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Andas solitarias, andas malandantes, que a veces en hombros de hombres tam-

(baleanies váis con el anónimo. o . traca, traca, tran... a mí, que del mundo casi nada espero, tendréis de llevarme por aquel sendero o oo lo mísmo que a Pedro, lo mísmo que a

(Juan!

A la hora breve que el Angelus llena, cuando el barrio todo es como una pena oue íaríarnudea triste alcaraván,

i~éis con el mustio, cara a las nacientes pálidas estrellas; y las buenas gentes; "¡Quién será el difunto!" se preguntarán.

Uno dice -alguien-: no lo sé, lo infiero: es algún borracho, loco, pordiosero que de puerta en puerta mendigó su pan, alguna muchacha de la vida inquieta, tal vez un bohemio, tal vez un Poeta ... que si no lo saben lo adivinarán.

.,Andas solitarias, andas temerosas, ataúd pariido que siempre en las fosas con un gesto malo quizá os volcarán, lleváis a los pobres de iriste mortaja, a los que en su lecho, pues no tiene caja, con su rnísma sábana los enterrarán!".

El 15 de Septiembre de 1871, un vapor de línea llega al puerto de Corinto, con setenta Padres "JESUITAS", que habían sido expulsados de la República de Gua– temala.

Nicaragua se presenta ante ellos con toda la hermosura de su grandiosa na±u– raleza, y les hace que sientan la confian– za de haber arribado a tierra noble y hos– pitalaria.

Los vecinos del puerto los reciben con cariño; y lo primero que hace con actitud de diplomático el Padre San Román, jefe de los desterrados, es enviar a León sede del episcopado, la promesa de sumisión jerárquica al !limo. Sr. Obispo, y presen– lar el saludo de respeto al Sr. Presidente de la República por medio del Prefecto del Depariamento. El Presidente lo era Don Vicente Cuadra, aquel hombre puro y lÍJ:n– pio de la satánica ambición del oro, del qUe dejó llenas las arcas de Estado al ter– minar su período.

El !ltmo. Señor Obispo Dr. Don Ma– nuel Ulloa y Calvo, con la cortesía y bon– doad que le caraC±erizaba, acogió con eniu– Slasmo y regocijo a los apreciables Sacer– dotes y les envió una carta, abriéndoles las puertas de la Diócesis, y concediéndo– les de inmediato el ejercicio de su sagra–

d~ ministerio; carta que envió con los mismos comisionados los PP. Ignacio Ta– boada y Dionisio Sierra.

La noticia de la llegada a León de los Jesuitas, corre por sus cuatro rumbos y en In :r:nomento el entusiasmo general llena a cludad. Todos los leoneses se prepa– ran a darles la más sincera y expresiva acogida.

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. i Son los Padres arrojados de una tie– rra hermana por el sólo hecho de ser Je– suitas, que buscan asilo en tierra nuestra!

I Bien venidos séan!; era el grito unánime de toda la ciudad.

El 18, a las tres de la mañana las bar– cas cruzaban ligeramente la bahía. Rei– haba en ellas el más profundo silencio, pero al asomar por el horizonte, el lucero del alba, brotó espontáneamente en todos los jóvenes el himno "Ave Maris stela"; y así llegaron al Barquito que da la entrada a tierra firme. En este lugar estaban ya las comisiones de notables personas, entu– siastas por los huéspedes sagrados, como el Dr. y Gral. don Ramón J. Sarria que hizo con ellos a pié el camino hasta lle– gar a León; los vehículos de transporie de la época estaban lístos en espera de los Jesuitas; eran las sólidas y pesadas carre– tas, con toldo de cuero crudo en arcos de bejucos, con sus lados forrados de hojas de palma sujetas a fuertes estacas, con su cama tapizada de hua±e seco, con ruedas de una sola pieza de madera, tiradas por yuntas de bueyes que guiaba o conducía por aquellos caminos polvorientos, que en invierno se convertían en inmensos loda– zales, un humilde hijo del campo.

Así llegaron a Subtiava; la población leonesa estaba en grupos en la plaza de la Iglesia parroquial, y entre alegre repi– que de campanas, de nutridos aplausos, de vítores y reveniar de bombas y cohe– fes son recibidos los Jesuitas. Antes había circulado una hoja suelta que decía: "Salud Reverendos PP. de la Compañía de Jesús: Vosotros, cuya enseña es la caridad y la virtud de la humildad, seréis acogi-

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