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« Previous Page Table of Contents Next Page »líder en un momento de la historia en que su carácter, su vigor y su severa va– lentía le han permifido llevarnos por un rumbo seguro a través de los obstácu– los de mares procelosos que rodean el mundo.
y ahora que él está libre de las responsabilidades casi sobrehumanas que le impusimos, roguemos a Dios que descanse en paz.
JOHN W. McCORMACK,
Presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos.
Todo ciudadano que examine re±rospeC±ivamen±e la historia de nuestra querida patria no podrá menos que observar que hemos sido favorecidos por Dios en mayor grado que la mayoría de los demás pueblos.
Al reunirnos hoy en este recinto, sobrecogidos por el dolor, los miembros del Congreso y nuestro pueblo ponen de ma.nifies±o su más sentido pésame a Doña Jacqueline y al Embajador Joseph P. Kennedy y su señora esposa, viuda y padres del extinto Presidente. En el mundo entero millones de personas como parten también su hondo pesar, considerando la muerte del Presidente una fra. gedia personal, como si se tratara de un querido miembro de la propia familia.
En cada grave crisis de nuestra historia hemos encontrado a un dirigente capaz de asumir el mando y de orientar al país ante los problemas que afronta.
En los primeros años, cuando nuestro poder y riqueza eran tan limitados y tan grandes los problemas a que hacíamos frente, Washington y Jefferson apa– recieron para dirigir a nuestro pueblo.
Luego, tras dos generaciones, cuando nuestra patria fue dividida por una guerra fratricida, Abraham Lincoln apareció de la masa del pueblo corno un di– rigente capaz de reunificar la nación.
En época más reciente, en los días de la crisis económica y de la gran gue· rra que la agresión facista nos obligó a librar, Franklin Delano Roosevelt se pre– sentó para reorganizar el país y llevar a la ciudadanía a la victoria. Final– mente, hace poco, cuando la guerra fría engendraba una crisis suprema, con la amenaza de una guerra nuclear capaz de destruir todo lo que nuestros anteceso– res habían edificado con tanto esmero; una vez más, un hombre vigoroso y ga– llardo vino dispuesto a dirigirnos.
Ningún país debe desesperarse siempre que Dios, con su infinita bondad, confinúe dando a la nación dirigentes capaces de orientarla a través de crisis su– cesivas que parecen ser el destino inevitable de foda gran potencia.
De seguro, no ha habido país que encarara problemas más gigantescos que los que nosotros hemos afrontado en los últimos años, y seguramente nin– gún país podría haber tenido un gobernante más capaz en esas épocas de crisis. El Presidente Kennedy poseía todas esias cualidades de grandeza. Tenía pro– funda fé, completa confianza, comprensión humana y amplia visión para recono– cer el verdadero valor de la libertad, la igualdad y la confraternidad que siem– pre han sido la característica de los ideales políticos de los Estados Unidos.
El valor y sentido del deber de que estaba dotado le dieron la detennina– ción que se requería, para hacer frente a las grandes responsabilidades de la pre– sidencia en momentos de tan grandes pruebas. Estaba dotado de bondad y sen– ±ido de humor que le harían más llevadera la carga asumida, y se la harían fam– bién llevadera a sus colaboradores; dotes personales que, por otra parte, inspira– rían en gentes de todas las razas y iodos los planos sociales, avidez de colaborar con él en sus tareas.
Estaba doiado de la tenacidad y la determinación que se requerían para llevar a cabo felizmente cada aspecto de su gestión ..
Ahora, cuando una cruel muerte nos ha arrebatado al gran Dirigen±e, noS hemos de sentir estremecidos e inseguros ante nuestra pérdida. Esto no es sino natural. Pero a medida que las amargas palpitaciones de nuestro dolor empie– zan a amainar, debernos dar gracias a Dios que, siquiera brevemente, tuvimos el privilegio de contar con este gran hombre corno nuestro Presidente. Porque aho– ra pasa a ocupar un sitial entre las grandes figuras pasadas de la historia mundial.
Si bien es una ocasión para el duelo profundo, debería ser igualmente una de consagración. Debernos tener la determinación de adherirnos al espíritu de la obra de John Fitzgerald Kennedy y de seguirla, en aras del fortalecimiento de la patria y de un mundo futuro de paz.
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