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con frecuencia sorprendentes cambios en las relaciones que existen entre naciones y vecinos.

PERSEVEREMOS

Perseveremos. La paz no es impracticable, ni me– vitable la guerra. Al definir más claramente nuestra me– ita, al hacer que parezca más dúctil y menos remota, po– demos ayudar a todos los pueblos a verla, a nutrir de ella su esperanza, y a aproximarse irresistiblemente a ella. Segundo: Examinemos nuestra actitud frente a la URSS. Causa desaliento ¡pensar que sus dirigentes crean realmente lo que escriben constantemente sus propagan– distas. Causa desaliento leer un reciente tex,to soviético sobre estrategia militar, y encontrar, en p'ágina tras pá– gina, alega,tos totalmente bajos e increíbles, como por ejemplo el de que "los círculos imperialistas norteameri– canos están haciendo preparativos para desencadenar di– ferentes clases de guerras. .. De que existe la muy pal– pable amenaza de que los imperialistas norteamericanos desencadenen una guerra preventiva contra la Unión So– viética. .. (y de que) el objetivo político que persiguen

105 imperialistas norteamericanos es esclaviza'r económica y políticamente a los ¡países de Europa y a otras naciones capitalistas. .. (y) llegar a dominar el mundo. " por me– dio de guerras de agresión".

Verdaderamente que, como se ha escrito hace la'rgo tiempo, "huye el malvado sin que nadie lo persiga". Aún así, es triste leer estas dedal'aciones de los rusos, y com– probar la magnitud de la distancia que media entre no– sotros. Sin embargo, también es una advertencia; una advertencia al pueblo norteamericano para que no caiga en la misma trilmpa que los rusos, para que no tenga sólo la visión deformada y desesperada de la otra parte, para que no vea el conflicto como algo inevitable, la adap– tación como algo imposible, y la comunicación como nada más que un intercambio de calificativos y amenazas. Ningún gobierno o sistema social es tan malvado, que su pueblo deba considerarse exento de virtudes. Como americanos, el comunismo nos es p'rofundamente repug– nante como negación de la libertad ¡personal y la digni– dad. Pero podemos no obstante aplaudir al pueblo so– viético pOI' sus muchas realizaciones: en la ciencia y el espado sideral, en el desarrollo económico e industrial, en la cultura y en los actos de valor.

Entre los muchos 'rasgos que los pueblos de nuestros dos países tienen en común, ninguno es más fuerte que nuestl'o mutuo abonecimiento de la guerra. Se da el caso casi único de que entre las grandes potencias del mundo nuesh'as dos naciones no han estado nunca en guerra entre sí. Y en la historia de los conflictos arma– dos nÍilguna otra nación ha sufrido más que lo que sufrió Rusia en la Segunda Guerra Mundial. Por lo menos 20 millones (de personas) perdieron la vida. Innumerables millones de casas y granjas fueron saqueadas o incendia– das. La tercera parte del territorio de la nación, incluídas cerca de las dos terceras partes de su base industrial, que– dó transformada en escombros, pérdida equivalente él la destrucción de todo el territorio norteamericano que se extiende al Este de Chicago.

Hoy, si la guerra estallara de nuevo -no importa c6mo-- nuestros dos países se convertirían en los blancos principales. Es un hecho irónico ¡pero cierto que las dos potencias más poderosas son las que se hallan en mayor

peligro de devastación, Todo lo que hemos construid tod,o aquello por lo cual hemos trabajado, quedaría de~:

,truldo. Y aun en la guerra fría -que crea gravámen

l · t t ' . l' 1 es y . pe Igros a an os p.~lses, mc uSlve os más estrechos altados de nuestra naclon- nuestros dos p~íses soportan la carga mayor. Pues ambos estamos dechcando vasta

sum~s a la. ~dquisició~ de numerosos armamentos qu: pudieran utlhzal'se melor para combatir la ignorancia, la pobreza 'l la enfermedad. Estamos ambos cogidos en Un círculo vicioso y peligroso en el cual la sospecha en una parte suscita la sospecha en la otra, y en el cual nuevas armas dan origen a otras que las contrarresten.

En 'resumen, los Estados Unidos 'l sus aliados, y Rusia

y sus aliados, tienen un interés mutuo y profundo en una paz genuina y justa, y en detener la carrera de armamen_ tos. Llegar a acuerdos en tal sentido constituye un inte– rés tanto para la Unión Soviética como para nosotros, y

aún puede confiarse en que las naciones más hostiles

a~epten y c~mplan las obligaciones de tales tratados, y

solo esas obligaciones, que redundan en su propio interés,

TODOS SOMOS MORTALES

Así, no seamos ciegos a nuestras diferencias, yen– foquemos también nuestra atención directa en nuestros intereses comunes y en los medios por los cuales tales diferencias pueden ser resueltas. Y si no podemos eli– minar nuestras divergencias, al menos podemos hacer que exista un mundo en que pueda vivirse con seguridad no obstante la divel'sidad de criterios, pues, en un análisis último, nuestro vínculo más importante es el hecho de que habitamos todos en este planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos luchamos por el futuro de nues– tros hijos. Y toclos somos mo'rtales.

Tercero: permítasenos reexaminar nuestra ¡propia actitud hacia la guerra fría. Permítasenos recol'da'r que no estamos enfrascados en un debate, tratando de acu– mular argumentos poldmicos. No e~tamos aquíl para lanzar acusadones o para apuntar con el dado del fiscal a nadie. Debemos aceptar el mundo tal como es, y no como hubiera podido ser si la historia de los últimos die– ciocho años hubiera sido distinta.

Debemos, por tanto, perseverar en la búsqueda de la paz, en la esperanza de que cambios constructivos den– tro del bloque comunista permitan llegar a soluciones que están ahora más allá de nuestro alcance. Debemos dirigir nuestros asuntos en tal forma, que se convierta en cuestión de interés para los comunistas llegar al logro de una genuina paz. Sobre todo, al mismo tiempo que de– fendemos nuestros intereses básicos, las potencias nuclea– res deben evits'r confrontaciones que presenten al adver– sario el dilema de escoger entre una retirada humillante o una guerra nuclear. Adoptar este último curso de ac~

ción en la edad nuclear, sería sólo la ¡prueba de la banca– rrota de nuestra política, o un deseo de llevar a la muerte colediva al mundo.

Para garantizar la consecución de estos fines, las armas de los Estados Unidos no son pl'oocativas, están cuidadosamente controladas, se han concebido pa'ra disua– dir a posibles agresores, y permiten que se haga de ellas un uso selectivo. Nuestras fuerzas militares están con– sagradas a la paz y disciplinadas para saber contenerse, Nuestros diplomáticos tienen instrucciones de evitar actos

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