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« Previous Page Table of Contents Next Page »bisiones Presidenciales, con la pena de la rrmer±e
all'\~uñoz, era natural que su espada no tuviera los de'no s de antaño. Así se explica por qué del 3 de brJ Hembre que se libró, e~ combate de La Virgen al se P
de octubre, fecha fahdlCa de la tOIna de Granada
13 Walker, Corral no realizara ningún raovilniento
PO'lif ar en contra de los filibusteros. Se dedicó más rt;l n a marchas y contramarchas esiériles, sin seniido bl e a1g U t ri:
lugar de dirigir un ataque frontal conlra la
laza de. Gr:anada .que hubiera levaniado el ánimo de r
S LegiflInlstas, hIzo una larga cruzada hasta apare– or en Masaya, a donde se habían refugiado los líde–
ces de ese Partido. Después de la fusilación de Ma– re r a (22 de Octubre de 1855) y las prisiones de irn–
yo ¿antes Granadinos, la dirigencia del Partido Legi–
P.~ista no sabía qué decisión tomar. Finalmente con
h na resolución vacilante instruyeron a Corral para que
u e trasladase a Granda, con el objeto de arreglar con
~a1ker un tratado de paz.
El desastroso teatro en que estaba Granada los había llevado a esa terrible conclusión. Esta ciudad lantas veces conmovida, avasallada por piratas, con SUS bienes arrebatados en n'1ás de una ocasión, incen– diada en parie, pero siem.pre resurgida con mayor alti– veZ, en esla ocasión parecía sumida en una absoluta amargura.
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De esia misma pena participaban los generales
y polílicos del parlido legitimista. Quebrantada la moral de sus jefes el Gral. Ponciano Corral salió de Masaya muy lemprano del 23 de Octubre. El Co– ronel Fry al mando de una patrulla de americanos salió a los alrededores de Granada a encontrar al Jefe Legitimista Ponciano Corral en la finca El Car– men (hoy de la Suco del Dr. Maieo M. Guillénl. Al llegar a la Pólvora arabas compañías se juntaron cor– dialmente formando un solo ejército. RefiereWalker en sus memorias que después de saludarse, los co– mandantes de las dos fuerzas entraron por la Calle Real que conduce a la Plaza Mayor. Al pasar veían las puertas y ventanas alesladas de mujeres y niños vestidos con los trajes de colores vivos y sonriendo con lágrimas en los ojos anle la perspectiva de'la paz. Toda la fuerza democrática eslaba formada en la pla_ za para impresionar a Corral con el núInero de solda–
dos americanos de que disponía el ejército democrá– fico.
Después, en la casa de Vega, (actual Casa Pellas) Walker y Corral platicaron todo lo referente a los términos de paz. Las observaciones de Corral fueron aceptadas por Walker, de manera que el tratado re–
sulto ser obra de Corral, con la excepción de la vi– gencia de los arlículos de la Consli±ución Política de 1838, que hablan de la naturalización.
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Trágicamente Granada subía de peldaño en pel– daño la escala de las sorpresas. El día anterior al
i~atado de paz, el Licenciado Mayorga había sido ase– Sinado y su cadáver tirado en charcas de sangre en el atrio de la Parroquia. Ese mismo día fue enterrado e?- el cementerio de esta ciudad. Sin embargo, el día SIguiente 23 se ponía fin a la guerra, mediante un a:reglo firmado por Corral, en representación del Go– b,lemo del Licenciado José María Estrada, y Walker, Sin ninguna representación ni mandato del gobierno provisorio, únicamente en su carácter personal. ¿Qué Pdensar de todo ésto? áQué juicio emitir de un trata-o de paz, redactado privaiivamen±e por Corral, y de
~uYa paternidad él mismo hizo lengua? Los hilos to-
Os del nuevo gobierno los creía tener en su mano, C?n Don Patricio Rivas, Jefe del Ejecutivo, que había ¡Ido propuesto por él. Ejercería su mandato por ca– orce meses.
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Corral llevó a Masaya los pliegos del ira:l:ado de paz, y el desencanto de Estrada, sus ministros y el ejército fue muy grande. La ola de fristeza se con– virtió al momento en protesta firme y enérgica. Los soldados trataron de desconocer a Corral y entregarle el mando a Marlínez, para que éste atacara inmedia– taxnente a Walker, pero tuvieron que ser sometidos.
17 meses de lucha para nada. Tanta sangre y sacri– ficio y al final un arreglo, que no era más que el pre– ludio de la dominación extranjera. ¿Quién gana en una guerra? Nadie, pero aquí resultó un caso espe– cial. Los dos partidos políticos en lucha abierla lo perdieron todo, y en su derrota arrastraron también los derechos inalienables y soberanos de su propia Patria. Con mucha razón se ha dicho que la guerra es una mentira trágica.
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Brillante era la sifmlción de Walker, pero a costa de la vergüenza de nuestros connacionales. Los prin– cipales Legitimistas le habían ofrecido la Presidencia de la República según lo consignaron en Ada Muni– cipal un día después de la Toma de Granada, y para que nadie quedara exento de tanto oprobio, los Jefes y oficiales Democráticos acantonados en Granada, en otra ac1a nombraron a Walker Director Provisional del Estado el 23 de Odubre de 1855.
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Cuenta la tradición que Jerez y los democráticos fueron recibidos por el filibustero y los granadinos en el salón principal de la casa Pellas de ahora, que en aquellos tiempos era de don Fulgencio Vega, por supuesto con una edificación distinta. Los saludos de palabras se fueron carrlbiando con efusivos apreto– nes de manos. Cuando le faltaba poco a Jerez para encontrarse con Corral, éste se desentendió de las de– mostraciones de corlesía, alejándose de los de allí con– gregadbs, negándole así la mano a Jerez y a Buena– ventura Selva por quienes sentía profundo desagrado. Walker, con la agilidad diabólica de su inteligencia, se aprovechó de este manifiesto distanciamiento per– sonal y al momento pensó en cómo debía organizarse el gabinete dándole figuración a los irreconciliables enemigos regionales. A Corral le dio la carlera de Guerra. Relaciones a Jerez. Crédito Público a Fer– mín Ferrer que tenía la animadversión granadina desde que "desvalijó" a doña Juliana Molina viuda del que llamaban "el ciego Marenco". Con ésta se casó para venderle en ochenta rrJil dólares a un señor Maliaño de Rivas, la Hacienda Hato Grande que era uno de los mejores bienes de esa Sucesión. En vida "el ciego Marenco" no la había querido vender por 250 mil dólares. A Parker French un 'americano de pésimos antecedentes en su país, lo nombró Ministro de Ha– cienda. Corral con la Carlera de Guerra era prácti– camente una figura decorativa teniendo Walker las armas y siendo el filibusterismo la única fuerza anna– da en la República.
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En menos tiempo del que canta un gallo, los ex– tranjeros "le habían dado vuelta a la tortilla' com– prometiendo materialmente al país. Desoída la voz de la cordura, no le quedaba a los nicaragüenses más que dar coces contra el aguijón.
El nuevo sol del filibustero se levantó odiosamente en nuestro cielo azul. Cayeron al suelo las divisas parlidaristas de legitimistas y democráticos y las cosas cambiaron de aspecto, y de modo de ser. A trabajar todos, olvidándose de politiquerías, que habían engen– drado tanto odio y tanta guerra. A servirle al blanco del Norte. El indio de Nicaragua, decía Walker, se le parecía mucho al negro de los Estados Unidos, en lo fiel y dócil, así como en su aptüud para el trabajo y pronto asimilarían los usos y costumbres nuevos. Jerez y los suyos comprendieron inmediatamente.
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