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« Previous Page Table of Contents Next Page »tundo triunfo m.oral y religioso de Barrios, pues el Papa Pío IX, ordenó al Obispo Zaldaña por medio de su Seqretario de Estado Anfonelli, la aceptaci6n del decreto y que el clero jurara la Consillución como esfaba mandado en él, no obs_ fanfe éso, Barrios sentó las bases, con su conduc– ta, de su mala reputación de Gobernante impío, que estaba lejos de ser, al tenor de todos los documenios que aclaran tan imporlante debate entre la Iglesia y el Estado salvadoreño. El Pre– sidente Barrios no era, naturalmente, un modelo de gobernantes católicos, como tampoco lo era Carrera, a pesar de la preponderante influencia que le consentía en su gobierno al Clero
I pero no era tampoco un gobernante anticatólico Hoy sería considerado Balrios, dadas sus ideas de en– tonces, un verdadero reaccionario conservador! La lUptura con el clero, a. pesar de la inter– vención del Papa Pío IX a favor de Barrios, en quien reconoció sanas intenciones, manifestadas en sus múl±iples intentos de conciliación, propo– niendo juramentos que salvaban la dignidad re– ligiosa del clero, fórmulas verdaderamente sa– nas y cafólicas, dejó sin embargo en la concien– cia pública de Centro América un sedimento de desconfianza con el Presidente Barrios, que per– dura hasta la fecha, colocados, acaso sin mere– cerlo ni pre~enderlo en vida, a la aliura de los grandes corifeos del liberalismo, reformadores anticlericales que han dominado en Centro Amé– rica En parle lo perjudicó, hay que confesar, el haber militado en las tropas de Mal azán y pertenecer al parlido coquimbo, o unionista libe– ral, que sacaba de quicios a Carrera, vencedor de ese parlido en Guatemala.
Sin embargo, hubo un momento, antes de esa lucha con el clero, en que Barrios y Carrera se abrazaron, en abrazo cordial, de franca amis– tad, considerado Barrios como conservador. Don José Milla, en carla de don Victoriano Castella– nos, Presidente de Honduras~ fechada en Guaie–
mala el 8 de Noviembre de 1862, le explica la
causa del malestar con el Presidente Barrios, y
entre otras cosas le dice; "Creo que no exagero
si digo a Ud. que hubo ocasión en que el Gene– ral Barrios, enemistado con Honduras, Nicara– gua y Costa Rica, y teniendo además enemigos no despreciables en El Salvador, se conservó en
el Gobierno mediante su buena amistad e inteli_ gencia con Guatemala Los principios que· ma– nifestaba profesar, er-an en un liempo, idénlicos
a Jos que profesa esta lldminiskación. Ahora perm.üame Ud preguntarle: Es este Gobierno el que ha variado de principios o es el General Ba– rrios el que cambió su sisfema polífico, adoptan– do otro enteramente contrario al de Guatemala? La respuesta me parece muy obvia para toda persona imparcial. Se suscitó la cuestión del clero en la cual, si bien hubo a mi juicio errores deplorables de parle de los eclesiásticos, se ma– nifestó por la del General Barrios la resolución de apadarse de la política conservadora y mo– derada que habia seguido anlel'ionnenle".
Hasfa aquí don José Milla, cuya autoridad, como eminente en letras, merece fados nuestros respetos, pero por grande que sea su autoridad, no se puede negar que en su liempo apenas se perfilaba el grave problema polüico-religioso, que empezaba a agitarse en el !nundo, con el advenirniento del Pontificado de Pío IX, referente a las relaciones de la polilica con la Religión, que culminaron, desviadas las justas soluciones por la impiedad, con la torna de RO!na en 1871, que desvirluó la tendencia iniciada desde 1847 con las reformas polilicas del Papa, que fantas
esperanzas despertaron, por la falta de compren·
slon de las cuestiones dogmáficas, que entraña– ban, en el liberalismo mundial
En Guatemala no se había ni plantea.do en 1862, época de la caría de Milla al Presidente de Honduras, ese problema en cuestión, y natural– men.l::e creyeron, al verlo planteado en El Salva– dor con la aquiescencia de Barrios, como una peligrosa novedad, que se trataba nada !nenas que del abandono de la polilica conservadora En el fondo no era así, Barrios con su aC±Hud no era más que comprensivo del nuevo espíritu uni– versal, y si hubiera habido en El Salvador un
clero adecuado al mon1.ento plástico que se pre– sentaba, y no aferrado corno se manifestó a una política inconsistente y caduca, cual era la sos– tenida por Carrera y sus hombres, le habría sido posible, dadas las ideas cafólicas de Barrios, so– lucionar amistosamente el problema planteado, sin precipitarlo en el forrenfe liberal doC±:rinario, que lo arrastró a su despecho, colocándolo sin merecerlo, en la categoría de las avanzadas más destacadas del Liberalismo militante de Centro América
No se puede negar, sin embargo, que Ba– rrios estaba basiante inficionado del liberalismo doC±rinario, pero sólo inficionado En el fondo era Cl eyente y sincero cafólico En iodo movi– miento ideológico, que responde a una necesidad humana de desarrollo mental, en sus inevitables aplicaciones a la vida con las correspondientes manifesfaciones intelectuales, polí±icas o sociales, la verdad que sola satisface esos anhelos de po– sesión integral, pasa por diferentes fases, en su– cesión de aspe.cfos nuevos, y una de esas fases suele ser la herética o exposición exagerada e incompleta de la verdadera doctrina que fulge siempre en el justo medio para iluminar los de·
rroteros vitales de la conciencia humana, necesi_ tada de su luz para aduar conforme la necesi– dad fundamental de cada época, en el devenir
his!6rico de la humanidad.
Carrera representaba, políficamente hablan–
do, la fusión momificada y esiática de la religión
y la política, exteriorizada en un conserva:tismo clerical a ultranza, sin campo a la evolución na– tural de los tiempos, y por consiguiente, era una causa muerla, pero la verdad, como objeto de la inteligen.cia humana no es esiática, sino dinámi– ca, vitahnente activa, y evoluciona y se desarro~
lla en su conocimiento, constituido en nuevos ha– llazgos de los diversos aspectos con que se pue– de mosirar y se muestra en la vida la verdad al hombre, por lo cual contemplamos en la historia ese sucederse de cambios políticos sin fénnino en que la reacción contra una política caduca, co– mo era la de Carrera, inadecuada ya al momento histórico de la actualidad, es una cosa inevitable de seguro éxüo, reacción que, obediente El la ley del péndulo, ha tenido que llegar en Guatemala hasfa la face herélica del liberalismo, que niega, en su radicalismo injustificable, toda influencia
El la religión en el Estado y eIi la sociedad, ex– tremo que por violento y falto de base en la ver– dad, no puede durar, sin volver atrás, en busca del equilibrio que está en el medio, el cual, con relacion a la política no es afro que la separación de las dos esferas, o más bien distinción, de los deberes del Esfado y los de la Iglesia, unidos moralmente en la armonía de la concordia de aspiraciones, garantizando el Estado la libertad de acción de la Iglesia, que siempre redunda, por la moral que enseña, en beneficio mismo del Estado que en su propia jurisdicción tempo– ral goza de liberlad completa, sin ninguna inter– vención de la Iglesia, salvo la de recordarle su dependencia de Dios, pues de Dios se deriva to~
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