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« Previous Page Table of Contents Next Page »cho que reformar en nuestra vida social, economlca y política. Yo, esta vez, sólo voy a presentarles lo que
considero la 'reforma fundamental, la reforma 'que debe ser el espíritu impulsor de las otras reformas.
11. EL ESPIRITU DE LA SOLUCION
Nosotros VIVimos en sociedades, ¡pero no tenemos espíritu social. Las sociedades son reunión estable de personas para colabora'r todas en la adquisición de los bienes de todas. Vivimos en sociedades, pero solo mate– rialmente; nos falta el espíritu de las sociedades: la preo– cupación por los bienes de todos, no sólo la preocupación por mis b'ienes. Nosotros casi siempre vivimos encerra– dos en el mundo estrecho del yo, a lo más ensanchamos nuestras preocupaciones al espacio de nuestra familia. ¿Los demás? Ellos verán. Que ellos hagan su vida, co– mo yo la mía.
Este espíritu individualista lo hemos heredado de la filosofía liberal. Para ella el hombre era un individuo aislado de los demás, que tenía que hacer su propia vida y de~preocupaorse de los demás. Esta idea estúpida, que ya nadie sigue como principio filosófico recto, ha queda– do en el ambiente. La respiramos por todas partes, en el hogar, en las amistades, en los colegios. Por todas par– tes oímos frases como ésta: "¿Qué tengo que ver yo con el problema del otro? ¿Desde cuándo soy yo 'remedia– dor de su miseria?"
Este e~píritu individualista es la raíz fundamentat de los problemas anteriores. Casi todos hemos vivido egoís– ticamente, despreocupados de los demás. "Mis hacien– das, mi capital, mis casas, mi descanso, mis lujos, mis viajes a Europa o Estados Unidos. .. ,La miseria de los demás, iNo es cosa mía sino de ellos!"
Urge, pues, crea'r el espíritu social, el espíritu de nuestra vinculación con los demás. Urge crear en cada uno de nosotros la preocupación ¡por los problemas deto– dos, no sólo por los propios. Hace falta que nos con– venzamos de que el individuo no alcanza la perfección de su ser de hombres si prescinde de los demás. Hace falta que nos convenzamos de que el hombre es POR NATURA– LEZA UN SER SOCIAL, y que por tanto ESTAMOS OBLIGA– DOS A VIVIR SOCIALMENTE. Esto es lo que quisiera hacer hoy, convencerles de que tenemos una naturaleza social y que, por tanto, no somos hombres si vivimos prescindien– do de los demás.
La naturaleza del hombre manifiesta la ley de Dios
Dios es el arquitecto del Universo. El lo hizo, El lo organizó según su gusto. El dispuso el tamaño, la distan– cia y la velocidad de las estrellas, el orden del ojo huma– no, la estrudura del árbol y de la ipiedra. Pero Dios no quizo concluir su obra. Dejó ciertas cosas por hacer, y nos las encomendó a los hombres, a los seres in.teligentes y libres que había creado. Nosotros, pues, tenemos que acabar la construcción del Universo, tenemos que concluir la obra de Dios. Tal es nuestra misión central: servir a Dios en la conclusión de su obra, cada uno según la me– dida de sus posibilidades. Todos debemos discurrir con nuestra inteligencia lo que debemos hacer para concluir la obra de Dios, y luego debemos ponerlo en obras con nuestra voluntad libre.
¿Pero cómo sabemos lo que Dios quiere que haga– mos? ¿Dónde está el ¡plano del Arquitecto Dios, para
que nosotros, sus colaboradores, terminemos su obra? El plano de Dios está en la naturaleza del hombre y de las cosas. Dios quiere que acabemos su obra construyen. do todo conforme a nuestra naturaleza.
Esto es obvio. Cuando un pintor pinta de verde Una pared, lo hace porque quiere que la pared sea verde. Cuando una señora coloca un jarrón en la sala de su ca. sa, lo hace porque quiere que ese jarrón adorne alIí Su
casa. De igual forma, cuando Dios nos hizo con esta na,furaleza nuestra, cuando nos hizo así como som~s, lo hizo para que fuésemos siempre así y procediésemos siempre confo'rme a este ser.
La naturaleza nuestra es, pues, plano del Arquitecto Dios. Es ley de Dios que todos debemos obedecer en la construcción de nuestra vida. Por eso Juan XXIII afirma en su última gran Encíclica, Pacem in terl'is: "el Creador ha impreso el orden aún en lo más íntimo de la natura. leza del hombre: orden que la conciencia descubre y
manda perentoriamente seguir". (10)
Tal es, pues, nuestra misión central: ser lo que so. mos, cumplir nuestra naturaleza, vivir conforme· a ella.
La naturaleza del hombre es social
¿Puede el hombre cumplir esa misión central preso cindiendo de los demás, haciendo caso omiso de la vida y
de los problemas de los demás? Si la naturaleza nuestra es natu'l'aleza puramente individual, totalmente aislada y solitaria, sí puede. Pero si la naturaleza nuestra es so· cial, es decir, que necesita de otros para recibir de ellos y
para darles, entonces el hombre no puede cumplir su mi· sión central prescindiendo de los demás.
Y este es el caso de nuestro ser. Tenemos una na· turaleza social. Tenemos una naturaleza que exige la convivencia, el recibir y el dar, el ayudarse y el ayudar. Los hombres somos como las islas, que a primera vista es· tánseparadas unas de otras, pero si profundizamos en su ser las encontramos íntimamente unidas, pegadas por dentro unas a otras. Así somos los hombres, amarrados estrechamente los unos a los otros.
Profundicemos en nuestra natu'raleza para encontrar esa vinculación a los demás.
Nuestra naturaleza tiene una serie grande de neceo sidades, es decir una serie grande de exigencias de cosas que no tiene y que debería tener. Por ejemplo, la neceo sidad de alimentos para rehacer las fuerzas; la necesidad de medicinas para recobrar la salud; la necesidad de defensas para defender la vida; la necesidad de libros para instruírnos. Y estamos obligados a satisfacer tales necesidades; son ellas parte de ese sector del Universo que Dios no quizo acabar y nos lo encomendó a los hom· bres. Ir llenando esos vacíos, ir satisfaciendo esas neceo sidades, es uno de los servicios a Dios que debemos realizar, es una de las formas de ir c'umpliendo con nues· tra naturaleza.
Pero muchas de estas necesidades no pueden ser satisfechas por cada uno solitariamente, sino que requie– ren la ayuda de otros, la vida social. Por ejemplo, un padre de familia está obligado a satisfacer las necesidades
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