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« Previous Page Table of Contents Next Page »ca de León, se frustó la traición de Salas. El s~iio se prolongó todavía por más de cincuenta días, teniendo lugar los en– cuentros más reñidos "los días 24 de Octu– bre, lB, 25, 26 Y 30 de Noviembre, 7, 9, lO, 12, 16, 17, lB Y 27 de Diciembre.
",1.<;>s sitiados pusieron cañones sobre la azotea de Catedral. Más de novecien– tas caS¡!ís fueron incendiadas y demolidas, y hubo corno seiscientos muertos de am– bos bandos, sin contar mucha genie neu– tral, que también pareció en la contien–
da"'.
"En los primeros días de Diciembre
(lB24), supo Sacasa que el General Arce, prócer de la independencia, venía con 500 hombres salvadoreños, y dispuso ido a en– contrar a la hacienda Satoca, para mejor entenderse con él, más, cuando ya estaba listo para salir, preguntó al Coronel Mon" tealegre si era cierto, que el enemigo ha– bía ocupado una posición muy ventajosa, a lo que éste le dijo, que nada había nue– vo, que un gran ruido se había oído y espantado a los que le oyeron, pero que había sido, la caída de las tablas de un mirador. Montealegre ocupaba uha casa quemada, y en otra contigua haoia la Ca– tedral estaban las fuerzas leonesas, con pared de por medio.
"Sacasa entonces, mandó abrir un bo– quete en ella, traer un cañón y disparar tres tiros. Concluída la operación, el ofi– cial Francisco Baltodano peneiró con una guerrilla de 12 soldados, el cual regresó con Inuchos heridos, haciendo notar la equh,to'cación que se había padecido, pues habían creído que salía a un patio, y en realidad era a un cuarto, cuyas paredes estaban claraboyadas. :
"Tal fue la relación de Baltodano; y aunqu!" el Coronel Sacasa, distinguía a es– te oficial por el valor de que siempre dio las Inéjores pruebas, en esa vez dudó de su dicho, y quiso inforInarse por sus mis– mos ojos. Todos los subalternos quisieron impedírselo, pero en vano, él les dijo: "el que Inanda debe conocer la situación del enemigo para saber lo que dispone". De– lante de Sacasa estaba el comandante de artillería apellidado Matamoros, y sin em– bargo, vino, una coriadilla y le dio a un lado del pecho sobre la hebilla de plata de los tirantes que usaba. La cortadilla rechazó, él se miró con serenidad, pero comprendió que esiaba mortalmente da– ñado, por lo cual se apoyó en el brazo de don Agustín Cabezas, y lentamente se re– tiró a su cuartel.
"Aunque se le reconocieron dos costi– llas dañadas, ocho días después !!e creyó que iba Inejor, porque él, haciendo es– fuerzos sobrehumanos, se sentaba y para– ba para pasearse, más de improviso le
atacó un célico qUe padecía algunas ve· ces, y en seguida murió.
"Sus restos fueron inhumados, en la Recolección" .
Por otro lado, noticioso Salas de que, el General don Manuel José Arce a la ca– beza de 500 salvadoreños, enviados por el Gobierno Nacional, llegaba en auxilio de Arzú, se fugó, llevándose la caja de gue– rra. Así mismo con ese sólo anuncio de la llegada de Arce, se disolvió la Junta de El Viejo y se retiró la tropa que ase– diaba a León.
"Arce sin perder tiempo a su llegada, agregó a sus fuerzas, la división granadi– na y marchó sobre Mana~ua, e intimó a la Municipalidad la rendición inmediata de las arInas, bajo pena de muerte al que resistiese. La Municipalidad se rindió a discreción, y una vez pacificada, la Pro– vincia, Arce envió a Guatemala al Obispo García Jerez y ",1 Coronel Ordófiez, consi– derados cabecillas de la revolución. Así terIninó esta guerra sangrienta, primera de las civiles de Nicaragua.
Las leyendas de la guerra del 24.
Aquella terrible y espantosa guerra del 1824, en la que, corno dice don José Dolores Gárnez, "habían comb,dido pue– blos conira pueblos, faInilias contra fami–
lias, parientes y vecinos, unos contra otros,
sin otro móvil que el insensaio deseo de desiruirse, dejó al país devastado, las ha– ciendas abandonadas, y Inuchas personas ricas, se encontraban sin abrigo, solicitan– do la caridad en los caminos".
León, la ciudad víctima de los odios generales del país en esa época de locura de sangre, fue la que sufrió más el furor de las hordas armadas, que la dejaron en
cenizas y escoInbros, converlicla en la ciu–
dad de los idos.
Entrados ya los días de paz y de cal– ma, cesado el torbellino diabólico de los hombres y acallado el mortífero disparo de las arInas, parecía que las sombras de los muertos, sacudiendo el polvo ensan– grentado que cubría sus despojos, se le– vantaban entre las tinieblas de la noche, a continuar las orgías de sus odios. Las tradiciones de familia, narradas al toque de ánimas por la interesante abuela, se gravaban en Ini mente siete– añera, pues me hacía contemplar con la palabra suave y pausada de Inás de no– venta años, todos los hechos que próyec– taba en la luminosa pantalla de sus' re– cuerdos.
Mira, Ine decía, tendría yo apep,as doce años, y mi Inadre y todas las perso– nas que habíamos quedado en la ciudad amparadas por techos improvisados y den-
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