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~e nvenio en cuesiión había pasado a ser propiedad del E ~ado ell viriud del Concordato celebrado con la Santa
SS de el año de 1862, el que disponía ese traspaso siem, ee que los edificios que habían sido ,propiedades de los P:ligiOllOS, estuvieran o no ane)cas a las iglesias, se des–
~'naran
él centros de enseñanza, y se estaba cumpliendo en
1, caso de San Francisco, con esa cláusula del Concordato. e Así se lo hi;¡;o saber don Ramón Cuadra al interesado; le dijo más: que él, (Piñol) en su calidad de administra–
~or de los bienes temporales de la diócesis, podía recla– mar las casas comprendidas en la manzana de la Merced, porque esos terrenos habían sido vendidos por el gobier– nO sin el consentimiento de la autoridad eclesiásticél, a que perienecían, y bien ,podía entablar un juicio de reivin– dicación sobre esas propiedades, ,si él así lo estimaba conveniente.
No hubo más, después de estas pláticas, a las que siguieron otras, entre el Jefe Político y el Señor Piñol, siempre encaminadas a buscarle solución adecuada a los problemas que a diario se presentaban inherentes en toda em,presa nueva en la que tocio está hecho a medias. Si esta negativa hubiera si.do la causa de su renuncia, lo hubiera e)Cpresado así en su Carta Pastoral de despedi– da en la que sólo habla, como causa de su renuncia, "del rigor de la :wna tórrida incompatible con su salud la que había visto de tal modo afectada, que su presencia, a ninguno sel'ía de provecho, y a todos serviría de carga" (palabras te>etua,les),
Su permanencia en París
Nada cono;¡;co referente al Señor Piñol después de sus prédicas en las que concitaba a la resistencia cívica contra ~strada Cabrera, y de su consiguiente encarcela– miento de pada de las fuerzas represivas de la Guate– mala de entonces, de ahora y sietnpre. Ignoro, asimismo, el motivo de su sa'lida de Guatemala, si obededó a cau– sas políticas, o sería para no encontral'se a la llegada del nuevo Ai':l:obispo Monseñor Muño:z y Capurón cuya pre– sencia le iba a crear ul,a situaci6n Ipenosa, y optó por SI1"
lir antes que él Ileg'H·a.
, POI' la misma falta de datos no se puede conjehJYa¡' a que se haya debido su determinaci6n de fijar su ¡'esi· dencia en París, donde los encantos de la Ciudad luz, su juventud, su figura apolínea, y el tedio que por las cosas referentes ,¡¡ su ministerio sacerdota,1 debe haberle produ– cido sus aspiraciones insatisfechas, le hicieron caer en la tibieza espiritual y permanecer alejado de las ocupaciones propias de su estado eclesiástico.
Poco o nada se conoce de esta época de su vida pa– sada en París; lo que sí parece ser cierlo es que llevó vida a,seglarada, lo que no quiere decir que su conducta haya Sido libre y desenvuelta, como algunos así lo aseguran Por haberlo visto salir de la Opera, vestido de seglar. No existe, empero, ningún hecho ~ehaciente que corrobore esas afirmaciones, ni que su fe haya naufragado cayendo en la duda o la incredu,lidad, ,por lo que tales informacio– nes deben considerarse como simples rumores malévolos, carentes de veracidad.
Le llaman de Roma
La Sanhl Sede le llamó varias veces a venir a Rama
para confiarle uno de ,tantos cargos como existen en la Curia Romana que por ,lo general son desempeñados pOI' obispos "in partibus"; pero él declin6 airas tantas ocasio– nes, la oportunidad que se le presentaba de servil' a la Iglesia en esos cargos.
Me contaba Monseñor Burge y C<lstrillo que en uno de sus viajes a Roma acompañando al Señor Arzobispo de 5an José, Monseñor Rafael Othón Castro y Jiménez, trató este prelado de entrevistarse con el Señor Piñol de quien había sido su Vicario Gene¡'ai en Granada, y comp-añero suyo de estudios en el Colegio Pío Latino, y que lo buscó en París, habiendo dado con su direcci6n; pero no se dejé ver de ellos, no obstante de haber recibido, firmado por él, el aviso de retorno de la cita que por carta certificada, le había sido solicitada por el Señor Arzobis,po Castro y Jiménez.
Su renuncia a establecer conlado con sus hermanos en el sacerdocio, parecía indicar su firme determinación de permanecer en el estado laico que había adoptado como método de vida, y temía que al acercarse a ellos le I:onvencieran a volver él,1 ejercicio de su vocación sacerdo– tal. También pudiera ser, que le diera pena presentarse <mte ellos de quienes había sido su superior jerárquico, y prefirió no recibirlos.
Vuelve sobre sus pasos y entra
a un Convento
Pero llegó un día en que oyó la voz de su concien· cia, y obediente a los impulsos de la gracia que le solici– taba, tomó la resolución de que, así como había imitado al hijo pródigo disipando su hetencia,le imitaría en su arrepentimiento y mudanza de vida. Me levantaré
-dijo~ e iré a casa de mi padre, y postrándome a sus pies, le pediré perdón diciéndole: padre mío, he pecado contra el cielo y contra ti: no merezco llamarme hijo tuyo. Cuentan que el Señor Piñol hizo viaje a Roma a re– cabar su admisión al sacerdocio, el cual había abandonado y que, sea que le haya sido dado en penitencia, sea de su propia voluntad, solici.t6 y obtuvo el ser admitido en la orden de frailes menores fi'am:iscanCls la que Helle un Convento en Montevideo al eual fue destinado frai José Piñol para que en él :pasase el resto de su vida.
Su expiación
Cuando el doctor Cuadra Pasos fue a Montevideo en
1933 para asistir a una Conferencia Internacional como delegado de Nicaragua, estuvo a visitarle, y le encontró vistiendo el burdo sayal y cubierta la tabeza con la capu– cha franciscana; acariciando el rosario entre las manos, y tenienclo por toda insignia de su elevada investidura, una humilde cruz de madera, sujefa a un cordón, que le col– gaba al cuello.
Hicieron recuerdos de su venida a Nicaragua, de su apoteósico recibimiento, de la negativ<l de don Ramón a cederle el Insti.tuto, y los motivos que mediaban que im– pedían esa concesión; de sus días pé'lsaclos en Granada. de su renuncia, que él reconoció como uno de sus más grandes errores, todo esto recordado por él sin amargu– ras, como quien pasa revista en apolillados y amarillentos infolios cuyo contenido no despiertan interés ninguno.
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