Page 88 - RC_1964_02_N41

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determiné a que no sería por falta de mis esfuerzos ni del cumplimiento de mi deber.

Tan pronto como nuestra pequeña columna llegó al alcance del cañón de 24, impetuosamente cargamos y se nos recibió con una descarga de balas grClndes y pequeñas, las que a causa de nuestra rapidez en avan– zar, todas pasaron por encima de nuestras cabezas, mientras Ramírez que sabía el peligro de seguir detrás de nosotros, no movió sus hombres hasta que el paso estaba franco. Rapidamente saltamos las primeras trincheras sólo para encontrar otras iguales un poco más allá tras la que los hombres que defendían la pri– mera, estaban haciendo esfuerzos por guarnecerse para librarse de nuestra persecución. Sin perder tiempo en disparar a estos hombres, continuamos su persecución y llegamos a las segundas trincheras sin haber sufrido bajas, pero aquí l nos encontramos con nutrido fuego proveniente de claraboyas en las paredes del cruce de las calles, fuego que no podíamos contes– tar con eficiencia pero continuamos la carga hacia /0

plaza. Mientras nos acercábamos a esta base de operaciones, el fuego desde ambos lados y del frente se hizo muy nutrido y para evitar en parte la tormenta de balas que silvaban por doquiera, nos arrimamos a las paredes de ambos lados. Nuestra dificultad era que mientras nosotros estábamos expuestos al fuego del enemigo, éstos eran para nosotros invisibles, guar– necidos tras las paredes y tirando por claraboyas. Estábamos ya muy cerca del corazón de sus de– fensas, donde recibíamos un fuego cruzado que si hubiera sido dirigido con buena punterÍ'a nos hubieran 'aniquilado. También encontramos que a causa de ser sus defensas mejor construídas, se hacía imposible nuestro avance excepto por un despacioso y laborioso método de picas, barras y palas. Eramos tan pocos que no habíamos traído implementos de zapadores ni de mineros. Por lo tanto no podíamos hacer nada más que mantener un fuego esparcido, disparando de vez en cuando a las claraboyas, cuando una cabeza o un mosquete se ofrecía de blanco.

DERROTA DE WALKER

La puntería de nuestros hombres era tan segura para hacer que este fuego mortífero y destructivo, pero la disparidad de números era demasiado para nosotros. Ya habran muchos muertos y heridos que contar y el enemigo animado por nuestro paro forzado, habían hecho varios intentos de cargar contra nosotros, pero habían sido pronta y fieramente' repelidos. Pero a la larga nuestros hombres empezaron a cansarse de ser sólo blanco de unas fuerzas tan superiores, sin poderlas ellos contrarrestar y rehusaron continuar el asatlo que era como a una muralla sólida. El mayor Cracker, cuando estaban ast las cosas, se acercó a Walker¡ un brazo le colgaba inerme, quebrado por una bala y le dijo que los hombres rehusaban cargar al enemigo que los estaban acosando desde un callejón hacia atrás. En todas mis experiencias anteriores yo había ac– tuado más o menos como Jefe. Aquí y particular– mente después de la negativa que sufrí al insinuar que debiéramos mantener las fuerzas nativas cerca de nosotros,' yo sólo había ejecutado órdenes y como por-

taba mi rifle había actuado solo bajo el lema de l/tirar sólo donde viera una cabeza¡'.

Walker se dirigió a mí y me preguntó si yo podríCJ sugerir algo para extricarnos del infierno en que está– bamos. Después de que saltamos y ptJsamos las prirnems trincheras, no volvimos a ver a

n~estras fuer– zas nativGs auxiliares y yo estaba casi seguro de que Rarnírez no tení'a la intención de socorrernos, tenía amplia excusa para desertar¡ dada la orden desjui– ciada del Coronel Wcdker. Tan pronto como estuvo plenamente demostrado que no era posible castigar di

enemigo, mis tácticas (aprendidas por experiencia en esta clase de guerras) hubieran sido retirar a mis hom– bres, al instante¡ de este fuego y buscar unión con nuestras fuerzas nativas y luego atacar otro pUhto más accesible. Sin embargo, a esta hora erd dudoso que un intento de retirada no se convirtiera en un suicidio; Walker me disipó la incertidumbre sugiriendo que un abrigo temporal y un descanso podrían poner a los hombres en condiciones de reanudar las operaciones ofensivas en dirección a la plaza. Yo por lo tanto le mostré una casa grande y vacía al otro lado de la calle y recomendé que la puerta podría ser derribada y que tomando la casa hiciéramos de ella LIno fortaleza. Esto se hizo al instante y nos encontramos prote– gidos de la lluvia de balas. Los hombres se ocuparon en hacer arreglos para la defensa del lugar. Previen– do que al abandonar la ofensiva estimularía al enemigo para tomarla ellos, aconsejé resolución y ""nidad y dí ejemplo de actividad arrastrando un mueble pesado para ponerlo en frente de la puerta derribada. En es– to me asistieron con diligencia el Coronel Walker y el Teniente Coronel Kewen y no anduvimos muy lerdos¡ pues escasamente habíamos colocado esa barrera tem– poral cuando el enemigo se nos vino encima con un bien organizado asalto con bayonetas caladas. Si este asalto se hubiera llevado a cabo antes de que obstru– yéramos la puerta¡ hubieran entrado y hubieran dado buena cuenta de nosotros por su inmensa mayoría. Pero la barrera temporal permitió a nuestros hombres despejarse un poco de un letargo pasajero que habían sufrido mientras tanto Walker, Kewen y yo deteníamos su ofensiva, echando a un lado sus bayonetas y atra– vesándolos con nuestra espadas. Nuestros hombres acudieron a socorrernos y descargando sus rifles sobre nuestros hombros lograron por fin desvanecer la ofen– siva dejando la puerta mejor atrincherada con un montón de muertos del enemigo. Primero hicieron una pequeña pausa y ruego se retiraron precipitada– mente dejando una cantidad de muertos como testigos de la buena punterÍ'a de los rifleros.

MUERTE DE KE\VEN

AAientras el fuego certero de nuestros hombres anulaba la presión del enemigo, el Coronel Kewen aVClnzó tambaleante como queriendo asir el aire con sus manos, yo lo abracé y le ayudé a recostarse suave– mente sobre mis espqldas. No fue necesario pregun– tarle que tan grave era su herida, pues el chorro de sangre que manaba de su boca y una mancha roja. en el pecho de donde también Jo sangre salía a borbollo– nes lo decían todo. Tenía el pulmón perforado y con una sonrisa expiró.

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