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la cabeza de su lecho mortuorio llegue a inclinarse la es– peranza que diga al que fallece, que los pueblos que Espa–

ña colonizó en América, están próximos a ser grandes

por el poder de sus hijos, convertidos en inviolables ciu– dadanos. A Carlos Selva no le preocupa ni mucho ni poco el dardo que le tiran sus pequeños enemigos a la cara, !,orque si le pasa silbando cerca de los aldos, no rasguña ni siquiera su epidermis. La acusaci6n de venal, de periodista que se vende en pública almoneda, puede quedar para otros de cuya especie conocemos algunos en los dlas aeluales; puede quedar para esos tales que han hecho de la mesa de redacción un mostrador, y un bazar de su inteligencia; puede quedar para los que mañana lle– narán de improperios a los que adulan hoy; pero no para el adalid decidido que como Selva se planta en medio de la vla a decir siempre la verdad. Ella le ha costado hu millaciones cuando se ha visto acometido por los que han tenido que escucharla; ,pero Selva la ha declarado siempre; y si después pena por ella y aparece débil una vez, colo– cado en el potro del tormento, nadie podrá negar que fue la pluma del escritor granadino, la que deja para la

historia un noble documento, un discurso en favor de los

derechos de la sociedad. Carlos Selva no ha hecho de su almacén de guerra un escaparate donde se exhiben confituras para todos los gustos; no ha hecho de su Santa Bárbara una despensa donde el est6mago entona sus can·

tos gastronómicos; no, él no ha hecho una cosa seme;ante~

Ha conocido bien que su pluma tenia una misi6n de algu– na importancia y ha tratado de llenarla con entera buena fe. Hay lunares que pringan la fisonomla de su obra, pero no úlceras sifmticas, que provienen de la descampo– sici6n com.pleta de la sangre cua,ndo agujerean la piel, y de la inicua degradaci6n del alma cuando se observan so– bre la conduela. Puede una mujer en busca de su ideal,

entregarse a muchos brazos, pero ella no será necesaria– mente la impúdica ramera que según el número de pesos

que recibe, es m's o menos dulce, o más o menos desho–

nesta en su trabajo corporal.

Carlos Selva es un literato de poquisima monta. La historia que sabe es aquélla misma que aprendi6 en los textos más reducidos de las escuelas de su tiempo. La historia de Francia se reduce para él a conocer que Napa– le6n era un gran soldado, que pele6 en Marengo y en Austerlitz; pero de Santa Elena y del manejo del célebre Capitán en la isla, lo ignora casi todo. Sabe porque ha

hojeado "Los Girondinos ll

, que hubo una cosa que se lla– mó "Revolución Francesa", y a diestro y siniestro trae a

cuento a Robespierre, Dant6n y Marat. De Rusia, del Im–

perio Germánico, ¿de qué cuenta iba a conocer Carlos

Selva cosa alguna? Sabe que Washington le dio inde– pendencia a los Estados Unidos; y en la guerra civil de éstos s610 pelearon, en concllpto de Selva, dos generales, Grant y Lee; Sheridan, Stonewall, McPherson, para él son desconocidos, y mucho menos puede dar un solo nombre de las batallas que se libraron por la libertad de los es– clavos.

La literatura del mundo se reduce para él a Vlctor Hugo, cuyas obras poéticas no ha leIdo nunca, y al mulato Dumas; de modo que si se habla de novelas al punto sale

con los "Tres Mosqueteros y El Conde", el célebre "Con–

de". Dramas, pues Selva s610 tiene en la biblioteca de

su memoria I·EI Trovador. Macras, Don Juan Tenorio", pero

de Racine, de Moliére, de Calder6n, de S6focles, ni P.r asomo se ha dado el gusto de saborear una línea. Po.. mas líricos, no hay para él más que "El Diablo Mundo y,

Don Juan", porque en su concepto s610 ha habido dos poetas: Espronceda y Byron. Del primero conoce además el canto a "Teresa" y del segundo la poes!a titulada, "Adl6s por sIempre". Cuando la recita se posesiona tanto del esplritu de la obra, que se imagina que él es el bardo inglés con todas sus olfmpicas t.istezas y que le está dando la despedida a una ingrata que le am6 per. que le abandona. En taJes situaciones, Carlos Selva s61. es digno de una compasi6n inmensa, y queda expuesto al sarcasmo de los que no se la tienen.

Carlos Selva, como vamos diciendo, es atrasado en

historia de un modo asombroso, y llena de curiosidad l.

que forma su aiuar de escritorio. Como si ¡amás debiera

verse en la necesidad de hacer una consulta respecto clel

significado de una palabra de su idioma, no se encuentra

sobre aquélla mesa de redacci6n, un s610 diccionario de la ínfima clase. Sabe de ortografia lo que ha logrado aprender en el manejo perpetuo de la pluma, y no dela

de acertar en la colocación de los signos que corresponden

a las ,pausas de la lectura y de la dicci6n. Su sintaxis suele ser torcida con frecuencia; sus oraciones faltas de

elegancia; llega a ser tosco su estilo, como un tronco en.

vejecido. ¿En d6nde está, pues, el mérito de este hom.

bre que se llama Carlos Selva, si con tan escaso adorno en

su prosa, le ha sido dable ocupar un puesto tan culminan. te entre los soldaclos de la prensa en la América Central? ¿C6mo el nombre de este paladin tan estramb6tico, que ha usado como si dijéramos una especie de molde para

sus artlculos principales, c6mo ese nombre es pronunciado con entusiasmo por nacionales y extranjeros desde un pun~

to al otro de la garganta de tierra que forma nuestras

cinco repúblicas? Varias personas, a pesar de la fama

tan general de Carlos Selva en su calidad de diarista, dl.–

crepan en concederle los méritos que nosotros, que nos hacemos eco de lo que dicen casi todos, vamos a consig.

nar ,para siempre sobre esta hoja de estraza. Cabeza.

que se Uaman muy claras; corazones bien dispuestos y

grandes, no están de acuerdo con las virtudes de Selva, en

la materia de que hablamos; y de más de una de tan fir·

mes inteligencias y de pechos tan sanos, hemos tenido la pena de saber, raro iuicio, que el notable nicaragüense

que ha sido el redaelor de "La Tribuna, El Diarito" y que ha

coadyuvado como pocos a la existencia de los más gran·

des peri6dicos del pais, es un pobre mentecato sin talenlo

y sin instrucción. Si es cierto que de instrucción carece,

su talento es de una forma que no puede ser Imitado as!

no más. Entremos, pues, a decir algunas palabras sobre

el hombre a quien hemos tratado de estereotipar. Sin

exageración ninguna, sin ningún interés, claros como el

agua de una fuente limpia, llegamos al término de esta

semblanza, habiendo dejado para el toque final el mérito más sobresaliente de Selva, el más rico de sus dones, que

hace como perdonarle sus raros extrav(os, sus arrebatos

m6rbidos, su dudosa energía.

CarJos Selva periodista, como lo es, nos trae este .1· mil a la ménte; el de un "bulldog" que agarra su presa, y no la suelta sino cuando se viene entre los comillas cIt

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