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milita contra todos los valores intelect~ales,

arlísticos y morales, y tienden a convertir al pw.blico consumidor en tina manada de vacas gordas, contentas e insípidas. El sólo men– cionar el problema basta para señalar el he– cho de una responsabilidad social general– mente desconocida por los que trabajan en

estos sectores. Los m..edios de comunicación

(prensa, radio, cine, televisiónl como todas las industrias o servicios que venden al pú– blico deben servir al hombre y no esclavizar– lo, 10 deben edificar y no embrutecer. Si puede objetar que los males que describo ca– racterizan a las economías de abundancia, cOrnO la de los Estados Unidos más que a nuestras economías de escasez. Es cierlo. Sin embargo, las c'i'pas económicamente su– periores de nuestras sociedades son profun– daInente afectadas por estas tendencias, por la misma mentalidad, lo que tiende a produ– cir en ellas una superfici'llidad egoísta y un cierlo "escapismo" y descuido con respecto a 10 que deben tratar de hacer para ayudar a levantar a las clases menos privilegiadas. AdeInás, y para más remate, el espíritu que heInos descrito contagia también a nuestros pobres y se convierte en el deseo afanoso de placeres y objetos de lujo a Inenudo en lugar de lo primordialmente necesario para famí· lia y hogar.

PodeInos afirmar sin ambages que la no– ción del progreso COInO un bien es propia– mente Occidental, es decir fruto de la revela– ción judía-cristiana. Las grandes religiones Orientales, como la Inayoría de las demás re– ligiones indígenas del resto del mundo, se desafiaban del Inundo material. El Oriental buscaba librarse de él, recluyéndose en Su es– píritu para poder finalmente desaparecer en el gran espíritu, la Nirvana, la nada personal. En cambio, desde la primera página de la Biblia la tónica de la revelación judía-cristia– na es positiva. La tierra se ha dado al hom– bre para que la pueble, la dOInine y la someta a sí Inismo por la gloria de Dios. Es este im– pulso hacia una vida mejor en esta tierra, que debe conSUInarse en la revelación final de la vida futura que tanto anhela el creyente ju– dío y cristiano, que se valió del genio filosó– fico del griego y jurídico del rOInano para crear el genio europeo, a través de la larga maduración del Medioevo, que cu1Ininó en el ascenso casi verlícal que llamamos el Rena– cimiento de las ciencias y artes y la revolu– ción industrial y social que resultó de su apli– cación al mundo Inaterial.

La Iglesia predica e impulsa el progreso. No podría Inenos que regocijarse de la pro– gresiva doIninación del Inundo por la ciencia y técnica que caracteriza a nuestros tiempos, y de hecho el testimonio de las encíclicas pa– pales en este siglo es elocuente sobre este punto. Sin embargo, a Inenudo la Iglesia ha podido aparecer a muchos como el' ene-

migo del progreso, e incluso, en cierlos casos como en el Syllabus de Error'lS del Papa Píó IX en el año 1I:l64, ella misma SE;! q,eclaró con. ±raria a la noción entonces corriente del pro– greso. La razón de esta :paradoja no es di– fícil de encontrar. Hubo epocas en que una excesiva espiritualización de la Iglesia podía hacer perder de vista la necesidad del pro– greso material, parte integrante del progreso total humanol y hubo, por otra parle, In~­

chas ocasiones cuando la Iglesia debía opo– nerse cont ll ndentemente a doetrinas del pro– greso que fuerOn neta y exclusivamente limi– ladas a una visión Ina±eríal o Ineramente temporal. Sin embargo, la noción del pro– greso hacia lo Inejor siempre ha latido en el corazón del Occidente por la fuerza espirit~al

que recibía de su testamento fundamental que es la tradición bíblica. No es por acci– dente que el comunismo haya nacido de Europa. ¿Qué es sino una versión truncada limítada a

lo material, de la esperanza cris: tiana de un mundo mejor?

La doctrina bíblica del progreso se basa en otro eleInento fundaInental -el valor in– sondable de cada persona hUInana-. De ahí Se puede cOInprender la relación perso– nal de cada hombre a Dios, y las relaciones de justicia y de caridad que deben existir en– tre todos los hombres. Sólo el Dios cristiano pudo haJ;>e.r d~clarado: "En verdad os digo, cuanto hlc1Stels con uno de estos mis herma– nos Inás pE;!queñuelos, conmigo 10 hicisteis". (Evangelio de San Mateo, Cap. 25, Verso 40).

De ahí la doetrina de la igualdad fundaInen– tal de todos los hOInbres, ajena a todas las soCiedades no-cris±ianas de Oriente y Occi. dente, incluso a los antiguos griegos y los r()– Inanos. pe ahí la progresiva evolución del concepto de la liberlad de los esclavos COInO t';'mbién de ~~s naciones.. De ahí la progre–

s~~a pr~InOCIOn de la Inujer a una participa– Clon Inas plena y hUInana en la vida de la sociedad. De ahí el creciente sentido de la justicia debida a todo hombre, y de la justi– cia social en nuestros tieInpos, que ha de ser el fruto de una sociedad organizada para el bien de cada persona que la integra. Nada podría ser más elocuente al respecto que las palabras del Papa Juan XXIII en su encíclica PaceIn in Terris, pasaje largo pero que Ine– rece leerse por lo significativo de su conteni– do, "Todo ser huxnano tiene el derecho a la

~xis.tencia, a la inte9?'"idad física, a los Inedias l,?,dlSp,:nsables y ~uflcientes para un nivel de VIda dIgno, especmlInente en cuanto se refie–

r~, a la alimentación, al vestido, a la habifa– Clon, al descanso, a la atención médica a los servicios sociales necesarios. De aquí 'el de– recho a la seguridad en caso de enfermedad, de invali~ez, de viudez, de vejez, de paro, y de cualqUIer otra eventualidad de pérdida. de medios de subsistencia por circunstancias ajenas a su voluntad. ..

"Todo ser hUInano fiene el derecho rta-

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