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« Previous Page Table of Contents Next Page »tal es de su pals, y se le otorgan los méritos que me· esee quien a ello se atreve con conocimiento del señor rec , d d·d .- • S Iva puede arse por per loen su carlno y su es"ma·
.~n ' Selva no quiere que en la América Central, y muo
c
h
' o • menos, como ya dijimos, en la tierra en que ha
c I ·t . . nacido, se reconozca entre os eser. ores VIVOS, ninguno
ue pueda, por lo bueno, compararse con él. Lleno de :na vanidad Inmensa, se juzga muy distinto de lo que es. Su egolsmo le ha privado de muchas cosas de que hoy pudiera disponer. Sacar, aun con el fin más piadoso, un centavo de su bolsillo, es tarea verdaderamente dificil; si llegara a ser rico, seria un avaro. Si le tocan una flor del jsrdln que ha cultivado, una fruta de las que maneja sobre su mesa, gimotea y protesta que da gusto. Paga mal a sus sirvientes y es duro para con ellos. Intolerante
como no hay muchos, jamás perdona una equivocación
que le ocacione la más leve contrariedad, y se deshace
en imprecaciones contra el infeliz que no su.po conducirse
a medida de sus caprichos. A pesar de haberle ido mal
en el negocio de los amores, no por eso deia de creerse
con dotes p~ra emprender una conquista de ese género;
y forjando en su cabeza victorias que no existen, todos los dras se supone victorioso si emprende las campañas de Cupido, aunque la dama s610 tenga veinte años, y él, co mo en efecto, ya pase de cincuenta.
y no es Selvá dichoso, como atrás aseguramos que
no lo era, y no lo es porque las alucinaciones de la vani–
dad no deleitan el esplritu, y porque sólo traen la felicidad
para éste, los 'ralportes que nacen de su mismo seno,
inspirados ,por la humildad reconocida o por la tierna grao titud. El hombre que aspira a seducir a una mujer para darse el orgullo de anunciar a los vientos, mla es, no halla
en el amor que persigue causa ninguna de verdadero bienestar; pero quien va tras un corazón, porque siente que sin él la vida es una carga, si su afecto consigue, ha
bebido en la copa del placer.
Selva es hombre de bastante audacia momentánea.
Cuando la sangre en impetuosa marea se le viene sobre
el cerebro y circula espumante por el tubo de su enorme
carótida; cuando se siente herido en su amor propio, que es lo que él más cuida, estima y adora, entonces parece un toro a quien burlan can un mantón carmesí; entonces
golpea el suelo con los pies, casi baila de cólera, levanta al
aire los brazos, piensa en su ,pistola y se acerca a ella y la acaricia, como a la tigre el domador; iura poner fin al
qua se ha permitido insultarlo, y cosa que ha tratado de
poner en ¡práctica una vez, le ha dado este hecho de san..
gre una reputación de hombre feroz, de la cual Selva se
¡acta con cierta sonrisa de engreimiento que le sienta muy
mal. El valor es una virtud magnifica cuando ese valor puede llevarnos a ponernos de escudo entre el débil y el fuerte que pretende humillarlo; cuando nos pone en la mano la espada que defienda la bandera de la patria;
cuando en un lance de honor mantiene firme el arma con que apuntamos al pecho de nuestro adversario; cuando ese valor nos levanta sobre las dolencias humanas, para no dejarnos abatir por ellas, y nos sirve de coraza contra los infinitos contratiempos que nos circundan; cuando en
la época de la desgracia, nos mantiene siempre erectos en
mitad del torbellino; entonces, ah, ese don, esa altivez del
esplritu, son dignos de los lauros; porque de igual con·
dici6n han sido aquéllas energlas y resistencias que tuvie– ron todos los héroes de la mada, los semi·dioses del paganismo, y aquél más grande aún que ellos, que su. , cumbió Impertérrito sobre los brazos de la cruz. Pero el
arrebato de un instante que como súbita demencia nOI
arroia sobre el fantasma que suponemos nos provoca; la
temeridad funesta que marcha sin brújula y sin objeto
sobre un peligro, al cual con acometer no se alcanza más
que dar pruebas de cómo el animal puede jugar su vida
en un momento de capricho o de furia; esos impulsos a
los cuales equivocalamente algunos apellidan valor, no han de merecer el galardón sino el reproche. Lo que se llama valor flsico, no lo acreditamos muy grande en Caro los Selva, aunque lleve fama de tenerlo de buena clase
entre varios de sus compatriotas. Su resoluci6n es más bien cívica, y ya veremOs cómo. Antes de eltar en las
incomodidades o peligr!'. que se acarrea, los desafla a
que vengan y sus ¡provocaciones demuestran su decisión, pero cuando la cárcel o templado enemigo se le encara;
cuando el destierro o la hora de ir a empuñar el rifle se
le acerca, no es el mismo hombre que en su oficina arde como Roma, por los cuatro costados. Por eso atrás
dijimos que su lanza está en la pluma. En el trance de la
prisi6n, Selva se pone desesperado, se abate, rinde su
sable, y por verse fuera de ella estrecharía la mano de su más implacable adversario. En nuestra presencia se ha deiado, y en un lugar público, golpear el rostro por
el más duro de sus enemigos; y si es cierto que Selva se encontraba en aquél instante inerme y casi inerte y que
su asaltante tenia en su favor su estado flsico y su posi. ción política, al día siguiente, para un hombre de firme resolución, habla bastante tiempo para haber buscado al airado agresor y cancelar con él las cuentas de la noche anterior. Nada puede excusar a un varón de permitir el que otro le befe Impunemente, aunque ése lleve una
corona sobre la cabeza o una espada en la cintura.
Cuando Selva se ha visto en el destierro, sabemos cuánto ha luchado, cuánto ha maquinado por volver; y no
es él una excepci6n, que a muchos hemos visto en estos días, ¡urados revolucionarios, pedir casi con lágrimas la libertad si estaban cautivos, la amnistía si fuera de su patria. No es así como se vence, no es asr como una cau.. sa se enaltece.
Cuando en 1893, los liberales avanzaban sobre Ma·
nagua, cuéntase que Selva, quien se hallaba en la ca,pital, cuando cayó en ella la primera bomba, recibió en sus sis.. tema un choque producido por los nervios, que lo hizo denamar la taza de café que en ese momento sostenía en la mano, sin que hubiese manera de ponérselos en quie~
tud durante todo el dla. Por tales motivos es que supo–
nemos que este caballero, sólo es valiente.a medias. Pero cuán pocos, sin embargo, son aquéllos que tienen el
alma de un La Tude para engrandecerse entr" el ..Iabozo
de una fortaleza; cuán escaso el número de los que al verse afrentados en sus personas o en la de sus compa.. triotas, van como Zollinger, como los matadores de Baria y de IILilí ll
,
a terminar de una vez su situación; cuán esco–
gido aquél que entre Jersey y Guernesey, pasa diez y
nueve años, sin querer aceptar nada del autócrata, y que no vuelve a sus campos nativos sino hasta el día en que
Sedán le abre las puertas. Y ese mismo también cuán
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