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I fiera el pedazo de carne, con los músculos y el huese¡.

~ c6m~ saborea después aquél bocado; qué manjar tan

~eliciosO es para él el botín que le deja su embestidal

Sentado sobre su silla giratoria, hemos visto a Selva, con su pantalón de lino, en -mangas de camisa y con la luma sujeta de un modo raro entre los dedos; la toma Polocándola entre el índice y el de en medio. Teniendo ; e SU lado un éajista, va Selva, c;orno si su mano fuera per.. aeg'uida por un demonio, rompiendo a veces el papel, :tras cubriéndolo de borrones, pero siem,pre formidable

cada una de las líneas que formula su cerebro. ¿Y si es

tan escaso en conocimientos, repetimos, cómo supera a su

propia deficiencia, cómo se hace superior a su ignorancia?

No acertamos a explicarlo; sólo podemos decir que sobre

cualquier asunto que un periodista propone, de esos que

han tenido la honra" de medirse con él, el redactor de "El

Diarito" se arroja como el águila, si está en desacuerdo con lo que se dice, y tomando a su cargo la doctrina que

se discute, la divide en partes, la somete a un análisis, como si fuera un químico de la idea, y después de haberla descompuesto, nos prueba que su adversario no ha tenido raz6n; y cuanto hay de nocivo, de inútil, de pequeño, de esclavista en el escrito que tritura, lo pone con tanta evi– dencia ante nuestros oios, que no podemos hacer otra COS\i

que confesar, con profunda convicci6n, que están en lo cierto las páginas terribles y proféticas de Carlos Selva. Sus publicaciones, pues, valen no por la forma, no por el brillo del ropaje que visten. Repite palabras en párrafos cortísimos; deia los perlados truncados en los puntos en que parece más necesaria la elocuencia; aplasta con una broma de mal gusto una inspiración que le venía; pero en el fondo de aquélla lucubraci6n, grande y deforme, se sinete palpitar la idea atlética, se 've el verbo ¡ncuban– do su númen¡ se percibe la razón y la lógica, arro¡ando sus torrentes de convicci6n, como un rro caudaloso que corriendo entre vírgenes riberas, refleja el cielo azul o tómpestuoso, y la luz del sol cuando éste luce, o la de innúmeros astros cuando avanza la noche. Las masas, que son las que deciden de la r~putación de un hombre, han declarado con ingenuo entusiasmo que Carlos Selva es el primer diarista de su tierra; el único que este título puede merecer entre nosotros; y su corona que está hecha del árbol que el rayo respeta, será la gloria de la vida del ilustre escritor y el monumento más rico de su tumba. La verdad ha sido el Norte de Selva en la prensa. Cuando se le contempla batirse contra muchos enemigos en la ba– talla, recuelda uno al célebre Tancredo de Torcuato, que con su espada iba en pos de las huestes de Mahoma, o al bravo Ricardo cuya masa tremenda se hacía respetar entre cien turbantes que cubrían las cabezas de airados musul– manes. Enlra Selva de lleno en la disputa. No lee lo que escribe Avanza solamente, y avanza, rompe su fue.. go sobre el centro; primero caracolea con la caballería li .. gera, y sofoca y cansa a las líneas de defensa que se le oponen; luego son los coraceros los que empuia sobre los cuadros; después entra su infantería compuesta como la guardia imperial de Napoleón, de hombres ,pesados y feos, pero irresistibles; y cuando aquéllas fuerzas que le

acometían se hallan medio diezmadas, abre toda la fila de sus cañones de repetici6n¡ hacina proyectiles sobre una masa que vacila¡ se ve humear el campamento, y termina aquella liza con un final que significa la victoria, y asiste el público a las bases de paz, que se arreglan con el como pleto triunfo para Selva. Tal es el espectáculo que ha dado siempre a sus lectores tan asiduos como entusias– mados.

El hombre en mayor o menor escala tiene defectos que afean a esa criatura que dicen fue hecho a imagen de Dios; de ese Dios tan extrañar que $e complace en formar una cosa a su imagen, y que haciéndose llamar el todo perfecto, coloca en ese representante de su eternal gran– deza, un ser cargado de crímenes, cuando menos de faltas que le siguen desde la cuna hasta la sepultura. La perso– na que no asesina, roba; la que no roba, calumnia; la q~e

no calumnia, estu1pra; la que esto no hace, es cobarde; la que no lo es, se emborracha¡ en fin, desde el monarca has1a el esclavo, tod~s llevamos en el alma un virus que nos envenena, una sombra que nos recordará eternamente que casi todo nuestro origen brotó de la arena hedionda en la cu.al pululan los gusanos. Dios es muy extraño¡ él dicen que des~a que seamos perfectos; esto, como lo pri..

.mero, lo áseguran otros hombres; el mismo Dios no lo ha dicho todavía. Seamos claros, razonables y justos hasta donde sea posible, hasta el límite siquiera adonde es da– ble subir al espfritu que llevamos entre el cuerpo, o en el cuerpo, porque casi no, es dudoso de que lo llevamos. Aceptados estos principios, condenemos a los seres que pudiendo ser mejores no quieren serlo, pero no los some– tamos a la tortura de nuestra crueldad. A los pecadores que para otra cosa no sirven que para pecar, tengámosles compasión y de ellos hagamos caso omiso. Veámosles pasar como sombras¡ no les neguemos, sí, nuestra piedad¡ pero cuando se trate de aquéllos que han contribuído en algo a que se coloque una hermosa piedra en el ed¡~icio

del arte, o que hayan llamado la atención con su elocuen– cia a lo que valen nuestros derechos; cuando se trate de los hombres que por un talento superior, que por un corazón gallardo, estén colocados en una emine~cia sobre la cual fiian la atención general; cuando se trate de tales hiios de Dios, entonces perdonemos sus crímenes, si los arrastran; sus faltas, si las tienen; compadezcámosles tam.. bién hondamente cuando les veamos delinquir; pero en sus encarriaciones contemplemos a dignatarios más esco.. s:¡idos del Señor de las ahuras, a representantes más per– fectos del genio de la Creaci6n; a unas aves que vuelan más cerca de donde brilla el mundo eterno, y tengamos por ellos el respeto que se merecen, la admiración que de– ben despertar y el cariño que sus obras nos están recla– mando. Tratemos de echar un velo sobre sus grandes tropiezos; y cuando de esos atletas querramos hablar ante la historia, si recordamos Ipara describirlos sus desvíos te– rrenos, tratemos de ap,agar la imagen de éstos con el re.. flejo sublime que sus acciones bellas despiden sobre la humanidad.

(Publicado en "El Iris de la tarde": 1898-1899)

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