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Era domingo y no había trabajado en la finca.
Por eso salieron del rancho cuando el sol ya estaba un poco alfo y empezaban a palidecer las zacateras.
Adelante iba el viejo, con el macheie ba– jo el brazo. Atrás, dando salios sobre los montones de tierra negra recién movida, el patojo irataba de poner sus pies descalzos enire las huellas dejadas por el viejo. -aVamos al barranco, tata?
-5í, pero apurate, porque noS va a aga-rrar el mero sol en el camino.
Redoblaron su paso, el uno a vigorosas zancadas, el oiro corriendo a pequeños brin– cos, como conejo en dos paias.
Los cafeiales se hund,ían en la ancha sombra de los cushit+es y aparecía la monta– ña fresca, empapada de humedad y de si– lencio.
Bejucos enormes 'ile trenzaban en las ra– mas de los arbolones. Del pulpo vegeial iban surgiendo las grandes ~ojas de celuloide y las palmas de verde tierno, recortadas co– mo con tijeras.
Era ya una suave pendienie hacia el ba– rranco.
Arriba quedaba él sol duro y el vienio tibio de la mañana cosieña y abajo se pre– sentía una bóveda llena de sombras.
alia a todo, a tierra frl'sca, a frutos ma– duros, a savias desparramad,as en los troncos negros de la moniaña. Algo como Eli a las narices llegara ese olor peneiranie de las ti– najas nuevas al ser sumergidas por primera vez en el agua.
El viejo conocía palmo a palmo los ba– rrancos, pero desde hacía algún tiempo sólo bajaba a ellos cuando el paiojo empezaba a necearle para que lo llevara.
No iban a hacer nada a punio fijo. De vez en cuando el VIejo se deienía un poco y alzaba hacia los árboles su cara de bronce antiguo, para li:rnpiarse can el dorso de la mano las gotas de sudor que le caían enire los pelos del bigote. Entonces el pa– iojo se agachaba a recoger piedras o daba varejonazos sobre los tallos frescos de l&s pal– mas lanzando gritos de júbilo cada vez que lograba guillotinar alguna.
Ju¡í largo rato, en el sUave descenso, pa– ra salir por el oiro lado hasia la línea del fe– rrocarril, que les abreviaba el regreso al ran– cho.
EL CUENTO GUATEMALTECO
ALrRllDO 8ALSELLS RIVERA
y el VleJO hacía así un dulce juego de sus domingos.
Porque ya no le quedaba más qué el patojo.
Muerta su mujer y casados sus hijós grandes, unos en la misma finca, oiros en los Alios o en la Capital lejana, el viejo re– fundía su amor brusco y madúro en aquel paiojo, venido al mundo cuando él ya ho esperaba nada de su antigua virilidad de garañón campesino.
Su piel, esiaba reseca por el sol y por el vienio. Sus piernas no apreiaban como an– tes los ijares de los cab&llos, p&r& correrlós en pelo y meierse con ellos enire los guata' les. Todo el se ennegrecía. Se abodocaba. Se iorcía hacia la tierra floja de los surcOs, sintiendo que en los hombros le pesaba un cacaxie lleno de piedras grandes.
Había vendido su escopeta de tubo y su albarda, para comprarle calzones al paiojo, y olvidaba '~as fondas del pueblo por el ran– cho viejo, a):\umado de recuerdos.
La mo*aña segUía abriéndose.
Verde. En todos los tonos. Eh iódos los maticés., Una fiesia de verde en la gran pa– leta húmeda del barranco.
Aa veces la pesada cortina de esos ver– des iniensos Sé rompía con el fogonazo de una flor de Candelaria, pero era sólo un sé' gundo. Luego volvía la prolongación de los bejucos y de las palmas colganies. Seguía alargándose la cosia plana en el resumidero y ya no sabía en que momenio iba a descom' ponerse por compleio la noción de los cuairo punios cardinales.
Pero el viejo Se orientaba bien.
Siguiendo veredas que para oiro hubie' sen sido i:rnpraciicables, ambos marchaban seguros de sí mismos como si lo hicieran poi el camino real.
Habíanse arremangado los panialones hasia cerca de las corvas, para no empapar– los enire el zacaie, y alguna vez el viejo ha– cía uso de su macheie filudo, apartando be' jucos y zarzales que podían rasgarles fácil' mente la piel de las canillas. '
El descenso Se hizo más brusco y ernpez O
a oírse a lo lejos el ruido sordo del río que se precipitaba, violenio y suCio enire los pe– ñones del fondo del barranco.
Aunque no era un río grande, en invier– no solia crecerse, arrasaba iodo 10 que en,– coniraba a SU paso, puenies, siembras y tan'
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