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JUAN FRANCISCO GUTIERREZ

Era un muchacho apenas e iba su juventud empuñando. Subió el río de la muerte y en la Nicaragua celeste, la guardia monta en inmortales rachas envuelto,

desde las almenas frontales de su Diriamba de estrellas. IQue florezca su vigilia, Señor, que florezca!

y que su muerte, como en Tu divina parábola,

sea la fuerte y menuda semilla que desparraman los viento., en las tierras en donde la esperanza ya tiende, un ancho y blanco mantel para los ágapes nuevos. Como una espada reclamando en la memoria lo tenemos El el quien la oculta claridad a mano abierta sostiene; la intercalada ira y el perdón generoso de frente sostiene. ' El es quien sacude la música de los complacientes, con el balbuceo constante de la libertad y la muerte. Fué brisa nueva en su pueblo y hoyes semilla impaciente. Buscó banderas agudas para las astas desiertas, bUICó vientos; un pacífico claror de fogatas para encender los sueños, el cantar, los ~dientos;

y encontró tierra y grama el ramalazo de su cuerpo. Qué ruda muerte le dieron para sus sueños de novio, de qué greñuda manera en el pecho se la dieron! Ved cómo la muerte pudre las guitarras, las bocas;

pero mirad cómo los muertos se arman y la derrotan de cerca. Sabemos que envió su esperanza a los llanos inermes, y alll lo dejaron; tirado en el silencio.

Pero ahora regresa como un relámpago libre.

Nada pudo con él la raíz, el helecho, la trenza del plomo; ni la carcoma pluviosa, ni el ataúd de los truenos.

Que pudiéramos reincorporarlo a las guitarras;

enseñarlo en el texto para que lo aprendan libremente, el fuerte y el descalzo y el niño que florece.

Hoy su recl,lerdo se detiene en las gradas del canto

como un redoble en la conciencia; y deliberante, insurgente, el rostro deposita en el cilicio ardiente. Luego,

lo descubre en un puñado de polvo que todos amamos.