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« Previous Page Table of Contents Next Page »tamiénto y del agua que' había ingerido durante la noche. Cuando sus hombres le rodearon, Kennedy miró desde el suelo a su tercer oficial, el alférez George ,Ross, y dijo:
-Perfeciamente¡ a usted le toca esta noche.
y se desmayó.
De vuelta a su base, la flotilla de Kennedy había perdido fodas las esperanzas de hallar a los 13 hom– bres de la PT-109. En realidad, no esfaba progra– mada la parlicipación de la lancha en aquel serviciq de patrulla. Pero un ataque aéreo realizado por los japoneses aquella tarde había inutilizado oÍras lan– chas de la flotilla, y I{ennedy y su tripulación, que iban a disfrutar de un día de permiso, tuvieron de pronto que volver a enfrar en servicio.
En un solemne aefo, los hombres de la base se reunieron para celebrar un servicio fúneble en me– moria de los hombres de ]a PT-109 supuestarnente perdidos en la acción. Un oficial escribió una carla a la madre de uno de los compaí'ieros de tripulación de Kennedy d.iciéndole que su hijo había muerlo por una causa que consideraba "más imporlanfe que cual– quiera de nosofros". La carla continuaba diciendo que el joven I{ennedy, hijo del ex-embajador en Ingla– terra, había perdido la vida en la misma operación.
los indígenas ayudan
Aquella noche, el alférez Ross nadó hasfa el es– .1.recho de Ferguson para acechar el paso de alguna lancha torpedera, como su comandante lo había he– ého la noche previa. Pero su suerle fue tan mala cemo la de I'\ennedy.
, En tierra, los hombres comenzaban a sufrir terri– blemente de sed. No había agua dulce en la isla, ni siquiera cocos que se pudieran rOinper para beber su azucarada leche. Kennedy pasó despierlo la mayor parle de la noche, enfermo y helado, preocupado del futuro.
, Por la mañana, cuando Ross regresó, Kennedy decidió llevar a sus hombres a una isla más próxima al paso de Ferguson y donde tuvieran mejores posibi– lidades de ser salvados. Pensaba en un lugar algo mayor y con ,más árboles. Una vez más, el pequeño
y cansado grupo se puso en marcha. Kennedy iba el primero, remolcando a McMahon por las correas del chaleco salvavidas, como hizo el primer día de su aventura. Los arras hombres se ágruparon alrededor del grueso madero y empezaron otra vez a nadar. McMahon estaba aún vivo. 'Pero sus quemadu– ras empezaban a enconarse y mosfraban el inflamado aspecio que acompaña a la infección.
También Kennedy se hallaba en mal estado por entonces. Nadaba en cabeza, lenta y penosamente, como en una película tomáda con cámara lenta. Sus pies estaban llenos de rasguños y terriblemente hin– chados a causa de los corles producidos por el coral, y de vez en cuando tenía que dejar de nadar para vonill:ar, pues sentía náuseas debidas al efecio del agua salada que estaba tragando.
Tres horas después, la macilenta fripulación llegó al fin a la nueva isla, y los hombres se arrastraron hasta tierra finne, donde les saludó el espectáculo de los co~os maduros caídos sobre la arena. Rápida– men.l:e 'rompieron las corlezas y bebieron con avidez la deliciosa leche. Y con la misma rapidez, sus estó– magos, que llevaban tres días sin recibir alimento al– guno, Se rebelaron contra la rica leche de coco, pro– vocando, en los hombres, fuerles convulsiones esto– macale!? Algunos tenían tanta hambre que intenta– ron comer caracoles crudos, pero su sabor era tan horrible que el experimento acabó en seguida. Aquella noche llovió a torrentes, y los hombres, en su delirio por beber agua fresca, lamían la que corría por los troncos y las hojas de los árboles. Pero a la' siguiente mañana descubrieron la causa de que el agua de lluvia, que debía haber sabido dulce, tu– viera un s¡:¡.bor tan amargo. La: isla había sido utili– zada como criadero por las aves, y toda la vegetación estaba cubierla por sus excrementos. Fastidiados, los hombres llamaron a aquel lugar la Isla de las Aves.
Aquella mañana inició el cuarlo día de naufragio de los hombres de Kennedy. Las eSPeranzas de Ser
salvados estaban disipándose, y uno de los hombres viendo el rosario que llevaba arra de la rripulación' le dijo: ' -M.aguire, da otra pasada a ese collar.
Maguire pasó sus dedos por las cuentas del ro– sario.
-Sí -dijo-, os tendré en cuenta a todos, mu– chachos.
No había aún indicios de buques o aviones norte_ americanos. Un rransporte japonés dio la vueli¡'l. len_ tamente al atolón, sin ver a los norteamericanos, ocul_ ios entre la maleza. Los aviones japoneses volaban con.l:inuamente sobre la isla, pero los hombres se es– condían de tal manera que los aviadores enemigos no pudieron localizarlos.
Kennedy medi:l:aba en el futuro. Había estado confemplando otra isla, llamada Nauru, siluada junio al paso, y decidió trasladarse a nado hasla ella. Su
única esperanza era establecer una base ]o más cerca posible del paso de Fe-rgusol1. y desde ella hacer seña– les a alguna el'nbarcación norleamericana.
Escogió al alférez Ross para acompañarle, y am– bos iniciaron a nado la travesía de media milla nasta la isla de Nauru. Avanzando pulgada a pulgada lnientras sus músculos protestaban a cada momen±~
del viaje, los dos hombres necesitaron más de una hora para alcanzar su destino. Una nueva playa de coral desgarró profundamente los pies de Ross y Ken– nedy, mientras cruzaban la isla medio carninando medio arrastrándose. Esperaban a cada instante en~
confrar una patrulla de soldados japoneses,
Pero en vez de encontrar la isla ocupada por los enemigos, Ross y Kennedy descubrieron sólo los res– fas abandonados de una lancha de desembarco japo– nesa que había naufragado allí. Buscando en el cas– co encontraron un barril de agua y algunas galletas rancias de munición. Los dos se dieron un banquéte con el primer alimento de verdad que habían tomado desde que naufragó la PT-109.
Otra vez los hombres permanecieron despiertos foda la noche vigilando las aguas por si pasaba algu– na lancha norleamericana. Y otra vez los buques no se dejaron ver.
A la mañana siguiente, I{ennedy recorrió la isla y enconrró una canoa hecha con un tronco vaciado, capaz para un solo hombre, oculta por algún grupo de nativos bajo las palmeras. Encantado con el des– cubrimiento, remó en la canoa hasta el paso aquella noche, pero, una vez más, no pudo encontrar ningún buque de salvamento.
Abrumado por la mala suerte, Kennedy remó en solitario hasta la isla donde estaba escondido el resio de sus hombres, llevándoles como un magnífico rega– lo el barrilito de agua y las galletas de munición. Pero al volver a Nauru, Kennedy se encontró me– tido en nuevos apuros. De pronto, su débil embar– cación zozobró ante la embestida de una súbita tor– menta tropical, y Jack se encontró solo en medio del chubasco. Afortunadamente, un grupo de indígenas amigos que pasaban por allí en su canoa de guerra divisaron al joven comandante que luchaba contra las olas, le recogieron y le llevaron a Nauru. Cuando Ross, desde su escondile en la isla, vio que los pr~
±ivos indígenas, que lucían huesos afilados atravesán– doles las narices, transporlaban a Jack hasta la tierra firme, creyó que su comandante estaba moribundol tan malo era su aspecio.
Duran±e largo rato, Kennedy y Ross intentaron hablar con los indígenas en el inglés chapurreado que se emplea en China, y que es también el le?– guaje universal en el Sur del Pacífico; pero fue inúill. Los indígenas no comprendían. "Rendowa, Rendo– wa, Rendowa", decían continuamenÍe los dos náufra-' gas. "Americanos, americanos, americanos". Al fin, Kennedy cogió una corteza lisa de coco Y
garrapateó en ella con su corlaplumas el siguiente mensaje:
"Once supervivientes¡ el indígena conoce posici6n y arrecifes isla Nauru. Kennedy".
Luego, entregando la corleza a uno de los indíge-
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