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La' parle preeminente de nuestro pontificado será la

continuación del Segundo Concilio Ecuménico VaticlIino, en

el que se posan las miradas de todos los hombres de bue· na voluntad. Esta será la tarea prinGlpal en la cual pen–

samos emplear todas las energías que el Señor nos ha

dado, para que la Iglesia Católica, que brilla ante el mun..

do como el estandarte sobre los pueblos lejanos (cfr, I..ias 5, 26) ,pueda atraer a todos los hombres por la majestad

de su organización, la juventud de su espíritu, la renova·

ción de sus estructura's y la multiplicidad de sus fuerzas "de toda tribu y lengua, y pueblo y nación" (Apoc. 6, 9).

Este es y ser' el móvil principal de nuestro ministe–

rio pontificio: que se proclame con mayor fuerza ante el

mundo que sólo en el Evangelio de Jesús se puede en·

contrar la ansiada salvaci6n, pues lino existe bajo el cielo

otro nombre dado a los hombres, en el cual hayamos de ser salvos" (Hechos 4, 12).

Dentro de este anhelo vienen la labor de revisión del

Código de Derecho Canóni~o; y los esfuerzos continuos

por hacer realidad las normas señaladas en las grandes

enciclicas sociales de nuestros predecesores, con el fin de fortalecer la justicia en la vida cívica, social e internacio–

nal, según la verdad y la libertad, y dentro del respeto

tanto a los derechos como a los deberes.

El mandamiento Inequivoco de amor al prójimo, que es la piedra de toque del amor a Dio,s, exige de todos una solución más equitativa de los problemas sociales, so· lución que requiere providente acción y soh<itud por los países en vias de desarrollo, donde con frecuencia el ni· vel de vida es indigno de seres humanos. Esta solución

exige i9~almente un estudio espontáneo en escala uni" versal, enderezado a mejorar las condiciones de vida.

Esta nueva era que la conquista del espacio ha abier–

to a la humanidad, resultará en bendiciones singulares del

Señor si los hombres saben verdaderamente reconocerse entre ellos como hermanos y no como rivales, y de~iden

establecer un orden mundial fundado en el santo temor de Dios, en el respeto a sus leyes, en el calor acogedor

de la caridad y de la colaboración mutuas

Nuestra tarea, además, será con la ayuda de Dios, agotar todos los esfuerzos posibles para conservar el gran don de la paz entre las naciones -una paz que no es

solamente la ausencia de contiendas béli<..s y del fragor del choque de las armas, sino un reflejo leal del orden querido y establecido por Dios, Creador y Redentor, mo·

vidos los hombres por una voluntad tenaz y constructiva para cultivar la comprensi6n mutua, la fraternidad huma– na, en una superabundancia inquebrantable de buena vo– luntad, dispuesta a cualquier prueba, a fomentar sin des– canso una armonfa fecunda inspirada en el verdadero

bien de la humanidad, con genuina e...idad.

En este momento en que la humanidad entera dirige las miradas hacia esta Cátedra de la Verdad y hacia la persona que ha sido llamada a representar al Salvador Di·

vino sobre la tierra, no podemos menos que renovar el

llamado a una comprensión leal, franca y bien dispuesta,

que pueda unir a los hombres con vinculas de un respeto

inutuó y sincero. No podemos ntenos que repetir la in~ii

tación para que se hagan todos los esfuerzos posibles POI

salvar a la humanidad, por favorecer paclficamente el de. sarrollo de los derechos que Dios ha dado al hombre Par.

facilitar su vida espiritual y religiosa, para que así alcance una adoración más ferviente y más consciente del Creador

Su.premo.

No faltan signos alentadores, que Nos llegan de muchos hombres animados de buena voluntad; y por ell,

damos gracias profundas a Dios, al paso que ofrar,emos a estos hombres una sereria aunque firme, c~'aboraci6n

en los esfuerzos por mantener el prec:ioSio don de la pax

en el mundo entero.

Finalmente, nuestro ministerio pontificio anhela Con. tinuar con todas sus fuerzas la obra grandiosa iniciada en. tre tanta esperanza y tan felices augurios, por nuestro pre.

decesor Inmediato Juan XXIII con el fin de que se cumpla

aquel mandato de "unum sint", que todos sean uno (Juan

17, 21), un anhelo compartido y querido por todos Y por el cual el Papa Juan ofreció su vida. Las aspiraejones co. munes por el restablecimiento de la unidad, quebrantad.

dolorosamente en el ¡pasado, encontrarán constantemente

en Nós el eco de una voluntad ferviente y de un sincero espiritu de oración, convencidos profundamente del m.n. dato que Jesús nos ha confiado: "Simón, Simón . yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú un dia conforta a tus hermanos" (Lucas 22, 31.32).

Abrimos, pues, los brazos a todos los que se glori.n en el nombre de Cristo y les llamamos e.on el dulce nomo bre de hermanos; que sepan que encontrarán en Nós como

prensión constante y buena voluntad, que encontrarán en Roma la casa paterna que exalta y aprecia con nuevo 85·

plendor los tesoros de su historia, de su patrimonio cultu· ral, de su herencia espiritual.

Venerables Hermanos y Amados Hijos:

La inmensidad de la tarea que espera a nuestras po·

bres energias es tal que abruma a este humilde sacerdote llamado al pináculo de las Llaves Supremas. Pero os de·

dicaremos nuestras oraciones y nuestros actos de r,lda día. Necesitamos, a la vez, vuestra colaboracl6n y vuestras ple– garias que han de elevarse constantemente hacia Dios "en

aroma fragante" ,por el pastor de la Iglesia Universal (Efe· sos 5, 2).

Por esta razón van nuestra gratitud cordial y nues· tras pensamientos a los hilos de nuestra santa Iglesia Ca· tólica, que ofrecen al mundo el testimonio de su fe, el edificante espectáculo de su unidad, el real esplendor d. su dignidad, pues que en palabras de Clemente de Alel.n· drla, "los disrJpulos de Cristo son reyes por virtud d. Cristo Rey" (Clem. Al. Strom. XI, 4, 18, 3).

Saludamos sobre todo a los beneméritos miembros del Sacro Colegio que compartieron con Nosotros la emoción

y las oraciones de estos dias de ansiosa espera. Damos

testimonio también de nuestro aprecio particular por to' dos los Venerables Hermanos en el Episcopado, de Orien·

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