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« Previous Page Table of Contents Next Page »do su poder. El liberalismo herético niega foda relación del Esfado con Dios, y en eso estriba su mal y su error, fecundo en disturbios sociales, porque suprimido Dios, como dice Ketleler, en el dominio de las acciones humanas se susiiiu~
ye la pregunta Qué debo hacer, por la de Qué puedo hacer? y cuando al puedo le falfa el frente de la moral, en el Estado surge la firanía, y en la sociedad, el descontento, la conspiración, la re– vuelta.
En la carla que le pasó el Genéral Barrios
a su Señoría Ilustrísima el 21 de Septiembre de
1861, sobre el problema del discurso del Sr. Suá– rez se manifiesta de modo claro que Barrios era hombre de fé, aunque no libre de errores Le dice:
"Pensé que la prudencia y conducia que yo había empleado en aquel acto fuesen suficien– tes para que la Iglesia quedase satisfecha y que
mi prolesta en lavor de la religión habia desle. rrado de la conciencia de los concunenles lodo
molivo de duda de los senlimlentos del ¡ele de
la República, Uamado por la conslilución a pro.. leger la religión Católica . ".. "Bastaba que S
S I se hubiese referido al hecho, indicándome los pasajes perniciosos del escrito, para que yo sin escándalo y sin causar mal a la reputación del auior, hubiera iratado de una reparación a la ofensa contra la Iglesia Si no conseguía l1e~
nar mi objeto por la persuación, que es el más poderoso recurso de un cristiano, habría en tal supuesto dado orden a la autoridad legíthna, para que sometiese a un. juicio al Licenoiado Suá– rez Mas desgraciadamente S S. l. sóló oyen– do a un Canónigo exalfado declaró impío, heré– tico y calumnioso el discurso del señor Suárez,
y a éste lo condena con el odioso epíteto de após– lata, causando una morial herida a su reputa– ción y un golpe al honor y amor propio de su
farnilla ... ".
Qué más se podría pedir en nuesiros iiem– pos, de un gobernante católico que la buena dis– posición en gua se hallaba el Presidente Barrios en 1861? ¿Cuál fue su delito entonces, que per,;. dió su reputación de Presidente conservador y
moderado, como dice Milla que era al principio'? No haber obedecido a ciegas al Obispo, en su insólifa demanda de condenar a un reo, sin oírlo ni saber si era contumaz siquiera en su error, y
defender contra esas pretensiones los derechos soberanos del Estado, que sin duda se tenia en– tonces, en el ambiente guatemalieco y salvado– reño, como una peligrosa novedad, cuasi heré– tica. Y no lo era, aunque pareciera novedad. En la misma carla sienta Barrios con toda ener– gía ante el Obispo salvadoreño los derechos so~
baranos del Estado, aunque no sin propasarse un tanto en su declaración:
fiEl alfo destino que sirvo", dice, "mi honor y
mi conciencia, me han colocado ya en la línea
qUe debo ocupar, en donde usando de los gran– des medios que tengo a la m.ano, no retrocederé un punto, 13ino fuere para caer muerlo. Y al concluir mi carla semioficial, recordaré a S S 1 la.s palabras de un célebre orador francés:
lO
que el Estado no está en la Iglesia, sino que ella está en el Estado" Eso creo yo tambión, y será mi
r~9'la en el Gobierno en todo lo que tenga rela.–
Cl0n con lo temporal".
La actifud de Barrios en esa ocasión era di~
na y justa, pero al entrar al terreno de la teona pa.ra justificarla, se equivoca, errando lastimosa– mente. No es cierto lo que expresan las pala– bras del orador francés que se apropia l3arrios.
La Iglesia no está en el Estado, como 10 podría indicar su carácter universal. Es además una so– ciedad tan perfecta como el Estado, con fines pro– pios. El error depende de restringir el concepto de Iglesia a lo nacional, confundiendo la Nación con el Estado La nación está compuesta de hombres, con una historia común en el pasado dentro determinado terrüorio, llenos de fecundas aspiraciones en el presente, que se proyectan en la esperanza de grandes realizaciones en el fu_ turo, yesos hombres, así constiiuídos. se congre– gan en Iglesia para satisfacer sus impulsos espi– rituales, satisfechos en el culto divino y su credo, y con igual derecho, para safisfacer mejor sus necesidades temporales y ~errenas, se organizan en Estado polilico, con la suficiente auioridad para promover el bien común, por donde se ve que no puede estar la Iglesia en el Estado, ni el Esiado en la Iglesia, smo que son eniídades pa–
ralelas organizadas en cada' Nación, para el bien general de los asociados en las dos esferas en .que viven, la referente a la Vida Eterna y la refe– rente a los bienes temporales De esta tesis que es la verdadera se desprende la necesidad de la armonía, enrre las dos sociedades, pero separa– das en sus disfintas esferas, para que no resulte la confusión en una sola entidad polilico-reli– giosa, mortal para las libertades humanas, corno el Estado pagano en que el Emperador era al
mismo tiempo Pontífice, ni en una teocracia o clericalismo polífico como el de que adolecía sin duda en grado eminente el Gobierno de Carrera en Guatemala y pretendía para El Salvador el
Obispo Zaldaña.
El Presidente salvadoreño no era culpable
de reaccionar, con sU poderosa sensibilidad po_ lítica de gobernante moderno, más allá de la ra– ya divisoria entre lélS dos potestades, la tempo– ral que defendía sus fueros, y la eclesiástica que trataba de imponer, en fonna inadecuada a los tiempos, no. su supremacía en lo puramente espi– ritual que está obligado a respetar siempre el Es..
iado, amo en 10 temporal que le es de su exclu–
siva incumbencia, impeliendo a violar sus pro.. pias normas de justicia en la imposici6n de los castigos, sin audiencia previa del reo. Barrios exager6 también indudablemente al responder a la actitud hostil y fuerte del clero, al emitir un decrcia que Se mezclaba con el culto mismo de los templos, condenando a los sacerdotes que hablasen en el púlpito contra el Gobierno, ver– dadera intromisión del Estado en el campo ve– dado, pues no le toca a la auioridad civil corre~
gir los abusos del clero que hace del púlpito sa– grado profana tribuna política! Así sucede siem– pre, y los m.ovimientos de casi todas las herejías que han tenido ese móvil: son a modo de reac– ciones contra abusos mentales o enquistamiento, por decirlo así, de verdades en hábitos o sírnbo~
los caducos o pasajeros, que no logran romper su envoliura sin pasarse de lo justo, mantenién~
dose a conveniente distancia, si no retroceden al campo opuesto de la verdad enquistada, COInO para coger fuerzas y poder libertar la verdad aprisionada e11- el error. La reacción de Barrios fue demasiado débil, sin embargo, debido acaso al freno que a su conciencia le ponía su espíritu conservador indiscutible, pero ya liberado del prejuicio teocráfico, no pudo romper la concha que ahogaba la verdad, y acabó pereciendo bajo su peso
Aunque las ideas de Barrios hubieran sido notoriamente erróneas, y no lo eran. pues hasta se podría decir que contenían Inejor concepción de la tesis católica que Carrera, no se le hubiera podido condenar en esa época, en que no se ha– bía promulgado aún la condenación expliCita del
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