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'L!i1!1dQ yo era un IYlQ(;Qt6n, un IHm1bre ele trab<!io, uno de
lantos 'lIJe C:!'IJzaban día COn dia las llanuras del GUilna"
caste, veía con tristeza el avance de la civilización. En ése entonces, el Guanacaste era la ¡¡erra del sabanero y
el venado, del cClballo y la iYli:mil"" dei potro y el nov¡lIo,
del desierto y la bajura ... era una tiena brava y bravos eran sus hombres!!!
Hoy, con una herida en el corazón, veo lo que Vil
quedando cle aquel terruño querido. El sabai1ero, el hombre clel caballo, el macho de la pampa... lo vemos convertido en el pachuco de camisa de seda, que por ca–
ballo lleva, la bicicleta!!!
y el venado, el rey de la pradera? Ya no !o vem05,
!rtuy pocos quedan.
la civilización no la podemos parar en su desenhe– n¡¡cla carrera. Yodo lo cilmbia, y la verdad, ya ríO me
imlJOrta dOi'lde nas lleve. Sólo nostalgia me queda de
lo:> tiempos vieios.
Pero el venado, ese noble y bello ejemplar de nues" tra faulla, ese esbelto y distinguido animal... debemos protejerl6, es necesario defenderle!!! Por eso estribo
('OItlO 'lgJa, el cazador cspera escondido la cuÍ! ada de [orla clase de animales salvajes, cuando éstos llegan se–
dientos 11 las pocas ag'uadas que fjllCclan en la
época del verano.
El llallo y la mout aña.
desde mi humilde rancho, manteniendo la esperanza de encontrar una mallo amiga o algún cazador consciente que
me ayude a esta lucha. No seamos egoístas y pensemos en un mañana para nuestros hij(js y nielos¡ en un maña– na lleno de L1!egrías en que puedan disfrutar del noble deporte de la caza del venado.
Los recuerdos pasan y pasan por mi mente, y para aquellos que no conocieron el Guanacaste, tal vez mis pa· labras sean fantasías: pero para otros, los vieios, los que vivieron aquellos tiempos inolvidables, no! 'Todavía veo la figura de don Federico Sobrado, el imponente y gran señor, en una tarde de verano, en el Tempisque, cuando veníamos ele parar un ganado. Habíamos v;sto unos 40
6 50 venados, cuando de repente !lOS encontramos con un gl'ClI1 cach6n que estaba comiendo en una lometa¡ era de cueqJO cenizo oscuro, de cuello grueso y alta corna– menla. -Matale, muchacho -me diio don lFederico~
toma el mauser y tirale al codillo. Empuñé el rifle; y cogiendo de mampuesto un palo de güitil, apunté al ve–
nado y disparé. El éH1imal sacudió la cabeza, dio uno, tlos, tres salios... Y b<ltiendo su blanca cola desa,parecíó en un aito florecilla!. -··I.e fallaste --me dijo el patr6n– ves la ventaja de tirar con carabina, o se va el animal lim– pio, o lo recogés hecho un puño.
Así ap¡-endí mi primera lección "LA Dl: USAR 1::1\\ MIS
ARMAS DE CACERIA, SOlO BALA PESADA Y CARABINA".
Otro año, cuando estaba trabajando en "Las Ciruelas", fuimos de cacería un verano a "las Aguas frías". Ese lugar, es un ojo de agua que nace en una falda de mon– taña y en donde únicamente corren sus aguas unas dos– cientas varas de distancia; en diez o doce kilómetros a la redonda no hay más agua para tomar y todos los animales de esa COn1<li'ca calman su sed en pequeños abrevaderos o pocitos de agua que quedan en "Las Aguas Frías". Esa tarde, conté 138 venados en el término de tres horas y
maté dos cachudos, de nueve puntas el primero y de catorce, en canasta, el segundo. Un muchacho del "Pijije" que me acompañaba, iba armado con un rifle calibre 22¡ algo totalmente nuevo en esos días, barato y
ele tiros de poco costo, pero... maldito rifle, maldito mil veces ...! De 18 tiros que hizo el muchacho, solamente mató un venado, pero estoy seguro que más de seis o siete se le fueron mal heridos.
Así aprendí mi segunda lección: "NO CAlAR I\JUN·
CA CON CALIBRE "n,"o
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