Page 87 - RC_1964_02_N41

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ATAQUE AL CUARTEL DE TOLA

Mientras marchábamos por la única calle en bus– ca del cuartel, (los torrentes de agua completamente apagaban el ruido de nuestros pasos), llegamos de pronto al cuartel deseado, en cuyo corredor habían dos o tres grupos jugando a las cartas a la luz de un candil; el centinela se había retirado al corredor para ampa– rarse de la lluvia. A?u pronta llamada de "Quien Vive" fue seguido, ton pronto nos percibió, por su des– carga de mosquete y Jos Americanos que iban adelante de las tropas nativas, se avalanzaron contra el edificio sin esperar órdenes, tirando y dominando toda oposi– ción en pocos momentos.

Varios de los enemigos fueron muertos y heridos sin ninguna pérdida de nuestra parte. Pronto dispu– simos el modo de guarnecer el lugar; pusimos centine– las, mientras los Americanos buscamos como descansar, sabedores de que al día siguiente necesitaríamos todas las energfas disponibles. Yo estaba indispuesto y sin dormir quizá a causa de la reacción de una droga que el Doctor me había suministrado.

AMANECER EN TOLA

La copiosa lluvia de la noche fue seguida por un glorioso día y los soldados se ocuparon en secar sus ropas y armas a los cálidos rayos del sol. 'Carne de res y gallinas habían en abundancia y un suculento desayuno fue prontamente preparado. Estábamos só– lo a 9 millas de Rivas, leí escaramuza de la noche an– terior había anunciado al enemigo que andábamos cerca y por lo tanto no era necesario ningún secreto ni había prisa. Por informes de distintas fuentes su– pimos que el Coronel Bosque, Comandante de Rivas, había sido informado de nuestra llegada desde que desembarcamos; que en un corto tiempo podía llegar un caballo corriendo y que tenía cuatro semanas de estarse atrincherando y fortificando en la ciudad y que" además se temía a que le ayudaran los civiles y una fuerza militar de 1.200 hombres. Todo indica que ya no era necesario apenarse por falta de lucha. Era evidente por la actitud de nuestros hombres, sus ansias y la elaborada preparación de sus armas, que esta lucha les caítl como de molde, pues para eso habían venido. Abatido como yo estaba por la larga e incon– secuente lucha en Granada y la innecesaria inmolación de tantas vidas, me quedaban aún algunas esperanzas de un curso mejor para esta guerra ya que ahora hom– bres de energías y determinación, estaban a la cabeza. Teníamos ahora que atacar probablemente un ejército en número de 5 á 10 veces superior al nues–

tro, eso dependía del apoyo que recibieran de los civi– les, pero no ví yo motivo de desesperarse por el éxito si nuestras tropas nativas respaldaran eficientemente a los Americanos y si el Coronel Walker probara su sa– gacidad de que tanto alardeaban sus hombres.

HACIA RIVAS

Comenzamos nuestro viaje a Rivas como a las nueve de la mañana, márchábamos perezosamente lo que indicaba tanto confianza como determinación. Encontramos muchas mujeres que regresaban

de Rivas con sus canastos vacíos y como la disciplina no estaba impuesta, pues nos parecía seguro que el enemigo no saldría de sus trincheras, los hombres se divertían bromeando y platicando con las mujeres a su antojo y ellas correspondían del mismo modo. Yo no– té que mientras Walker y los oficiales americanos ~e

mostraban indiferentes a adquirir informes relaciona– dos al número y atrincheramiento del enemigo, el .Co– ronel Ramí'rez hacía muchas preguntas a est~ respecto a las mujeres. El significado de esto fue revelado por los acontecimientos subsiguientes.

Dos horas de marcha nos llevó a los alrededores de la ciudad y tan pronto nos acercamos a una calle vimos la primera trinchera a través de la cual se aso– maba la boca de un cañón de 24 libras, una prenda que no podro verse con desprecio.

EL ATAQUE A RIVAS

Ahora se hizo necesario adoptar un plan de ata– que. El Coronel Walker ordenó a los soldados a que formaran de dos en fondo y llamó a Tejada (nuestro Napoleón) para que tradujera y trasmitiera a Ramírez

la orden de seguir a los Americanos hasta que estuvie– ran algo adentro de la ciudad y acto continuo Ramírez debería distribuir sus hombres de modo que cortara las salidas de Rivas para San Juan y Granada, caminos por los cuales el enemigo quizás intentaría huir, de– jándonos a nosotros los americanos, entendernos con las fuerzas de la plaza.

Te jada estaba tan confundido por la orden que no podía traducirla a Ramírez; le rogó al Coronel que se la repitiera y Walker la repitió despacio, pero el po– bre Tejada aunque comprendía perfectamente las pa– labras, titubeaba para comunicarlas hasta que Walker exasperado, lo mandó a la retaguardia y me dio la orden a mí para que yo la comunicara a Ramírez, lo que cumplí; inmediatamente. Los ojos de Rcirní1rez chisporrotE?qron al ver lo favorable que lo dispu~sto era para llevar a cabo sus ulteriores maniobras. Yo esta– ba tan alejado como Tejada. pues había estado pe– leando con estos hombres por más de un añq y sabía que el éxito contra tan enorme superioridad sólo podía realizarse ,por indomable coraje combinado con juiciosa y astuta estratagema. La experiencia de Walker en pelear con los Hispano-Americanos, se reducía a esca– ramuzas con' los indios mejicanos del desierto de So– nora, siempre listos a correrse con el estampido de su propio fusil. Evidentemente Walker como Comandan– te en Jefe, estaba cometiendo un grave error en no evaluar al enemigo. Yo, por lo tanto, mientras las órdenes se estaban cumpliendo, confié en mi larga experiencia y en mi posición independiente, como vo– luntario ayudante y sugerí al Coronel Walker que qui– zás fuera mejor no enviar las tropas nativas fuera de nuestro alcdnce hasta ver si necesitaríamos o no su ayuda durante nuestro ataque.

Con aquella sonrisa, cuyo significado aprendimos más tarde, él contestó que no había yo visto todavía lo que 56 hombres de la clase de los que él tenía y ar– mados como estaban podí'On hacer, y creyendo, por la poca confianza que tentamos, que si yo insistía lo to–

maría a mal, asentí y tomé mi puesto a su lado. Por primero vez yo perdí la fe en nuestro éxito, pero me

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