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« Previous Page Table of Contents Next Page »En 1927, a los diez años de edad, jugador de fútbol de
Dexter School.
nadie le gusta ser el eterno perdedor, y para un Ken– nedy criado para triunfar, aquello de perder se le hacía' ITlUY cuesta an-iba. Que perder nunca se con– virtió en un hábifo de Jack es taITlbién evidente, por– que su esforzado ániITlo nunca se doblegó y con tena– cidad ponía a prueba a su herznano ITlayor una y otra vez. La victoria, cuando llegó, fue precisaITlente por esto ITlucho ITlás sabrosa. -
Victoria y valor eran las claves de la filosofía que Joseph P. Kennedy transmitió a sus hijos. En reali– dad, éste era el código que le había traspasado a él su padre, Pairick, quien ±repó hábilmente hasta 10 a1±o de la cucaña polilica de Boston.
"Joe quería que sus hijos fueran hombres de pen– samiento y de acción" --recuerda Tom Schriber, ami– go íntimo de Joe desde la infancia-o "Solía decir– les: "No me fm.poria lo que hagáis en la vida, pero, hagáis lo que hagáis, sed los mejores del mundo. Si habéis de ser picapedreros, sed los ITlejores pica– pedreros del ITlundo",
La familia hizo cuanto pudo por iniciar a los niños en todas las formas del atletismo. En la casa veraniega faITliliar, situada en Hyannis Pori, cerca del cabo Cod, en Massachusetis, tenían pistas de tenis
y facilidades para practicar los deporles de vela y na– iación. Hasta las niñas aprendían a jugar una mo– dalidad parlicularmente violenta del "touch". Más adelante, aunque las chicas temían ganarse el califi– cativo de "marimachos", aun sabían pasar, chuiar y correr casi tan bien COITlO sus hermanos varones. A veces cuando éstos las habían zun-ado fuerlemente en un disputado parlido de tenis, ellas se retiraban sollozando de la pista sólo para volver al cabo de un rafo en un nuevo intento de derrotarlos. En la resi– dencia invernal de la familia, en Palm Beach, Flori– da, su padre tenía siempre un enirenador profesional a. mano para estar seguro de que sus hijos estaban slempre en plena forma física. El profesional se res–
P~:>nsabilizaba de que nadaran tanios largos de la pis– Cl.n a , que hicieran tantas flexiones de brazos suspen_ dldos de la barra o que perfeccionaran su boxeo. . "Forman la fBITlilia más competidora y al mismo hempo más unida que he visto -decía un amigo de la familia_o Primero se pelean y luego se miman. Se estimulan unos a otros. Sus mentes echan chis–
pa~. Cada uno tiene buenos BITligos, pero a nadie h
qUleren y admiran tamo COITlO a sus hf¡ln:nanos y ermanas".
1 Uno de los pasatiempos favorifos de los niños era
!"- navegación de vela. Cuando eran pequeños so– Han ir todos juntos en una pequeña balandra que amaban la "Tenofus". Luego, cuando nació Teddy, la Superpoblación en la balandra se hizo excesiva y enionces cOITlpraron una eITlbarcación más grande, a
Joseph P. Kennedy, rodeado de su esposa y sus
nueve hijos.
la que pusieron el nombre de "Onemore" (uno más). Naturalmente, cuando Jack recibió su primera embar– cación, la llamó "ViC±ura". "Tiene algo que ver con "Vicioria", explicó cuando le preguntaron el signifi-cado de la palabreja. '
"Ni Jack ni Joe tenían miedo de nada" -cuenta uno de sus compañeros de navegación.
Los dos muchachos solían navegar en días de lnar tan gruesa que apenas podía verse la embarca– ción entre las olas. Uno de estos clásicos viajes tuvo lugar cierla vez- que las olas eran tan alias que nin– guna otra embarcación del puerlo se atrevió a dejar su fondeadero
¡ pero J ack, J oe y dos amigos salieron a dar un arriesgado y húmedo paseo. Joe y su ami– go, como dominaban la sifuación, obligaron a Jack y al suyo a semarse a barlovento, donde las olas los remojaban constantemente. Fue un largo paseo, y lamo Jack como su compañero estaban furiosos. Pe– .ro como no podían hac~r nada, tuvíeron que aguan– tarse, aunque no en silencio. La memoria de aque– lla excursión ·marilima perdura todavía viva en sus mentes, pero lo que hoyes tema de bromas no lo fue en su tiempo,
Mientras Jack y su hermano se diverlían con los deporles, su padre seguía esforzándose por perfeccio– nar sus mentes. Solía llevar a los chicos a la biblio– teca de su casa de Bronxville para discutir con ellos los últimos temás de aC±ualidad. Cuando los hijos ITlenores fueron creciendo, su padre trasladó el esce– nario de las conversaciones de la biblioteca al come– dor, y pronto la hora de comer se convirlió en el mo– ITlento de las discusiones, sesudas y a veces empeña– das, acerca de los acontecimientos del insiante. La familia era rica, pero los padres hicieron los dos un supremo esfuerzo para evifar que sus hijos se estropearan por culpa del dinero,
"Intemamos enseñarles a no desperdiciar ningu– na oporlunidad -explica Rose-. Nunca les dimos para sus gastos más dinero del que recibían los hijos de nuestros vecinos. Nunca ponderamos nada sólo porque fuera caro. En Boston no se habla de dinero, y nosotros establecimos la norma de no hablar nunca de dinero en nuestra casa".
Para probar su afirmación, los Kennedy mues– iran una carla escrifa por Jack pidiendo un aumento en su asignación poco después de entrar en los "boy scouis". Su gramática era terrible, pero lograba ha– cerse entender.
"Mi aC±ual asignación es de 40 centavos -empe– zaba diciendo-. Esto lo usaba para aeroplanos y ofros juguetes de niños, pero ahora soy un "scoui" y dejo a un lado mis cosas infantiles".
"Antes gastaría 20 de los 40 centavos y en cinco minutos tendría los bolsillos vacíos, nada ganado y
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