangre caliente salpicó el hraz\) y la cara del ~ejo.
El patojo había caídq, ya sÍJl hablar, p€?– lido como las piedras, con los párpados Gaí– dos como párpados de paloIrl¡;¡', y a,llí ~n el suelo, entre la arena doncie brillaban 10l;l gqi–
j~rros de colores, la mano se desangr;lilbl;l lo mismo que un cangrejo partido en dos.
Se qujjó la cháqueta el viejo, envQlvió con ella él muñón dehecho qe su hijo, lo apretó hasta donde pudq pl;lra contener 1",– hemorragia; y luego se p~so sobre los hom– bros al patojo desm~yado, e<::hando ¡;¡. Gorrer por las veredas ascendentE!s,
Trepaba. Trepaba en silencio, a gran-
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