Page 21 - RC_1963_11_N38

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actüud confraria a la entrada de Norleamérica en la g,uerr:Si ust~deS estuvie::an. tancerc~ de la gueIT~ ca" '_ ' 'lo ,--dlJO a los penodlstas--:,:51 usted~s pudleran':

~~ lb que las bom?as han hecho a, Londres y. a las' , ' teS que han tenldo que peqnanecer en la Cludad,

~b~prenderán por qué digo que ésta nq es nuestra guerra". . t .. d al' "d t Ert mensaJe r~s mensaJe enVla os, ,presl .e~ e' Roose velt , el e~aJadox; Kennedy re,Peha sus oplnlO-es. Norleamenca debla abstenerse de; entrar en el n nflicfo Y debía armarse para su propla defensa. co El embajador Kennedy creía que gran parle de Europa caería bajo el régimen comunista. En esta redicción demostró que estaba en lo cierlo. Mien– kas contemplaba cómo el "blitz" alemán aplastaba a Londres decía al Presidente que sería inútil ayudar a

Inglate~a. Su causa, en ?u opinión, e~taba perdida. Fue una de las pocas ocaSlones de su vlda en que Jo– seph P. Kennedy estuvo completamente equivocado. No mucho después de la aparición del libro de Jack los puntos de vista del embajador Kennedy acer– ca d'e la situación inglesa fueron 'publicados ez; un diario de Bastan. En una entrevlsta que creyo no destinada a la publicación, habló francamente de sus temores sobre el futuro de la democracia en Inglate– rra. Cuando la entrevista fue r~c:ogida por los I2erió– dices de todo el mundo, la uhhdad del embaJador Kennedy como representante diplomático estaba des– truida. No podía hacer otra cosa sino dimitir. Y es– to fue lo que hizo.

La calma antes de la tempestad

En el verano de 1940, cuando el mundo se dirigía irrevocablemente hacia el desastre, los Kennedy pa– l"ecían deseosos de apurar los últimos meses de paz. Instintivamente se daban cuenta de que aquello era el fin de la niñez dorada de una fabulosa familia y, al mismo tiempo, el fin de la iliñez dorada de una fabulosa nación. Dentro de unos meses,. la familia

y la nación tomarían los arreos de la guerra, n,o como niñós, smo como adultos, resueltos a cumplir su mi– sion. Ei triunfo en la guerra, sin embargo, no supon– dna' para ellos un retorno a la niñez: era un mundo complejo, acosado, cruel y adulto el que esperaba a los Kennedy y a Norleamérica al otro lado del arco iris de 1945.

En aquellos días de 1940 rivalizaban fieramente en Hyannis Port en fútbol, en tenis, en navegación a vela, en todo. Y siempre, a medida que los Kennedy luchaban, crecían colectiva e individualmente. Se irasmitían el uno al otro la fuerza y la confianza que neCesitarían en los años siguientes. Mientras Se per– trechaban, para ,un incierto futuro, casi se podía perci– bir el pensamiento que se ocultaba bajo el vigor y vi– talidad de los Kennedy: "por ahora es bueno estar vivos".

El magistrado William O. Douglas, del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, describía la apiñada vida de los Kennedy de esta manera:

"La mayor parte de los jóvenes, cuando crecen, buscan su principal estímulo y sus principales iniere– ses fuera del hogar, pero los Kénnedy encontraron es– tas cosas en su propio círculo de familia. .. Era un hogar estimulante, un sitio donde se estaba bien, lleno

d~ diversiones y juegos y de encantadora conversa– Clón. Era difícil para ellos encontrar algo tan fasci– nante fuera de casa. Por esl0 están tan unidos unos a otros y tan confiados".

. Más tarde, Joseph E. Dineen, un veterano perio– dlsta político de Bastan, diría de los Kennedy lo si– guiente:

. "Los hijos e hijas de Joseph P. Kennedy no están lnteresados en el dinero "per se". Cada uno de ellos es millonario; su padre cuidó de esio hace años, cuan– do estableció los fideicomisos a sus nombres. Fueron preparados desde la niñez para las funciones públi– cas, y su confesado y decidido propósito es hacer el mayor bien posible con su dinero mientras ellos es-

Al timón de la laucha torpedera PT-I09.

tén aquí. Un Kennedy no puede medir su éxito por la cantidad de dinero que gana. La única medida. válida en la familia es: "¿Qué has realizado?". El idílico verano acabó demasiado pronto. Cuan– do llegó el verano siguiente, Joe se había alistado en la Marina como cadete de aviación.

Jack, que había proyec±ado continuar sus estu– dios en la facultad de Derecho de Yale, cambió de idea y se marchó a la costa occidental para estudiar la técnica de la dirección de empresas en la universi– dad de Stanford durante seis meses. Luego, deseoso de volver a viajar, realizó un largo periplo por Améri– ca del Sur. Cuando regresó, la guerra se estaba apro– ximando a Norleamérica y Jack Kennedy se dispuso a alistarse en las fuerzas armadas.

Significativamente, mientras Joe había entrado con facilidad en la Marina, Jack hubo de superar un obstáculo de categoría antes de poder hacerló. Mas para Jack, como característica propia, un obstáculo ez:a sólo algo para ser vencido. _ Primeramente quiso alistarse en la Aviación, pero sabía que la lesión en la espalda que había sufrido

~ugando al fútbol americano en Harvard le descalifi– caría. Luego quiso entrar en el Ejército, pero fue re~

chazado porque los médicos creyeron que su espalda no podría resistir la tensión a que está sometido un combatiente de Infantería.

Para un Kennedy, verse imposibilitado de aceptar un desafío por insuficiencia física fue una amarga ex– periencia. Bajo la dirección de monitores de prepa– ración física, Jack pasó cinco meses de rigurosos ejer– cicios para fortificar su espalda. Finalmente, obtuvo un destino en la Marina.

Al principio, Jack fue asignado a un puesto en el servicio de información, que consistía en estar senia– do detrás de una mesa en Wáshingion. y estar de– trás de una mesa en W áshington no correspondía a la idea que se había hecho Jack acerca de cómo debe lucharse en una guerra. Puso en juego toda su in-' fluencia -y la de su padre- para lograr que le des– tinaran a un puesto de comba±e.

A fines de 1942, Jack vio realizada su ambición cuando 5e le designó para seguir un curso de instruc– ción en la Escuela de Lanchas Torpederas de Patrulla. Durante seis meses aprendió todos los problemas rela– tivos al manejo de uno de esos acometedores y peli– grosos barquichuelos.

Nada podía haber sometido 5U lesionada espalda a una prueba más dura. Las endebles embarcacio– nes -que en lo relativo a la protección confiaban antes en la velocidad que en el blindaje- cruzaban las olas a velocidades de cincuenta millas por hora, sacudiendo, zarandeando y descoyuntando a sus tri– pulaciones con fuerza implacable.

En la escuela de lanchas PT, el, joven Jack repre– sentaba una fuente de confusión para sus compañeros los oficiales. Medía seis pies de altura, pero era fla-

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