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20 centavos perdidos. Ahora que soy un "scow" he de comprar cantimploras, mochilas, mantas, linter– nas, ponchos y otras cosas que durarán años y podré usar siempre, mientras que no puedo usar siempre el chocolate, las pastillas de malvavisco y el helado de los domingos; por eso solicilo que mi asignación sea elevada en 30 centavos para mí y para comprar cosas de "scouts" y para invilar a los amigos". El dinero sólo se empleaba corno premio en oca– siones extraordinarias. El padre obtuvo de ellos una promesa formal por la que cada niño se comprome– tía a no fumar ni beber hasta que cumpliera los vein– tiún años. El incentivo para mantener la promesa era una prima de 2.000 dólares, pagadera al cumplir el interesado los veintiún años, que podía ser conser– vada o devuelta según el niño hubiera cumplido o no su promesa.

La norma de los Kennedy de no hablar de dinero fue cumplida tan estrictamente que los padres no di– jeron a sus hijos que, cuando alcanzaran los veintiún años, recibirían un fideicomiso de un millón de dóla– res. Según Rose Kennedy, ninguno de sus hijos supo nada de este dinero hasta que se enteraron por una revista.

Es interesante notar que, aunque Joe Kennedy era testarudo y agrio en el calor de la discusión, se mantuvo firme en que· sus hijos fueran económica– mente independientes y tuvieran el valor de decidir– se por sí mismos. Hablando de los fideicomisos, dice con orgullo:

"Los establecí para que cualquiera de mis hijos, financieramente hablando, pudiera mirarme a la cara y mandarme a paseo".

Jack adelantó firmemente, escalón por escalón, a lo largo de los grados cuarlo, quinto y sexto en el cercano colegio Riverside, en el West Bronx. De vez en cuando, su lnadre se presentaba en el colegio y hablaba con los profesores para enterarse de los pro– gresos de su hijo. Hoy, sus maestros recuerdan a Jack corno un niño despejado, educado y serio, ena– morado de la historia y dotado de un fuerle tempe– ramento.

"Su niñez fue sosegada y estudiosa -dice Rose cuando recuerda los primeros pasos de su hijo-. En realidad, mirando atrás, creo que fue el más so– segado de los niños".

Sosegado o no, Jack era muy capaz de armar jaleo. Y las travesuras infantiles enconfraban poca indulgencia en su madre. .

"Soy una mujer más bien anticuada -dice lnuy en serio Rose Kennedy- y creo en el castigo corpo– ral; son muchos los cachetes que he dado a Jack y a los ofros".

Rose Kennedy es profundamente religiosa y ha transmilido sus creencias a sus hijos. Explicando sus opiniores a este respecto, suele decir:

"No sé nada de la religión considerada como cuestión nacional o política, pero creo que la religión es maravillosa para los niños. La mayoría de los niños buscan en ella estabilidad y sentido; la religión ha significado mucho en la vida de Jack".

Recapilulando la vida de los jóvenes Kennedy en el hogar, Rose explicaba recientemente las razones de la fuerle solidaridad familiar de los Kennedy. "Supongo que se debe a su formación hogareña -dice-. Hemos sido siempre una familia caiólica muy esiable, y mi marido encontró siempre tiempo para discutir las cosas con sus hijos, por acuciantes que fueran sus actividades políticas. Mi marido fue siempre un padre muy severo; le gusfaba que sus hi– jos triunfasen en los deporles y en iodo cuanio em– prendían. Si no ganaban, discwía el fallo con ellos, pero no ienía mucha paciencia con el perdedor". Jack, corno recuerda Rose, su madre, fue el gran lector entre sus hijos. Recuerda que apenas le cono– cía cuando no le veía con un libro en las manos. Nada le hacía tan feliz como ser el primero en coger el diario, Leía, sigue recordando Rose, con toial con~

centración que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, Sus hábilos de lecior y su afición por la leciura acompañarían a Jack toda la vida.

En 1930, a los trecé años, Jack se dispuso a aban-

qonar el hogar por primera vez: pronfo empezaría los estudios preuniversitarios a la Canierbury School p'e New Milford, en Connecficw. Se acabaría la cons' tante proximidad, caractepstica del apiñado círcul~

de familia, que había significado ianio para él. Sus padres creían que si los niños mayores recibían una buena formación, enseñarían a su vez a los hermanos • menores. Y así fue: Joe y Jack epseñaron a sus her manos y hermanas más pequeños todo lo que sabían– Al hacerlo así, ambos muchachos aprendieron a ama~

y a apreciar a los menores. Hay chicos mayores que consideran a los pequeños como piedras de molino atadas a sus cuellos. Esl:o no ocurrió con los Kenne dy. Sería trisie, pensaba Jack, abandonar ian mara:

villo~a familia para marcharse a la escuela prepa_ raiona.

Escuela preparatoria

Pocos meses después de enirar en Canferbury Jack había vencido su inicial sentimiento de soledad' "He añorado mucho el hogar, pero ahora iodo v~

bien", escribió a su casa una vez que estuvo acostum. brado a la vida escolar.

Aunque era un verdadero a±leta, Jack sufrió su primera contrariedad cuando intentó ingresar en el equipo de fúibol americanq y fue rechazado porque no pesaba lo suficiente. Imperférrifo, buscó otro de– parle estudiantil y pronto comunicó a su casa que había progresado tanio en nafación que podía cubrir 50 yardas en medio minuto.

Ajustándose a un rígido plan, escribía a su ma– dre: "Vamos a la capilla cada mañana y cada no– che; creo que seré mucho más pío cuando vaya a casa". Pero su éxilo en los estudios era sólo mode– rado y, corno indican sus carlas, la orlografía no era su fuerle. En cierla ocasión, Jack iuvo serias dificul– iades con el laiín, y su profesor comentaba en su cua. derno de noias: "Puede hacerlo mejor",

A pesar de sus problemas con los estudios, Jack esfaba al corrienie de las noticias de actualidad. Es– cribió a su padre pidiéndole que le enviara el "Lile. rary Digesi", una revista política de los primeros años treinta.

Cuando se aplicaba, mostraba una notable apti– tud para recordar lo que leía. "Estamos leyendo "Ivanhoe" en inglés -escribía a su padre-, y aun– que yo puedo no recordar cosas materiales, como billeies, guanies y demás, sí puedo recordar cosas como Ivanhoe, y la última vez que hemos ienido un examen sobre esto he sacado 98",

Cuando regresó a su casa para pasar las vacacio– nes de Pascua, Jack sufrió un ataque de apendicitis y no pudo acabar el semesire de primavera en Can– ierbury.

En el otoño, Jack se reunió con su hermano ma· yor, Joe, en la escuela preparatoria de Choaie, tam– bién en ConneC±icut, una de las mejores escuelas pri– vadas de Nueva Inglaierra. Es significativo que Choaie no fuese una escuela católica, como lo era Canierbury. El traslado de Jack a Choate indicaba firmemente la norma de educación que Joe Sr. había pensado para sus hijos: las niñas irían a escuelas parroquiales católicas; los muchachos, a escuelas no confesionales. El razonamienio de su padre era sen· eillo. Ya preveía que los muchachos podrían algú~

día dedicarse a la política y en una escuela no parro– quial iendrían oporlunidad de encontrar una selec. ción de amigos más amplia y variada. Aunque Choaie no era una escuela católica, los muchachos continuaron cumpliendo sus obligaciones religiosas, y en largas carlas referían constaniemenie a su casa lo que esiaban haciendo.

Joe llevaba a Jack mucha delantera en la escue– la. El mayor de los muchachos empezó a forjarse fama de atleta destacado en cuanto llegó a Choafe. Jack, más ligero y menos corpulento, se enconfró íz:–

capaz de competir con su hermano en el plano unl–

versüario. Pero amaba el aileiismo y parlicipaba en los campeonaios iniernos de la escuel¡;l, en los que

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